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Diario de Covid-19 / día 60: «Eso es todo, amigos»

No quería alargarme en esta despedida. Solo pensar que he cumplido la misión y que aquel propósito inicial que me marqué hace sesenta días se ha cumplido

Sevillanos desayunando en la calle en el primer día de la fase 1 Rocío Ruiz

Javier Rubio

Hasta aquí llega este diario que durante los últimos sesenta días ha brindado compañía a tantos de vosotros. Cuando empecé a escribirlo, los bares estaban llenos y, en general, la población no era muy consciente de lo que se le venía encima aquel viernes por la noche, ya de madrugada, en que se había decretado ya el cierre de colegios pero todavía no de todas las actividades económicas abiertas al público salvo los servicios esenciales. Dos meses después, los bares -todavía pocos- que han vuelto a abrir están otra vez llenos y la amenaza del coronavirus está latente y lo domina todo.

En cierto modo, este diario quería ser también esencial . No en el sentido erróneo que solemos atribuir a este adjetivo, al que hacemos sinónimo de uso de imprescindible, sino en el sentido de que atiende a lo profundo, a lo que determina la esencia, la sustancia y no la forma de nosotros mismos. Por eso a veces se ponía insufriblemente pesado y hasta aburrido con cavilaciones que el propio confinamiento exacerbaba.

Si lo ha conseguido ha sido gracias a los lectores. Es verdad que escribir constituye una necesidad para algunos que sentimos ese aguijón punzante que no nos permite observar la realidad sin plasmarla a través de palabras. Pero la potencia de esa necesidad no se convierte en acto hasta que alguien lee lo que hemos escrito . Gracias de corazón.

Han sido muchas letras, casi un libro, hilvanado al hilo de los acontecimientos. En sus sesenta páginas habrá quedado reflejada - eso espero- la variadísima gama de sentimientos, sensaciones y estados de ánimo por los que hemos transitado en estos dos meses raros que constituyen la primavera más extraña de nuestras vidas.

En la despedida, aprovecho para pedir perdón si alguien se sintió molesto con algo que leyó aquí o la expresión de alguna idea no fue la más acertada e hirió alguna susceptibilidad. Creo que es el momento de reconocer una incapacidad: acaso la lección mayúscula que sacamos de todo este tiempo extraordinario. Lo siento, no doy para más. No pasa nada por confesar que no lo podemos todo ni tenemos todos los resortes ni las cosas salen como nosotros queremos.

Admitir esa condición imperfecta e impotente del hombre debería ser el primer paso. Un organismo tan simple como un virus nos ha derrotado y ha puesto patas arriba nuestro mundo. Su impacto en nuestras vidas, me atrevo a pronosticar, irá mucho más allá de lo que nos lleve eliminarlo o, en su defecto, reducir su carga mortal.

Algunas cosas ya han empezado a cambiar. Otras están por venir y el futuro se nos ha escurrido de entre las manos y no sabemos donde nos llevará. Este lunes la empresa para la que trabajo ha informado de que aplicará un ERTE a toda la plantilla durante dos meses con reducción de empleo y sueldo proporcionales. Las consecuencias epidemiológicas ya las estamos viviendo. Los efectos económicos van a ser inmediatos y a corto plazo. El cambio en la mentalidad que seguirá a esta crisis global tardará algo más, pero acabará llegando. Aunque nosotros no lo veamos.

En fin, no quería alargarme en esta despedida. Solo pensar que he cumplido la misión y que aquel propósito inicial que me marqué hace sesenta días se ha cumplido: «Me he propuesto escribir cada noche una nota que no acabe diluida en la gente, disuelta en una masa informe. Quiero que esta nota te llegue a ti, a ti te lo digo. Porque te aprecio. Que estas palabras lleven la esperanza en que capearemos este temporal. Y que dentro de todo lo que nos desagrada y nos incomoda, encontramos testimonios que florecen como las violetas al borde del camino, fragantes pero humildes, vistosas pero modestas«.

Este párrafo era como una declaración de principios, en la que quienes hayan pasado por las aulas de los maristas habrá aspirado el aroma de las violetas, emblema del instituto de Champagnat . No me corresponde a mí decidir si estás hojas volanderas han sido fieles a tales principios, solo que el autor nunca los ha olvidado y que ha tratado de estrangular con todas sus fuerzas nada más nacer esa criatura deforme que involuntariamente alimentaban vuestros halagos a la que llamamos vanidad.

El punto final, por eso, no lo va a poner el autor sino María José . En esta ocasión, mi amiga, cuyo mensaje de anoche a las tantas me dio tanta alegría que no encuentro otra manera mejor de expresar lo que han sido estos sesenta días y sus sesenta noches: « Lo mejor del confinamiento, sin duda, el abrazo que me ha dado hoy mi madre. Solo por eso ha valido la pena. Y lo mejor de lo mejor es que mañana teníamos cita con el oncólogo y me ha llamado esta tarde para decirme que no vaya, que los análisis están perfectos. Así que día redondo».

Confío en que estas casi nueve semanas también hayan sido redondas o, al menos, no muy puntiagudas para vosotros. Y que encontremos todos en los abrazos que tenemos pendientes y nos debemos recíprocamente el mismo amor que ha sostenido nuestra esperanza todo este tiempo. No sé si en el futuro todo irá bien, pero sí estoy convencido de que todo será para bien . Dios lo quiera.

Eso es todo, amigos. Aquí nos despedimos. Nuestro tren ha llegado a la estación y cada uno tiene que seguir su camino . Gracias por la compañía y buena suerte.

Ah, pero no se olviden de la máxima mientras el bicho siga vivito y coleando: «Tengan cuidado ahí fuera» .

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