Coronavirus
Diario de Covid-19 / día 26: «¿Qué estamos haciendo?»
Creo que hemos empezado a traspasar una línea que solo conduce a la saña: hemos empezado a echarnos los muertos en cara
Llama Ignacio alarmado. Haciéndose la cena, me dice, con ese tono que adoptamos para hablar de las cosas serias mientras estamos enfrascados en otras que no lo son tanto. «¡Qué poco dura la alegría en casa de los pobres!», me dice. Y le digo que es verdad, pero que tenemos que confiar, y que ya se verá y que bueno, que no se ponga en lo peor... Y toda la felicidad que me había dado la videoconferencia con todo el grupo de la parroquia se evapora y no me queda más que la sensación de que una losa inmensa nos aplasta y no nos deja levantar la cabeza.
Fue bonita la videoconferencia hasta que me quedé sin batería. Mar se empeñó y consiguió que nos viéramos todos: Cristina y José Luis, Raquel y Mané, Gonzalo y Sonia, Alberto y Silvia, Mar y Antonio, Maricarmen y Juan Antonio, Leonardo y un servidor. Cada uno con sus circunstancias: las clases, los ERTE, las toneladas de aceite que se exportan, quinientos metros de TNT para hacer mascarillas , los aprobados generales, el teletrabajo, los exámenes en Ingenieros, el acopio de material para las obras cuando se reanuden, la gimnasia hogareña, el rodillo para la bicicleta fija, las tareas del hogar, los hijos, los pedidos de la farmacia... la vida de una pequeña comunidad que reza unida los unos por los otros. Muy impresionados por el gesto de Macarena . Punto y aparte.
Me paso el día escribiendo en el periódico. Puede ser una columna más o menos política sobre la actualidad, una crónica en la que se admite cierta pluma sobre la jornada de la Semana Santa sin procesiones y otras minucias, entrevistas, reportajes, etcétera. Manejo información digamos «profesional» . Por la noche escribo este diario. Pero antes me doy una vuelta por las redes sociales y me doy cuenta, por la información «amateur», de la barahúnda que tenemos formada . Me doy cuenta del odio que destilan muchas intervenciones, de cómo unos tratan de imponerse a otros.
Creo que hemos empezado a traspasar una línea que solo conduce a la saña. De eso sabemos mucho en este solar patrio. Hemos empezado a echarnos los muertos en cara : los de aquí contra los de allí, los que quieren que se vean las fotos de los ataúdes contra los que tratan de ocultarlas, los que critican en el de enfrente todo lo que les devuelve el espejo, los que reprochan y gritan para no escuchar ni los reproches ni los gritos de los que están en la otra acera. Pero los muertos se murieron solo una vez. Y les importó una higa a quién podía culparse de su muerte o quién podría beneficiarse. Se murieron. De una vez para siempre. Punto, no hay más que hablar.
Por eso valoro tanto lo que ha hecho mi amiga. Dónde hacen falta dos manos. No hay más preguntas , no le interesa nada más, no quiere saber otra cosa. Dime qué tengo que hacer. Y se ha puesto a hacerlo. Con un par. De manos. Porque no podrá parar la pandemia, ni podrá curar a todos los ancianitos -Dios quiera que sí-, ni resolverá la situación en Madrid, pero menos se hace lanzando exabruptos y metiendo el palo entre las ruedas para que el carro se estrelle.
Héroes. No se nos cae la palabra de la boca. Todos son héroes . Los médicos, los enfermeros, las cajeras del supermercado, los camioneros, los niños, nosotros mismos que tenemos abastecida la despensa y nos funciona el wifi. Vale, otra palabra desgastada. Ahora se la aplicamos a la generación de los mayores y componemos bellos discursos sobre el sufrimiento de la posguerra. Me gusta decir que la prosperidad de la que mi generación ha disfrutado se cargó sobre las espaldas de las madres de los años 60. Sí, esas santas de la puerta de al lado que están muriendo solas y desasistidas en las residencias de ancianos.
Rafael me dejó hace unos días una reflexión escrita en el viento: ¿ Por qué no están los mayores con sus familias en lugar de en las residencias?, ¿por qué delegamos en otros, públicos o privados, la responsabilidad de cuidarlos? Sí, hay casos y casos. Sí, la atención profesionalizada y todo lo que queramos, pero quién no le hubiera hecho hueco en su casa para pasar el confinamiento a una madre, un padre, un tío, un abuelo de haber sabido la que se venía encima. No sé si mi argumento es demagógico, pido perdón si alguien se siente ofendido, no es esa mi intención.
Julio me apuntó ayer algo parecido: «De las muchas cosas que vamos a cambiar cuando 'todoestotermine' es que respetaremos más a nuestros ancianos , mucho más que antes... cosa, por otra parte, nada difícil«. Dios lo haga. Y sepamos mostrarle nuestra gratitud por su valioso testimonio. No es que tengamos que agradecerles los desvelos que se tomaron con nosotros cuando éramos unos mocosos, es que tenemos que darle las gracias porque nos permiten mostrarles compasión, expresarles el amor con que los admiramos, que es solo una parte infinitesimal de la misericordia con que los contempla Dios. No seamos tan mezquinos de calibrar la utilidad de las personas por lo que hicieron o dejaron de hacer con nosotros . Son valiosas porque sí, porque nos hacen vivir para los demás.
Esos ancianos que han muerto - uno de cada tres fallecidos , impresiona dicho así- eran como el pajarillo que los mineros bajaban a la galería carbonífera para que avisara con su muerte del peligrosísimo escape de grisú a tiempo de poder escapar. Todos esos mayores que nos estamos echando en cara -que servirán de arma arrojadiza en el debate político en las próximas semanas, que servirán para procesar a algunos responsables de residencias en algún caso, para exigir una cobertura pública de la que carecemos, para denigrar el trabajo esforzado y silencioso de quienes les dan de comer y los duchan, para endurecer las regulaciones legales en cualquier caso- nos han avisado del escape de grisú inminente en una sociedad a punto de estallar .
Y si no ha explotado ya es porque la forman personas como Macarena, que se levanta del sillón, renuncia a su comodidad, prescinde de la seguridad del hogar y se va a hacer lo que se pueda . ¿Qué estamos haciendo? No quiero que nadie me conteste, no quiero que las respuestas sirvan para escalar la animadversión entre un bando y otro. Quiero mirarme a mí mismo y preguntarme qué estoy haciendo . Solo eso. Qué hago para que a mi alrededor el mundo sea un poco menos injusto y los hideputas no se salgan con la suya.
¿Qué estamos haciendo? No hay más preguntas, señoría . En el atardecer de nuestra vida, en ese otoño que era dorado para todos esos ancianos que nos ha robado el coronavirus convertido de repente en gélido invierno, nos examinarán de una única cuestión . Y nos dan la pregunta por anticipado, podemos copiar, usar chuletas, todo a nuestro favor: ¿cuánto amor procuraste?
Aquí lo dejo. El día no da para más. Solo para una última recomendación que hoy voy a desdoblar. Para los que tengan que salir, ya saben: « Tengan cuidado ahí fuera «. Para los viejitos que están en los asilos, » tengan cuidado ahí dentro «.
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