Coronavirus

Diario de Covid-19 / día 49: «Pie a tierra»

Si el dinero de los repostajes que dejé sin hacer en abril no ha servido para mover la economía, que sirva ahora al menos para mover la solidaridad

Visita de las autoridades al economato social de las hermandades Raúl Doblado

Javier Rubio

La abominable utilización del símil bélico para referirse al combate contra la pandemia por parte del Gobierno siempre acaba en el mismo callejón sin salida que todas las operaciones militares por mucha tecnología que se emplee y muchos misiles que se lancen: hay que poner un pie sobre el terreno, lo que los americanos -que tanto saben de guerras- llaman «boots on the ground» .

Con la crisis sanitaria más o menos embridada, llega el momento de echar un pie a tierra. O los dos. Y salir corriendo como las autoridades nos van a permitir a partir del sábado para solaz colectivo al cabo de esta cincuentena ominosa. Porque una cosa son los planes de laboratorio de ideas como el que han montado en la Moncloa y otra la realidad, que suele mostrarse de manera mostrenca día a día.

Acabamos de verlo con los bares y restaurantes y su plan para retomar la actividad. Ni fases ni leches: al 30 o al 50% de ocupación, a casi nadie le salen las cuentas, sobre todo si tienes que levantar un ERTE y empezar a pagar sueldos y cotizaciones sociales de todos los empleados, al menos durante los próximos seis meses. En tales condiciones, no es exagerado aventurar que muchos se van a quedar con la persiana echada una temporada y ya veremos si al final la levantan. El Grana y Oro de la calle Niebla ya ha entregado la cuchara . Con la de veces que nos resolvió la papeleta de una comida casera sin exquisiteces ni pamplinas. Finito. Se acabó. Adiós. No será el ultimo, me temo.

La crisis económica, que ya empieza a mostrar su cara más horrorosa, tiene un pálido reflejo en los números rojos que los indicadores señalan semana a semana, pero el verdadero rostro empiezan a percibirlo en las Cáritas de las parroquias, en las bolsas de caridad de las hermandades, en el Banco de Alimentos o en las ONG solidarias a las que afluyen en aluvión familias en las que no ha habido ningún ingreso -ninguno es ninguno- desde finales de febrero y cuya capacidad de resistencia tiende, como los límites de las inecuaciones sociales, a cero . Parroquias donde se atiende al doble o al triple de familias, que acuden buscando una ayuda para seguir comiendo.

En el mes de mayo que vamos a inaugurar, el problema será cómo pagar los recibos de luz, agua, teléfono e hipoteca o alquiler, pero ahora la prioridad es comer. La situación es acuciante, como te cuentan quienes conocen el paño. Porque nunca antes afectó a tanta gente a la vez. Los llamamientos se repiten semana a semana. Y se redoblan antes del primer domingo de cada mes, que es la fecha en que el cepillo de las iglesias se destina a Cáritas . El día 3 de mayo, por ejemplo. Además del día de la madre, será el día de los pobres.

Como el viernes Primero de Mayo no va a ser el día del Trabajo, sino el de los parados . Ahora mismo, entre desempleados de larga duración, despedidos sin más en los primeros compases del cierre laboral, desocupados , autónomos mano sobre mano y bajo algún tipo de expediente de regulación laboral, se calcula que hay una cifra de nueve millones de personas en España . Nueve millones es solo un número.

Luego hay que ponerle rostro a esos nueve millones de compatriotas y observar sus familias, comprobar la distancia entre los grandes discursos altisonantes y el día a día de comprar fiado o dejar de pagar recibos. Poner los pies en la tierra, decimos. Dejarnos de propaganda a favor y en contra , de discutir sobre lo que se dice y empezar a hacer. A construir entre todos. Si mucho o si poco, pero un ladrillo encima de otro, no tratando de eliminar los del contrario para colocar los propios.

Estuve echando cuentas, yo también. Gracias a Dios -y a mi empresa- cobré puntual la nómina y no tengo motivo alguno de queja. Repasé también los pagos aplazados de la tarjeta bancaria y no descubrí nada de lo que sobresaltarme. Antes al contrario, el cierre de bares y comercios ha disminuido drásticamente el consumo a crédito y lo que más abundan son operaciones de menudeo en la frutería, la recova, el supermercado, la tienda de desavíos ... Pagos por debajo de diez, veinte o cincuenta euros que hubiera hecho en metálico de no ser por la recomendación, plenamente asumida, de abonar con dinero de plástico para evitar tocar los billetes manoseados.

En ese arqueo descubrí que he ahorrado también una pasta en gasolina entre marzo y abril . Comparando con los dos meses precedentes de enero y febrero de este mismo año, observé que había reportado cinco veces -para los dos automóviles de la familia, porque siempre me ocupo yo de llenar el depósito- en esos dos meses. Pero que las visitas a la gasolinera se habían reducido a solo dos en los dos meses de encierro. Una reducción en el consumo del 60% que ya no va a volver a compensarse: los desplazamientos que hemos dejado de hacer desde mediados de marzo al trabajo o a la Universidad ya no los vamos a hacer; recuperaremos la normalidad cuando llegue el momento, pero esos viajes -y el combustible para mover los coches- ya se han perdido para siempre.

Así que estoy decidido a emplear ese ahorro de otro modo. Si ese dinero no ha servido para mover la economía, que sirva ahora al menos para mover la solidaridad. Seguro que en las Cáritas parroquiales saben darle un uso mejor al equivalente a lo que hubiera gastado en gasolina en condiciones normales. Están más que necesitados porque el momento es acuciante . De modo que para ellos irán los tres repostajes de este mes que no hice : quién sabe si con ese dinero se salva del apuro a una familia hasta que las aguas vuelvan a su madre.

Al final de todo se trata de echar un pie a tierra y mirar a la cara a los que lo están pasando mal. Y actuar en consecuencia. Qué mejor metáfora que emplear para ello el dinero que tenía que haber servido para moverse . No voy a perder el tiempo en discutir la gestión del Gobierno, las declaraciones de tal o cual ministra o en rebatir o alentar la propaganda de un lado y de otro para movernos a sus posiciones. Lo siento, no me alisto para esa batalla.

Por supuesto que tengo mis ideas y soy capaz de formarme una opinión sobre lo que veo alrededor, pero no encuentro otra manera de poner los pies sobre el terreno que ayudando en lo que esté en mi mano . Sin prejuicios ni apriorismos. Sin pedir nada a cambio ni exigir más que una mínima norma de civilidad. Y todo lo demás, pues ya habrá otro momento de discutirlo.

Ahora, lo que toca, son las botas sobre el terreno. Y embarrarse con el fango o herirse con el alambre de espino . Como hacen los soldados por mucho que los estados mayores diseñen operaciones de precisión: llega un momento en el que lo que importa son «boots on the ground».

En eso estamos. Queden con Dios y, cuando salgan, «tengan cuidado ahí fuera» .

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