coronavirus
Diario de Covid-19 / día 45: «Niños, alegría, esperanza...»
Ojo no vaya a ser que detrás de las críticas por cuatro conductas excesivas se esconda una aversión a los niños y la esperanza que suponen, como si el mundo se derrumbara para siempre con estrépito
«La gente es...» suele ser el encabezamiento de una generalización por la que despeñamos nuestra opinión de tres al cuarto . «La gente es irresponsable» se ha escuchado mucho este domingo, primero en el que los niños han podido salir a darse un paseo de la mano de sus padres. Al fin. Después de 43 días encerrados en casa. Pero bastaron cuatro o cinco fotos con teleobjetivo -no habrá que hacer referencia a la acerba polémica por la fotografía de Bauluz que le valió el Pulitzer , ¿o sí?- para que el debate nacional girara en torno a la irresponsabilidad de los padres que, con su actitud despreocupada, habían puesto en riesgo la exitosa gestión gubernamental contra el coronavirus y los logros colectivos hasta el momento en frenar la propagación de la enfermedad.
Noticias relacionadas
Y venga a repetir las fotos, cada cual con una frase más ingeniosa que el de al lado . O más mordaz. O más enfurruñada, venga a fruncir el ceño y a deducir de una simple foto donde se ve mucha gente agolpada (en la imagen, no sabemos en la realidad) no ya sólo el pronóstico apocalíptico sobre el futuro de la Humanidad, la nación o la comunidad en que uno viva, sino el componente ideológico de quienes aparecían conversando relajadamente no se sabe si conservando la distancia social esa que llaman, la motivación profunda de tal comportamiento y una etiología social de andar por casa que no sirve más que para tirarnos los trastos a la cabeza unos a otros. Todo muy edificante.
Así que lo mejor será alejarse de esa polémica no tan gratuita y centrarse en lo importante . No hay que ser un sociólogo de campanillas para suponer que una abrumadora mayoría de padres cumplió las normas, le dio una vueltecita a los pequeñines de la casa, tomaron el fresco de la mañana o del mediodía y se volvieron a la paz del hogar sin mayor contratiempo. Eso debió de ser la norma, pero nos gusta quedarnos en la excepción. Somos así.
Los abuelos estaba singularmente contentos. Luli me escribió radiante: «Hoy pasan mis nietas en bicicleta por delante de mi casa para que las veamos aunque sea de lejos. ¡Parece que estemos en el antiguo Berlín! Ahora puedo comprender, de verdad, lo que significa empatía. Algo es algo». Y tres cuartos de hora después, allí estaba la foto de las chiquillas montadas en bici charlando con los abuelos: unos por detrás de la verja y otras desde la acera.
Ana lo había expresado de una manera preciosa el día anterior « A mi madre le va a dar mucha vida asomarse a su ventana y ver a los niños pasear. ¡Qué alegría!«. Y hoy, ya después del paseo, remachaba la idea: « ¡Qué alegría el parque de los Príncipes lleno de niños esta mañana! Pronto saldremos de esta».
Y en esos dos mensajes tan simples en apariencia separados por veinticuatro horas está condensado todo lo que encerraba el permiso para romper el enclaustramiento hogareño por espacio de una hora una vez al día acompañado de un adulto para los más pequeños de la casa. Está la alegría de verlos correr por la ciudad, sus voces cantarinas, su impaciencia, su felicidad sin alambiques por volver a pisar la calle. Está no sólo el contento de los niños, sino el gozo que da verlos entusiasmados a sus padres, a sus abuelos y a todas las personas de edad en general. Y luego, de resultas, está la esperanza, la confianza en el futuro representado por los niños , en que todo esto que ahora nos aflige y nos enfrenta también pasará.
Hay una línea que conecta las tres palabras del título de la página de hoy: niños, alegría, esperanza. Estaba en el periódico por la mañana cuando empezaron a entrar las fotos del reportaje sobre el primer paseo de los chiquillos. Raúl Doblado presentó una colección con tal sensibilidad, con tal delicadeza, con tal gusto por presentar la realidad sin deformar, sin trazos gruesos que es muy difícil no sentirse transportado a esos parques en los que niños pelirrojos correteaban detrás de los patos, pequeñines se subían a pretiles de la mano de su madre o simplemente coloreaban con la sutileza de una acuarela el paisaje hasta ese momento deshumanizado.
No es cuestión de caer en generalizaciones tampoco , pero la mayoría de quienes arremetían contra la relajación -hay gente que vive permanentemente empalada- no habían paseado con niños este domingo. Es más, puede que hasta les molesten. Bien porque no han formado familia, bien porque hace mucho que sus vástagos dejaron atrás esa edad. Por eso era más saludable escuchar a los padres de familia .
A Silvia, por ejemplo, a cuyos hijos les tocaron las palmas los vecinos, así, de sopetón, por lo que representan, por la buena noticia que supone verlos corretear otra vez. O a Inés, que volvió del pasito con su renacuaja con dos rosas amarillas preciosas. O a Kevin, que le dio tiempo y lugar en una hora y un kilómetro de visitar a los cuatro abuelos en sus balcones, rezar ante el azulejo del Señor en San Lorenzo y dejar una avemaría a la Soledad a la vuelta de la esquina: «Estoy seguro que todos nuestros niños, cuando sean mayores, estarán muy orgullosos de cómo sus padres y abuelos hicieron todo lo posible para que disfrutasen y siguiesen disfrutando de todo como niños que son aún estando confinados».
Pues sí. Era tan deprimente salir a la calle y cruzarse solo con personas mayores, como si el mundo se hubiera transformado de repente en una cuestión de adultos ceñudos escrutando a los demás, sus motivos para andar por la calle y su cumplimiento de las normas y hubiera olvidado la pureza de la mirada de los pequeños, su capacidad para trascenderlo todo y ver más allá como hace esos padres de familia numerosa que no han parado de dar juego y procurar felicidad aunque fuera a sorbitos a sus hijos: a Bosquete, a Reyes y a Marta; a María, a Patricio y a Rodrigo; y a Carlos, Matías y Marcos .
Nos hacía falta llevarnos una alegría como la de hoy con los niños estrenando abril como un día de Reyes, regalándonos ganas de vivir a los mayores y optimismo en que todo saldrá bien. Aunque nos hayamos excedido un poco en la confraterniza con y no se haya respetado a rajatabla la distancia. Aunque todo eso haya pasado y, con ser más o menos grave, ya habrá tiempo de corregirlo.
Pero necesitábamos la ilusión que representan nuestros chiquillos . Estábamos faltos de la esperanza que representan. Ojo no vaya a ser que detrás de las críticas por cuatro conductas excesivas se esconda una aversión a los niños y la esperanza que suponen, como si el mundo se derrumbara para siempre con estrépito sobre nuestras cabezas. Seguro que mañana somos capaces de hacerlo mejor . También de no verlo negro del todo . También de entender a los demás sin juzgar por apariencias. También de proveernos de mascarillas que el Gobierno ha desistido de proporcionar a la ciudadanía. También de soñar con que saldremos adelante.
Hasta entonces, tanto si van a salir con niños como si no, « tengan cuidado ahí fuera» .