CORONAVIRUS

Diario de Covid-19 / día 29: «Dando la matraca»

El peligro del confinamiento es que todo el dolor que sabemos que está originando la pandemia nos llegue amortiguado por las pantallas en las que contemplamos la realidad

La matraca de la Catedral de Toledo restaurada para que suene otra vez ABC

Javier Rubio

Ya no suena la matraca. Por supuesto, no suenan las campanas, pero tampoco la matraca . Por eso me llamó tanto la atención que la usaran en el oficio de la parroquia de las Flores cuando el sacerdote, revestido con paño humeral, trajo el copón con la reserva para repartir la comunión. Hacía un montón de tiempo que no percibía su ruido desagradable. Es lo que se llama dar la matraca, que en la celebración del Viernes Santo sustituía a las campanas con un sonido parecido al de cangilones rebotando . Las bandas de música con solera todavía destensan la tripa del tambor para que al rufar suene destemplado. O sea, cajas destempladas con las que se despide a alguien que importuna o cuya presencia resulta incómoda.

De chico, creo recordar que por casa había alguna matraca no sé muy bien de qué. Y recuerdo, eso sí, una especie de carrañaca que Cola-Cao regalaba para animar los Juegos Olímpicos de Montreal'76 . Simulaba ser la figura de un castor verde en el que la cola hacía de mango para girar el eje dentado que al chocar con una pestañita producía un ruido muy molesto. Son los juegos de Comaneci, pero también los del Caballo Juantorena , aquel portento cubano que se impuso en el 400 y en el 800, proeza que ya nadie más ha repetido.

Vaya, esta página de hoy ha tomado el color amarillento de la nostalgia. En parte porque los niños de hoy ya no hacen sonar la matraca, que era el único ruido consentido en las casas, de luto por la muerte del Señor como marcaba la liturgia del día. Mis sobrinos nietos se entretienen en el confinamiento disfrazándose . La chiquitina, de médico como su madre ya mismo. Y los otros, uno de Cristo con la cruz (de cartón) a cuestas y la otra de dolorosa. El día anterior, los habían vestido de mantilla y con corbata: estaban notables. Así van pasando los días. ¿No van a estar disfrutando?

Marta me envió una foto de un sobrino suyo que no pudo resistir la tentación y se vistió con la túnica de la Macarena este viernes por la mañana. Mi hermano y yo hacíamos lo propio con la túnica de la Esperanza de Huelva de mi padre y jugábamos en casa sin mayor pretensión. Luego, se ha elaborado toda una reflexión teórica sobre la túnica del nazareno que suena un pelín exagerada. Las cuestiones materiales no deben superponerse a las espirituales.

Muchas veces, pienso que doy la matraca con mis reflexiones «espirituales», porque no espero que todo el mundo demuestre parecido entusiasmo por cuestiones trascendentales. Más de uno me llama místico. Pero yo siempre les respondo con el aserto de Karl Rahner , el teólogo jesuita clave del Vaticano II: «El cristiano del siglo XXI será místico o no será» . Afinando más, podríamos decir que el carisma de este tiempo que nos ha tocado vivir no es otro que eso tan ignaciano de ser contemplativos en la acción.

Esa misma reflexión me la he encontrado en los capítulos finales del libro de Pagola que me prestó José Antonio a propósito, precisamente, de la cruz cuya adoración centra el oficio religioso del Viernes Santo. Se trata de un párrafo premonitorio escrito hace una década, pero que cobra plena actualidad en estos momentos. Digamos que su significado se ha completado en plenitud: «Los expertos nos alertan sobre el nuevo 'privatismo' que se extiende hoy por Europa. Triunfa el culto a lo virtual y se desvanece la capacidad de percibir la realidad doliente del entorno , no por falta de información, sino por exceso. Cada vez son más los que se acostumbran a seguir el curso vertiginoso de los acontecimientos de forma distraída y 'voyeurista', encerrándose detrás de su televisor, ajenos a todo sufrimiento que no sea el suyo».

Exacto. En este tiempo de aislamiento, todavía más. Nos llega el eco de las noticias como un ruido de fondo que adormece: las cifras diarias de muertos, de contagiados o de curados las seguimos pendientes de una gráfica, de la famosa curva de la función exponencial, pero nos olvidamos de que está formada por personas, que detrás de cada número hay un padecimiento en forma de fallecimiento, de enfermedad o de ruina económica.

Por eso casi se me saltan las lágrimas cuando el oficiante hizo mención a los que ganan «tres perras vendiendo en los mercadillos, los chatarreros que hurgan en nuestros cubos de basura o los que duermen en los soportales de los centros comerciales«. Todos los desheredados que nunca salen en la tele. Y, si salen, es únicamente para usarlos como ariete de confrontación.

Encerrados en casa, el mundo se reduce a lo que nos llegue a través de los medios, predominantemente digitales . Por eso mi ayuno de Viernes Santo consistió en no seguir las noticias en televisión, lo que en un periodista es asimilable a un yonqui que renuncia a su dosis diaria.

Cuando los sacristanes hacían voltear la matraca y los monaguillos tocaban las carrañacas, el conocimiento de la pobreza, de las necesidades materiales, era directo : todo el mundo conocía a los pobres de su calle, a la gente que peor lo pasaba y a la que había que ayudar de una manera honesta sin paternalismo ni superioridad. Se les socorría porque tenían nombres y apellidos . Todavía sigue pasando en los barrios populares. Pero el riesgo del confinamiento es justo ese.

Que nos quedemos mentalmente aislados, consumidos en nuestras propias preocupaciones que van a empezar a aflorar ya mismo, ahora que va a cumplirse el primer mes metidos en casa. El peligro es que todo el dolor que sabemos que está originando la pandemia nos llegue amortiguado por las pantallas en las que contemplamos la realidad . Lo mejor para luchar contra el sufrimiento, así en abstracto, es socorrer a alguien que sufre, así en concreto. De otro modo, corremos el riesgo de desentendemos de su dolor o de exceder la importancia del nuestro propio.

No me resisto a copiar otro párrafo del mismo libro bajo el epígrafe de «La cruz, memoria de los crucificados»: «De ahí la necesidad de 'plantar' de nuevo en el centro del cristianismo la cruz, 'memoria' conmovedora de un 'Dios crucificado' y recuerdo permanente de todos los que sufren de manera inocente e injusta. El grito del Crucificado no es virtual. Introduce en nuestras vidas y en nuestra religión el dolor de todas las víctimas olvidadas y abandonadas a su suerte».

Y termino: «En este 'Dios crucificado' está toda la grandeza y la vulnerabilidad del cristianismo. Buda se encontró con el sufrimiento humano, pero terminó refugiándose en su interioridad para vivir una 'mística de ojos cerrados', atenta a su mundo interior. Jesús, por el contrario, vive una 'mística de ojos abiertos', atenta y responsable ante todo el que sufre« . Qué mejor jornada para empezar a ensayar esa «mística de ojos abiertos» que el día en que hemos adorado virtualmente y en silencio la cruz en el salón de casa, convertida más que nunca en Iglesia doméstica.

Espero no haber dado mucho la matraca . El lector de este diario queda facilitado, en cualquier caso y sin necesidad de mayores explicaciones, para despedirme ipso facto con cajas destempladas.

Como siempre, « tengan cuidado ahí fuera », pero hoy más que nunca, « cuiden a los de ahí fuera ».

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