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Diario de Covid-19 / día 42: «Todo está en los libros»
Cada libro de la estantería me hablaba no solo del momento en que lo leí, sino de las personas con las que me he cruzado en la vida, de las circunstancias en que llegó a mí, del tiempo que le dediqué...
Se celebra el Día del Libro con las librerías y las bibliotecas cerradas . No son esenciales para la comunidad. Bueno, sí, se puede solicitar un préstamo de libro electrónico y se puede hacer un pedido de libros, pero no es lo mismo. En todos los medios -escritos y audiovisuales- dedican páginas y minutos a glosar el libro, a entrevistar a autores, a darle voz a lectores... Joan Margarit , el primer premio Cervantes que se queda sin recoger el galardón , recita un poema suyo y Miguel Poveda le da réplica en un experimento cultural que queda más bien como un postizo, pero se agradece la idea.
Lo mejor sobre los libros se lo leí esta mañana a Pablo D'Ors en su cuenta de una red social. Decía: «El libro es probablemente el mejor símbolo de la interioridad . Nada ha alimentado tanto mi alma como los libros. Leer es un acto contemplativo y creativo que nos ayuda a ser quien en realidad somos«. A D'Ors lo entrevisté hace algunos años cuando vino a Sevilla presentando su «Biografía del silencio» y después de la charla en el Aula de Cultura compartimos cena, con Álvaro y con Paco -ay, con Paco- de lo más gratificante.
Pero sí. El libro -del más modesto al más encumbrado- nos hace por dentro, nos forma como el alfarero crea un cántaro a partir de la pella que tiene entre manos. Nosotros nos formamos a partir de todo el material que le acarreamos al espíritu en forma de lectura. No concibo la vida sin libros. Salvo periodos de mucho trabajo en que la tarea en el periódico me ocupaba la mayor parte del tiempo, siempre he leído. O releído: uno de los placeres que solo se saborea con la edad.
En este confinamiento me ha pasado con la «Odisea» , de la que yo guardaba apenas el recuerdo de un relato de aventuras más o menos -también me ha pasado con el Quijote , ya que estamos a 23 de abril- hasta que descubres que contiene todos los grandes temas de la vida del hombre : la relación paterno-filial, el reconocimiento por los otros, la fidelidad al propio ideal de vida, el amor y la muerte. Todas esas cuestiones cuyo examen necesariamente no puede ser el mismo a los veinte, que a los cuarenta o que a los cincuenta años.
Porque no hay un libro que influya de la misma manera en dos personas diferentes. Ni él mismo libro lo leemos del mismo modo a una edad que a otra . Obras que se nos atragantaron o que leímos como quien se toma un purgante, sin saborearlas mirando únicamente el fondo del vaso, proporcionan ahora días completos de satisfacción.
No hay nada que cultive más la intimidad que un libro . Solo se me ocurre algo todavía mejor: la escritura. Porque en el oficio de lector, tenemos pautado el camino por el que discurre nuestra interioridad, la calzada amojonada por la que el autor ha construido su relato. Pero la escritura es el territorio de la libertad, como aquellos pioneros del Lejano Oeste que parcelaban los lotes de tierra por orden de llegada a la tierra prometida. Y trazas tu escritura como quien camina por una duna virgen, apenas dejando huella que el viento se encargará de borrar a los cinco minutos.
Creo que ese reconocimiento es mucho más profundo de lo que imaginamos, incluso los que escribimos. Luli me felicitoó el día de una manera especial: «En este día de San Jorge, felicidades a todos los que tenéis el don de escribir . Ahora que tanto se busca una vacuna, un libro protege e ilumina contra todos los miedos , incluida la muerte«.
No sé cuánto de eficaz es esa vacuna que pasaporta al autor hacia esa otra vida que constituye la inmortalidad de la obra clásica que nunca pasa de moda y a la que siempre se recurre. En el fondo, en todo autor late esa pulsión de perpetuarse a través de su escritura, de pervivir más allá de su muerte a través de la obra creada. Algo así me dijo Chelo el otro día cuando me pasó unas primorosas cuartillas con una historia propia que está pidiendo pista de aterrizaje aunque todavía esté dando vueltas en el aire y en la cabeza de su autora: «Las cosas que se viven en primera persona y son para bien de muchos, siempre encuentran el cauce para ser contadas» . Y acababa dándome a mí las gracias por la atención y el tiempo que le había dedicado a leerla. ¿No es enternecedor que en torno a un libro -su lectura o su escritura- se tejen maravillosas historias de gratitud? Porque es un territorio en el que ha quedado abolido definitivamente el reproche: solo se recuerdan los buenos libros y a los amigos que están ligados a ellos.
Luis me puso al principio de mes la foto de la portada de un libro que había encontrado en el zafarrancho en que las mujeres de su vida habían convertido la casa en pleno encierro. «Y me ha entristecido pensar que no se lo puedo devolver a su dueño, uno de los mejores seres humanos que me he cruzado en mi vida, Juan Guillén Torralba . Me he acordado de ti con el descubrimiento«. El mensaje me dio para caer en el pensamiento opuesto: los libros que presté que ya no me devolverán porque el lector al que iban dirigidos ya no está entre nosotros.
Es verdad. Muchos libros están asociados en la memoria personal a personas concretas . Quien nos lo prestó, quien nos lo recomendó, a quien se lo dejamos o se lo regalamos. En este tiempo de obligado enclaustramiento me ha dado por poner en orden las estanterías de casa. No son grandes bibliotecas, pero acumulo un número de libros considerable que conviene tener a raya y ordenados para que me se desmanden y acaben formando pilas en el sitio más insospechado.
Qué provechosa me ha resultado la tarea. Porque cada libro me hablaba no solo del momento en que lo leí -tengo grabados veranos enteros con este o aquel volumen en las manos- sino de las personas con las que me he cruzado en la vida , de las circunstancias en que llegó a mí, del tiempo que le dediqué. Y era tan gratificante volver a revivir por unos instantes aquel tiempo, no necesariamente mejor, pero sí propio, indestructiblemente mío, esa interioridad con la que nos hemos hecho por dentro a base de lecturas.
José Antonio llamó para preguntar, para saber de nosotros y para interesarse por un libro que me había prestado antes del obligado aislamiento social impuesto por las autoridades. Y, de paso, me recomendó la lectura de otro volumen en la misma línea del que me había dejado: «Es de lectura obligada para un intelectual de nuestro tiempo que esté en nuestra onda» . Apuntado queda.
Borges dijo que lo que nos define no son los libros que escribimos sino los que hemos leído . Viniendo de alguien que se había encalomado entre pecho y espalda las sagas islandesas suena a sarcasmo puro. Pero no. Es verdad. Somos lo que leemos. Somos, por dentro, como nos han hecho los libros que hemos leído .
Aún queda tiempo de confinamiento. Todavía podemos devorar «Guerra y paz», por lo menos . Que ustedes lo lean bien. No hace falta salir a la calle para hacerlo. Pero si finalmente salen, ya saben: «Tengan cuidado ahí fuera».
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