Coronavirus en Sevilla

Coronavirus Sevilla: Cuando todos los días son 15 de agosto en un autobús urbano

Los usuarios no llegan ni a la decena en cada trayecto y recurren al servicio por trabajo y para hacer la compra

Varios usuarios en la línea C2 de Tussam J. M. Serrano

Elena Martos

Todos los días son 15 de agosto a las cuatro de la tarde en el servicio de autobús urbano de Sevilla. El aforo máximo de los vehículos articulados es de 25 personas , pero pocas veces se ha alcanzado ese límite desde que se decretó el estado de alarma que limita la libre circulación. «Alguna vez suben agentes de Policía para comprobar que se cumplen las normas o para preguntar el motivo del desplazamiento a los usuarios», aclara Olga, conductora de Tussam desde hace más de cuatro años . ABC la acompaña en un trayecto de la línea C2, la de mayor demanda.

El viaje comienza en el Prado de San Sebastián donde hace parada de regulación. «Hay que entrar por la puerta central y picar en el dispositivo que está junto al primer asiento» , advierte. Los autobuses que se utilizan estos días son los de mayor tamaño y están equipados con mampara protectora. Desde que se activó la alerta sanitaria se prohibió el pago en metálico y se acordonó el espacio de la cabecera para evitar la exposición de los conductores, que disponen de guantes y geles hidroalcohólicos.

«Están siendo días muy tranquilos, sin tráfico y sin estar pendiente a la caja para dar el cambio. Apenas suben dos o tres personas por parada en el mejor de los casos y todos respetan las normas de separación, suelen utilizar mascarillas y apenas hablan entre ellos», comenta Olga. Desde luego el silencio es lo que domina el recorrido que comienza con un único pasajero, además del redactor y el fotógrafo. El segundo no sube hasta llegar al apeadero de San Bernardo . Pertrechado con mascarilla y bata de protección bajo la cazadora, este usuario elude las preguntas y se sitúa en los últimos asientos. «Es lo habitual -aclara la conductora- porque procuran tener el mínimo contacto entre ellos».

Por la megafonía se repiten una y otra vez las medidas de seguridad, asumidas ya de sobra por los usuarios. « Hay mucho miedo al contagio y no entendemos por qué no se reparten materiales de protección para todo el mundo», señala María, una de las pocas pasajeras que estos días ha cogido el autobús. Reconoce que va a todos lados caminando, pero hoy tenía que ir al juzgado a pedir asesoramiento «y, la verdad, no puedo pagar una multa ; por eso he pensado que era más seguro ir en autobús», admite. Utiliza guantes y evita sentarse. «Nos dicen que lo desinfectan todo a diario, pero miro el suelo y no parece que sea así. Tengo mucho cuidado porque mi hijo tiene problemas respiratorios y me da miedo llevar el virus a casa», asegura.

Una conductora de Tussam utiliza el gel tras el servicio J. M. Serrano

A María le toca de cerca la enfermedad. Su sobrino de 17 años lleva tres semanas luchando contra el Covid-19 con fiebres altas y una inflamación de la pleura. «Lo está pasando realmente mal. O hay algo que no nos cuentan o sabemos muy poco de esto, porque él no ha salido de casa y es joven», asegura. Muy atento la escucha Fernando, vecino de la calle Urbión, que se ha subido con el carro de la compra al principio de la avenida San Francisco Javier. «Muchas veces hago este camino a pie, pero tal como está el tiempo, he cogido el autobús». Reconoce que tiene miedo a contagiarse porque es mayor y que por eso lleva mascarilla y guantes cuando sale de casa. «Hago todo lo que me dicen y voy tranquilo, pero no sabes dónde lo puedes pillar», señala. Desde que comenzó la crisis sanitaria se ha visto obligado a cambiar sus hábitos. Los paseos habituales los hace ahora en la azotea de la comunidad. No tiene claro si eso está o no permitido, pero «si dejo de hacer deporte me voy a buscar algo peor que un coronavirus», se lamenta.

En la parada de la avenida Luis de Morales suben otras tres personas más, entre ellas Magdalena, trabajadora de ayuda a domicilio. Ha pasado un mes sin trabajar por las restricciones y la fatal de materiales de protección. Desde hace unos días tiene a tres mayores a los que atiende. «No puedo enfermar porque ellos son muy vulnerables», dice y por eso extrema las precauciones hasta lo impensable. «No me siento en el autobús, no pongo las bolsas en el suelo y las desinfecto cuando llego a casa. También les lavo las patas a los perros cuando volvemos del paseo y siempre llevo la mascarilla. El virus es muy resistente y puede estar en cualquier lado, por eso hay que limpiar todo lo que viene de fuera», relata y a pesar de todos estos esfuerzos, dice tener miedo al contagio.

La conversación distrae a esta sevillana, que se pasa la parada solicitada. Baja rápidamente en la siguiente, que coincide con la Puerta de la Barqueta, sin que nadie más suba. Admite la conductora que no se termina de acostumbrar a eso: «esta es la zona en la que más gente recojo , la mayoría estudiantes que van a las facultades de la Cartuja, pero desde que terminaron las clases apenas hay pasajeros».

El recorrido por el parque tecnológico no tiene detención casi hasta el final cuando sube el siguiente pasajero , un empleado eventual encargado del mantenimiento de los equipos del CSIC. «Vengo uno o dos días por semana y siempre hago el mismo recorrido, pero desde que comenzó esto del coronavirus es como si hubiera cambiado de trabajo», comenta. «Antes no hablábamos en el autobús, pero ahora es que no hay nadie. La gente se sienta lejos unos de otros y desconfiamos si alguien estornuda », admite. También lamenta cómo nos va a cambiar la vida esta pandemia: «va a pasar mucho tiempo hasta que nos podamos tomar una cerveza en la calle tranquilos».

Este usuario de Tussam se baja en Ronda de Triana y hasta el final de Virgen de Luján no vuelve a subir ningún otro. El recorrido se completa en cincuenta minutos, cuarenta menos de lo habitual . «Es como hacerlo en coche, prácticamente paramos lo mismo», admite Olga, que acaba de salir del ERTE presentado por la empresa municipal. «Ahora trabajamos muy tranquilos, pero yo daría lo que fuera por volver a lo de antes», admite. Dice no tener tanto miedo al contagio como a la crisis que vendrá después, apenas cuatro compañeros de una plantilla de 1.400 ha enfermado, pero la incertidumbre le pesa «y todavía no le hemos visto la punta a la situación».

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