CORONAVIRUS

Diario de Covid-19 / día 36: «Plan para resucitar»

Frente a esa caterva de ruines, los niños: inocentes, con su sonrisa permanentemente pintada o su llantina como un nublado que descarga para que vuelva a salir el sol de la alegría

Un chiquillo sale a aplaudir a su balcón durante el confinamiento ABC

Javier Rubio

El gran debate nacional -bueno, uno de ellos, que hay muchos frentes abiertos- es si los niños pueden salir a la calle a que les de el aire y el sol después de cinco semanas en el globo de un encierro para el que no se vislumbra horizonte. En el telediario hablan de «desescalada» cuando quieren decir abandonar el confinamiento, salir y pasear , por ejemplo. Así suena más técnico, más aséptico, menos engorroso. Pero como nadie parece tener un plan, todo se va en discusión a mamporros, algo tan patrio como eso, por otro lado, en el que unos y otros se atizan a garrotazos mientras tienen las piernas enterradas para no escapar de sus propias posiciones.

Manolo me sugiere una explicación a la saña que detecta alrededor en unos combates dialécticos cada día más acerbos en el que las razones del otro -no importa cuáles- son sistemáticamente aplastadas porque no son mías. «Esta crisis nos ha puesto una lupa encima a todos de manera que aumenta lo que de verdad somos . Sin maquillaje ni peluquería. Sin marketing. Los vagos son más vagos. Los menteplanas, más menteplanas. Los ruines, más ruines . También me vale la teoría para la contraparte: los sensatos, los honorables y los entregados al bien común«.

Sí, es probable que todo esto no haya hecho más que acentuar los rasgos de personalidad de cada uno, como la vejez va descarnando los músculos de las habilidades sociales y deja al descubierto los huesos psicológicos de las personas. Por eso hay que volver a la niñez, a disfrutar como enanos. Como el pequeño Gabriel , al que veo muerto de risa porque está desparramando los juguetes de una bolsa con tanto ímpetu halando de la bolsa que se cae de culo y se ríe. De sí mismo, de los juguetes, de la culada, de la bolsa, de lo que sea.

Como María, que justo cumple dos añitos y nos manda un beso inocente llevándose la manita gordezuela a la boca, formalita y sentada con sus grandes gafas de sol sujetándole la cabellera encrespada como la de un león. La veo en otra foto hojeando el periódico al final de un duro día en el que no ha dejado títere con cabeza en el salón familiar y todo está por medio, donde cayó. Qué más da.

Como Carlota, que va a doblar el primer año de vida encerrada con sus padres el aniversario de la Revolución de los Claveles (aplico reglas nemotécnicas para recordar los cumpleaños de tanto sobrino nieto) o como Patricio, que entró a gatas en el confinamiento y, a poco que se prolongue, va a salir andando.

Cómo recordarán ellos este tiempo cuando sean mayores. Qué memoria guardarán de la primavera de 2020 . Cómo será su mundo cuando ellos tengan mi edad: qué virus estarán circulando entonces, cómo se les habrá combatido, qué profilaxis se hará... Incluso, cuál de ellos será un eminente científico o cuál de ellos se encargará de hacerle la vida un poco más amable a los demás. El caso es que los ruines no se salgan con la suya.

Y últimamente se ve tanta ruindad... Te asomas un rato a las redes sociales y solo hay denuestos, imprecaciones gruesas de todos contra todos , hay tan pocos empeñados en arrimar el hombro y no meter palos en las ruedas para que la carreta se destroce...

Quienes no quieren ver el sufrimiento de las casi 20.000 muertes y quienes quieren que obsesivamente solo se hable del luto ; quienes se tiran los bulos de un lado y de otro a la cabeza , a dar, como si estuvieran en trincheras enfrentadas; quienes r eparten soluciones para todo pero sin haber probado ninguna , como arbitristas de nuevo cuño; quienes exigen a voz en cuello la resolución de su problema por encima del del vecino; quienes delegan el problema pero siempre tienen dispuesta una solución ...

Y frente a esa caterva, los críos . Inocentes, con su sonrisa permanentemente pintada o su llantina como un nublado que descarga para que vuelva a salir el sol de la alegría. Qué terrible paradoja: estar alegres en medio de tanta tristeza . Y, sin embargo, eso es el tiempo de la Pascua, hoy viernes in albis , la alegría de resucitar. En los niños. Y todos lo fuimos alguna vez.

Francisco ha escrito de puño y letra una bella meditación sobre la alegría de la Pascua que es el primer artículo que escribe como Papa para una revista, Vida nueva , que ha titulado así: «Plan para resucitar» . Llama a desarrollar los anticuerpos de la justicia, la caridad y la solidaridad para el día que tengamos que salir a reconstruir lo que la pandemia ha echado abajo. Es una reflexión a propósito del tiempo pascual de no mucha exquisitez teológica, pero de indudable cercanía pastoral. Es lo que diría un cura de pueblo a sus feligreses , angustiados como lo estaban las mujeres del primer día después del sábado mientras iban de camino: ¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?

Basta una rendija, dice el Papa, para que la unción del Resucitado se expanda. Y nos permita mirar cara a cara las otras epidemias de nuestro mundo: el hambre, la guerra, la soledad, la devastación de la naturaleza... Francisco llama a construir la civilización del amor que es una «civilización de la esperanza, contra la angustia y el miedo , la revistera y el desaliento, la pasividad y el cansancio«.

Para conseguirlo, el Papa no propugna ninguna receta. Tampoco le corresponde. Cada sociedad buscará la suya. Pero se atreve a sugerir quizá aquello de lo que más necesitados estamos en estos momentos: la alegría . La alegría sensata, serena y comedida de quien sabe que la Vida se abrirá paso entre tanta muerte. La alegría de nuestros pequeñajos, capaces de reírse hasta de su sombra y recomenzar cada día como el regalo que realmente es. Mi plan pasa por los niños... aunque no los dejen salir a la calle.

Para todos a los que nos dejan salir, recuerden: « Tengan cuidado ahí fuera ».

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