Coronavirus

Diario de Covid-19 / día 57: «¡Ya pasé!»

«Esta última semana he descubierto una sensación extraña: me da pereza o miedo, no sé bien, volver a la vida anterior al confinamiento, he descubierto que el encierro no era el fin del mundo»

Un conductor abandona su vehículo aparcado en una calle de Sevilla Raúl Doblado

Javier Rubio

Cuando era parvulito, palabra tan olvidada que el mismo corrector ortográfico del procesador de texto se empeña en cambiarme, la cartilla llevaba ese nombre: «¡Ya pasé!» con un chaval brincando exultante en la portada, como anunciando una gran noticia. Y estaba bien escogido, desde luego, porque a los críos no había cosa que nos hiciera más ilusión que cambiar de cartilla donde aprendíamos: primero, las letras; luego, a silabear; y por último, a leer.

Sevilla ya ha pasado de fase y ahora los bares y los comercios, los templos y los amigos van a poder silabear siguiendo el punteado de franjas horarias y distancias mínimas que nos marca el maestro Illa, que se da un aire de profesor machadiano, como de monotonía tras los cristales, mil veces mil un millón y vuelta a empezar.

El caso es que hemos pasado de fase pero los médicos de Medicina Preventiva y Salud Pública nos leen la cartilla para que no se nos olvide la mascarilla cuando salimos a la calle y para que nos separemos hasta «cinco o diez metros» cuando se hace deporte al aire libre. A tenor del furor con que hemos abrazado en esta última semana la práctica deportiva, no sé si esa distancia prudencial es factible o no.

No hay distancias que valgan es en esta página. Una amiga ha dicho que este diario es una especie de diván terapéutico colectivo donde todo el mundo se va abriendo a compartir su propia introspección. Hemos conseguido, entre todos, crear una intimidad en la que muchos de vosotros os habéis sentido a gusto .

Manolo incide en el distanciamiento social y lo que implica para las personas mayores: «El hecho de que por máxima necesidad, por responsabilidad, incluso por miedo, nos hayamos tenido que quedar en casa, me ha abierto unos horizontes que sabiendo que estaban ahí, no los había gustado como en este tiempo: oración y meditación, serena, descubriendo rincones, palpando el alma, con Dios todo el día, en la rutina de casa, ayudando, con muchos mensajes de ida y vuelta, descubriendo detalles de otros hermanos de fe que antes no veía por no fijarme, y por último saboreando la paz, mucha paz, y algún que otro sobresalto. Ahora, con la desescalada y ante tanta noticias, desmentidos, rectificaciones, bulos, comienzo de salidas, pero temerosos, la presencia de otras personas cerca nos crea inquietud , inseguridad«.

También Sonia me recuerda lo difícil que le resulta mantener las distancias: «Nos gusta tocarnos, se hace raro ver gente y no darle un beso o un abrazo . También que se está muy bien en casa, teniendo en cuenta lo afortunada que soy de tener una casa espaciosa, pero sobre todo una familia que está a gusto conviviendo sin nadie más. Parece que después de mi destierro gallego ahora esto lo compensa. Laboralmente creo que las empresas se deben plantear que desde casa se trabaja muy bien y que hay muchos desplazamientos inútiles que nos podríamos ahorrar. Pero lo mas importante que he aprendido es que mi vida no es igual sin Él, no soy como debo ser, me tuerzo con más facilidad, tengo sensación de angustia que se somatiza en ardores e insomnio , y lo echo mucho de menos, ir a misa cuando te apetece, comulgar...«.

En ese mismo sentido se expresa Esperanza : «He descubierto que mi fe es más sólida de lo que pensaba, yo que siempre pido la fe de la hemorroísa; no he dudado durante esta locura ni un segundo de Dios, he vivido días de profunda paz y total felicidad, pero, paradójicamente, he descubierto una debilidad personal ante la tentación que no conocía, inmersa siempre en mi quehacer diario espiritual y mundano. Esto me ha hecho sentir como nunca, que tengo necesidad de mi comunidad, necesidad de la eucaristía, del sacramento del Amor y de ponerme de rodillas delante del Señor en el Sagrario; esto último me ha dolido físicamente no poder hacerlo. Y es que sola, no puedo... Lo sabía, pero ahora creo que se me ha quedado tatuado en el alma para siempre. Seguro que se quedan mil lecciones aprendidas más en el tintero, pero sí quiero decir que he aprendido a querer aún más a mis curas. ¡Ha sido tan emotivo verles dar el do de pecho por sus feligreses! ¡Me han provocado tanta ternura!«.

Me han llegado muchos mensajes que expresan un anhelo insatisfecho de espiritualidad que el salmista plasmó hace 2.500 años y que muchos han experimentado estos días: «Mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti , como tierra reseca, agostada, sin agua«. Chelo, por ejemplo: »La mayor enseñanza es que, si deseo algún encuentro con urgencia, es el de volverme a encontrar a solas con Nuestro Señor Jesucristo frente a su sagrario«.

También Maricarmen , que ha visto un rastro de Dios en muchas de las personas con las que se ha cruzado: «Dentro de casa, he visto el rostro de la espera resignada de Ricardo, tan ilusionado en su formación, ahora interrumpida y sin embargo no se ha quejado en ningún momento, siempre dispuesto y poniéndole ganas a la rutina. Mi marido nos ha dado lecciones de paciencia, serenidad y firmeza , aunque las obras avanzan lentamente pero tampoco se ha quejado y yo he podido en estos momentos duros disfrutar de mis hijos, de mi familia, de una forma inesperada, lo cual ha disipado muchas de mis quejas e incluso del cansancio espiritual que me asaltaba cada vez que escuchaba noticias o comentarios sobre la desolación que trae esta pandemia. Mi conclusión es que no tengo derecho a quejarme ni a ver el lado negativo, por muy oscuro que se torne el panorama. La gente es buena, en su corazón está el Señor, aunque muchos ni lo sospechen, pero hay señales irrefutables de ello. Por lo tanto, no estamos perdidos, solo estamos desorientados , pero confío que todo se enderezará!«.

El mensaje más paradójico, sin embargo, me lo mandó Silvia, que no ha parado de descubrir motivos de satisfacción en el encierro: «He aprendido paciencia y rutina, asignaturas pendientes, ¡de hecho odiaba la palabra rutina...! También me ha fortalecido en agradecimiento y confianza en Dios. Me ha enseñado a poner en práctica que cada día tiene su afán y cada noche un sueño que proyectar. Otra enseñanza... conocer mejor mi parte oscura, fea, mis debilidades y por otra parte, descubrir sorprendida fortalezas desconocidas e insospechadas. Por último, esta última semana he descubierto una sensación extraña: me da pereza o miedo, no sé bien, volver a la vida anterior al confinamiento, he descubierto que el encierro no era el fin del mundo, sino que el mundo estaba dentro de casa«.

En la misma línea se expresa Inés : «Yo creo que la naturaleza nos está pidiendo a la Humanidad una reflexión, nos ha obligado a parar todo lo que hacíamos y cómo lo hacíamos. La naturaleza es sabia y se autorregula. Tanta contaminación ha mejorado, tanta ausencia de vida familiar ha cambiado, la solidaridad se ha removido, los valores, la espiritualidad, nos estamos deteniendo a pensar: ¿y ahora qué, qué esta pasando con mi vida, qué está pasando con los demás? Si no extraemos la lección de todo lo que sucede... mal andamos. Porque nos trae una gran lección que debemos analizar, aprender y no permitir que la vida siga como antes , cuando hemos detectado cosas que debemos mejorar«.

Con eso nos quedamos por hoy. Contentos por haber pasado de fase -de cartilla, como los parvulitos- pero convencidos de que todavía nos queda mucho por delante . Hasta entonces, como siempre, « tengan cuidado ahí fuera «.

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