Coronavirus en Sevilla: la ciudad vacía a vista de pájaro

Un vídeo con imágenes aéreas nos muestra cómo lucen algunas localizaciones del casco antiguo de la ciudad

La Plaza del Triunfo vacía, vista desde la Giralda ABC

Luis Ybarra Ramírez

No recuerdo qué superhéroe fue el que consiguió la capacidad de hacerse invisible solo cuando nadie le estuviese viendo. Pero algo así es lo que ha alcanzado Antonio Machado estos días en los que todos escuchamos sonidos improbables que estriban entre la realidad, la sugestión y el deseo. Un batir de alas, un arrullo demasiado lejano, un vecino inoportuno, el canto de una televisión ajena que sigilosa se cuela en otros hogares. La ciudad se ha llenado de un silencio de atentado, ensordecedor y raro . Tiene ahora su garganta enmudecida ante el robo del viandante.

Sabemos entonces que la «Sevilla sin sevillanos» que soñó el poeta se sienta durante el confinamiento sobre la vieja Híspalis, pero no podemos verla. Se intuye sin disfrutarse. Está rezagada a plomo en estas avenidas que han optado por no decirnos nada. Por colocarse más allá del reverso de lo que podemos detectar.

A la redacción de ABC, sin embargo, ha llegado un vídeo con imágenes aéreas del casco antiguo, por lo que trasladamos un fragmento de esa quimera literaria del libro «Soledades» a las pantallas para que la observemos durante unos minutos. La grabación, en la que aparecen localizaciones como la avenida de la Constitución , la catedral , el Archivo de Indias , el Alcázar y la plaza del Triunfo , está disponible en esta misma publicación.

La panorámica resulta insólita. Conocemos la avenida cubierta de palcos, hermandades e incendio. La hemos visto con pancartas que abogaban por el estatuto de autonomía de Andalucía, con un Rafael Montesinos siempre acompañado por la acera izquierda, radiante y exagerada en las luces que alumbran por Navidad, con coches sobre su pavimento y sin ellos, con tranvías, paisanos y turistas. Pero jamás imaginamos un mes de marzo vacío en este pabellón ancho y claro que se comunica con los jardines de Cristina. Paraíso intocable a causa de la moral y de la ley. De la solidaridad que nos mantiene en casa y nos aparta de lo que más nos gusta en su mejor momento . Un joven Juan Ramón Jiménez, en un contexto muy diferente, escribió algo al respecto: «¡Ay, mañana sin tí! ¿Para qué quiero yo la primavera si tú no estás aquí?». Pues eso.

La catedral también luce sin los visitantes que antes caminaban como hormigas sobre sus cubiertas. No queda nada. Los coches de caballos no se agolpan frente a la puerta del León, el azahar ha caído sin que nadie lo pise y el sol solo quema a una nada en la que todo se envuelve. Las calles, desnudas, transitadas por unos pocos que con viveza y duda se dirigen a realizar los quehaceres más esenciales. Ese color tan presumido y manido a un mismo tiempo sigue a solas su pregón sin espectadores. Hermoso de por sí, carente de teatralidad y artificio. La obra sublime no tiene público que le aplauda, pues no ha encontrado otra reciprocidad que la quietud de sus protagonistas. Los sevillanos.

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