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Diario de Covid-19 / día 50: «A la carrera»

Estas siete semanas nos han hecho más perspicaces, con más capacidad para darnos cuenta de cosas que antes pasábamos por alto, imbuidos de esa mirada apresurada que desparramábamos para no fijarnos en nada

Sevillanos trotando por el paseo Juan Carlos I este sábado 2 de mayo J. M. Serrano

Javier Rubio

La calle tiene otro aire. También en el ambiente flota otro aire. Menos denso, menos medroso, más relajado . En el paso de cebra que hay justo en la vertical de la vertical de mi dormitorio he visto como una madre con mascarilla empujando un carro de bebe le hacía indicaciones a un automovilista para que detuviera el vehículo y pudiera cruzar. Nada extraño, por otro lado, dado el incumplimiento sistemático no ya del reglamento de circulación sino de la cortesía debida al peatón. Parece que eso no se ha perdido en el trajín de estos días encerrados.

Pero es la primera vez en cincuenta días, que se cumplen hoy, en el que veo coincidir un vehículo y un peatón en la misma esquina , lo que es señal inequívoca de que poco a poco empezamos a desperezarnos y coincidimos en la calle. Y más que vamos a coincidir: para este sábado está anunciada la gran salida . Ancianos, deportistas, paseantes, gente del común... todos van a tener su oportunidad de salir a la calle en las horas y las codiciones establecidas por la autoridad.

Empiezo a sospechar que entre las pasiones ocultas de los españoles está el delirio por organizarle la vida a los demás . Un pueblo sin tradición liberal siempre está pendiente de lo que le dejen o le prohíban hacer. Para quejarse, claro . Para poder echarle la culpa a quien organiza los flujos o poder recriminarle a quien se salte la norma y afearle su conducta. Por lo visto, en Alemania se han bandeado con solo tres decretos legislativos en este tiempo excepcional y en Francia lo han ventilado con cinco nuevas normas. Aquí vamos por más de una veintena y subiendo , cada uno con su interpretación, su casuística y su regulación ridícula. No somos capaces de calibrar la eficacia de nuestro Gobierno, pero a entrometido no hay quien le gane .

La salida en el quincuagésimo día oficial de encierro se ha vivido en casa como lo que es: un verdadero acontecimiento . Todo el mundo ha hecho planes para salir a trotar por la calle a primera hora de la mañana. Cristina y María José estaban especialmente ilusionadas, Marta prefería echar unas carreras antes de quedar con las amigas. Pocas veces en estas siete semanas he experimentado la sensación de bullebulle que recorre la casa . No importa madrugar, no importa dormir menos, no importa prácticamente nada con tal de salir a la calle.

En la cena, mientras hablábamos de los planes de cada uno para el sábado, Cristina ha hecho una reflexión honda : si esto ha sido siente semanas, imagina cómo viviría la población los meses de una ciudad asediada en plena guerra . La memoria se me ha disparado como un resorte a Sarajevo , castigada por los francotiradores cuando la población salía a abastecerse de agua durante la guerra de Yugoslavia. No hacía ni una década años que se habían celebrado en la orgullosa capital de Bosnia los Juegos Olímpicos de invierno. Y, de repente, el sitio.

La otra referencia, por supuesto, es Leningrado , la ciudad mártir que vivió el asedio más largo de toda la Segunda Guerra Mundial durante 872 días (ahora dudo si fueron 832) en los que no había nada que comer y los supervivientes empezaron por comerse los caballos y acabaron -hubo episodios sueltos de canibalismo- comiéndose unos a otros. A cambio, Shostakovich nos dejó su séptima sinfonía, «Leningrado», como si el arte viniera a compensar el horror del cerco.

Gracias a Dios, nada es comparable con esos casos . Por mucho que nuestros gobernantes saquen a relucir el lenguaje bélico, nuestros supermercados están abastecidos (salvo la inevitable levadura para el pan, por lo visto), el agua sigue saliendo por los grifos y uno puede decir lo que le de la gana. Los francotiradores que hay que esquivar sóo hieren de palabra. Pero estas siete semanas nos han cambiado por dentro. Inevitablemente . Otra cosa es que estemos dispuestos a mantener la variación en la personalidad a partir de ahora, pero nos ha hecho más perspicaces , con más capacidad para darnos cuenta de cosas que antes pasábamos por alto, imbuidos de esa mirada apresurada que desparramábamos para no fijarnos en nada.

Chelo se ha fijado en el espejo y la imagen que de sí misma le devuelve . Se ha convertido en una de mis corresponsales más fieles y me envía la poesía mística que le brota y vuelca en mi correo preguntas que solo se pueden responder si uno se para en vez de este frenesí por volver a correr que nos invade desde este fin de semana: «Me pregunto constantemente: ¿qué está ocurriendo espiritualmente en el mundo?, ¿qué está sucediendo en nuestra espiritualidad?, ¿a qué se nos está llamando a los humanos en este espacio generacional? ¿Lo iremos descubriendo a medida que vayamos atravesando fases?... y pido a Dios a diario que lo entendamos más antes que tarde y no precise la humanidad otra vuelta de rosca para llegar a comprender que somos mucho más que materia física y obvia«.

Cristina , mi hija, escribió una bonita reflexión que le prometí compartir. De trecho en trecho, le propongo un tema sobre el que escribir y ella me envía a la vuelta un folio con sus ideas sobre el particular. La de «¿Hasta cuándo se es en niño?» estuvo especialmente inspirada. Dice así la respuesta abreviada: «Después de muchos años, hoy meses, contando lo que falta para mi mayoría de edad, nunca pensé que me vería en la situación de querer parar el tiempo . Dejar de crecer. Disfrutar de los últimos meses que me corresponden como niña; en mi barrio, mi colegio, el mismo que me ha visto crecer durante los últimos 15 años. Ahora, cuando el final es inminente, me arrepiento de la prisa que he tenido estos últimos años en cumplir edad.

Es curiosa la o bsesión que tienen los niños por hacerse mayores ; constantemente jugando a ser adultos, en adentrarse en el mundo real, tan lleno de problemas y negatividad. ¡Con lo bien que se vive siendo pequeño! Aun así, a pesar de que los años pasen, una parte de nosotros siempre será niño; esa que a veces asoma y se atreve a soñar . De hecho, especialmente en este difícil tiempo que nos ha tocado vivir, el mundo necesita más adultos que vean la vida con los ojos de su «yo» de 10 años . Rebosante de alegría, de esperanza, de amor incondicional, de esa fe ciega tan característica de nuestros pequeños. Dejar a un lado las inseguridades, las desconfianzas; porque todo lo malo acabará pasando».

Sí, sin duda nos hace falta mirar la vida con los ojos asombrados de niños en la decena . Pero hemos elegido desprendernos de esa mirada ingenua y afectuosa para salir a la carrera de esta reclusión hogareña. A la carrera. Salimos a la carrera del encierro . No puede haber metáfora más acabada de nosotros mismos, nuestra mirada apresurada incapaz de posarse...

Si van a salir a correr o a pasear o a lo que quiera que hagan este sábado, primero de semilibertad, ya saben lo que tienen que hacer: « Tengan cuidado ahí fuera «.

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