Coronavirus Sevilla

Diario de Covid-19 / día 16: «Soledades compartidas»

Autobuses girando en un carrusel espectral sin nadie a bordo porque lo dictan los servicios mínimos o un sindicato exigirá que den vueltas aunque no los usen

Una vista de la circunvalación SE-30 el sábado a mediodía sin tráfico alguno Raúl Doblado

Javier Rubio

En la UCI, los enfermos de Covid-19 (el nombre de la dolencia) están solos. Atendidos, pero solos. Les dejan el teléfono móvil para que mantengan el contacto con los familiares y les sirva de cordón umbilical en ese crítico trance en el que van recuperando la capacidad pulmonar después de verse aquejados por la neumonía que desarrollan cuando se contagian del coronavirus SARS-CoV-2 . Este mediodía, alguien a quien sorprendí en plena faena doméstica a la vuelta de comprar provisiones en el supermercado, me envió el mensaje del que más orgulloso me siento dese que empecé a garabatear las páginas de este diario. Mis palabras habían fructificado, qué más puede pedir un escritor.

«El artículo de hoy, maravilloso. He reenviado el artículo a un grupo de familia que tenemos, y el primero que ha contestado que le ha parecido precioso es mi cuñado Jacobo . Y ha estallado el júbilo en el grupo!!!! porque desde que ingresó en Valdecilla no había vuelto a escribir . Ha estado muchos días en la UCI. Ahora ya está en planta, «muy flojito» como él dice, pero poco a poco recuperándose. La lectura de tu artículo le ha dado un empujoncito para que pronto esté en casa. Un beso«.

Las palabras tienen un efecto terapéutico nada desdeñable cuando sirven para salvar la soledad a la que la orden de confinamiento obliga. Bálsamo para las heridas que causa este alejamiento impuesto, cauterio de las llagas por las que supura el individualismo de nuestra sociedad. Poco a poco, día a día, este diario de Covid-19 va tejiendo una gran red en la que personas de muchas procedencias y opiniones sienten que sus lazos se anudan. La lanzadera la pone este humilde escritor y la urdimbre la van tejiendo todos aquellos que mandan sus comentarios, sus sugerencias, también sus críticas: hay quien ve mucho de espiritualidad que le cansa y quien recela de una especie de «teoría cósmica» de la Pachamama herida que le hastía. Todas las observaciones son bienvenidas, por supuesto.

Pero, en el fondo, todo ese intercambio epistolar con la familia, los amigos, los conocidos, los compañeros, los entusiastas y los detractores sirve de tónico matutino, como aquella quina que nos daban de pequeños para abrir el apetito , una especie de reconstituyente del ánimo para afrontar la mañana de otro día encerrado. Este envío rompe muchas soledades uniendo círculos que ni siquiera llegan a tocarse, cada uno trazado en torno a su propio grupo. Es hermoso sentirse el hilo que va engarzando las cuentas de este collar para romper los muros tras los que cada uno vive este tiempo de excepción.

Mi amiga María José ha encontrado otra hermosa manera de compartir que ahora yo, a mí vez, comparto: «¡Qué bien! Lo que nos hemos divertido con la madre de mi amiga, muy bien puesta diciéndonos paso por paso . Hemos estado desde las seis de la tarde. Hemos echado una buena tarde«. Y para atestiguarlo, la foto de unas apetitosas rosquillas con su azúcar glasé espolvoreado que habían hecho cuatro amigas, cada una en su casa, siguiendo las indicaciones de la madre (86 años) de una de ellas. Hicieron las rosquillas -eran idénticas a las que hacía mi abuela Luisa y que nadie en mi familia ha vuelto a hacer tan ricas- a la vez compartiendo risas y, eso sí, cada una acabó comiéndose las suyas.

Estarían tan deliciosas como la anécdota en sí: una agradable reunión a distancia con un objetivo común. Con el pasar de los días, yo también me veo así, dirigiendo una minúscula «jam session» siguiendo una receta que a muchos, cada uno en su soledad, les pueda servir para levantar el ánimo.

«Nos hablas de cosas 'evidentes', pero que no vemos hasta que alguien -en este caso tú- no nos lo pone en bandeja«, dejó otro buen amigo a vuelta de correo. Pero algunas de esas cosas no resultan tan evidentes para todos. Sobre todo, para los que no rompen el confinamiento y menos de noche cerrada. Volví del periódico -¡otro sábado con comparecencia del presidente Sánchez !- pasadas las once de la noche por el muro de defensa, la avenida Juan Pablo II y el puente de las Delicias hasta casa. Creo que sólo me crucé con un coche en todo el trayecto . En el semáforo del seminario, pasó todo el ciclo sin que nadie cruzara la avenida de la Palmera. Jamás me había ocurrido ni aun volviendo de madrugada muy avanzada. Nadie salvo un motorista de reparto de un restaurante de comida rápida que giró indebidamente cometiendo una infracción de la que fui su único testigo.

A lo lejos, un autobús de la línea 34 se incorporaba a la avenida cuando ya había cruzado. En el sentido contrario, a lo lejos, las luces azules de gábilo indicaban que un patrullero circulaba a la altura del monumento a Juan Sebastián Elcano. En Manuel Siurot, un autobús de la línea 1 se cruzó con otros dos vehículos de transporte público, de las líneas 37 y 1, igualmente sin pasajeros. Autobuses girando como en un carrusel espectral sin nadie a bordo porque lo dictan los servicios mínimos o un sindicato exigirá que den vueltas aunque no los use nadie. No había más automóviles circulando por la avenida de la Borbolla, no había nadie más en la calle . Puede que a esa hora solo estuvieran fuera de casa los «riders» -con sus bicicletas, los más frágiles usuarios de la calzada- acarreando comida preparada a los hogares, los conductores de autobuses vacíos y algunos yendo o viniendo -como el que suscribe- a deshoras del trabajo.

La ciudad estaba solitaria a esa hora -sosegada en calma como no correspondía a la festividad del día- en que en circunstancias normales, sábado víspera del pregón de Semana Santa, estaría bullendo de vida , con un trasiego de personas entrando y saliendo de los bares, los restaurantes, los cines, los teatros y todo lo que estará cerrado al menos hasta el 11 de abril. Sevilla muda, más limpia que nunca porque no hay quien la ensucie, como una vieja dama cansada que necesita de muchas palabras para no sentir una soledad tan nociva. En eso estamos.

Si además esta página sirve para que un enfermo recobre el ánimo estragado, bendito sea Dios . Mientras tanto, ya saben lo que tienen que hacer por muy solos que estén: «Tengan cuidado ahí fuera» .

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