CORONAVIRUS
Diario de Covid-19 / día 22: «Algo en que creer»
En el fondo, la pandemia del coronavirus está cuestionando la forma en que aceptamos y superamos el sufrimiento conforme a nuestras propias creencias
Llegó el Viernes de Dolores. Alguien santificó la jornada haciendo torrijas. El olor dulzón de la melaza se colaba por el ojo de patio . En el almuerzo, mis hijas me recordaron que siempre he dicho que es la jornada más complicada para el tráfico en Sevilla . «Solo por detrás del día de la Cabalgata de Reyes Magos el 5 de enero», repuse. Pero hoy no se ha movido nadie de su sitio. Fui a tirar basura, eso fue todo nuestro contacto con el exterior, aunque las niñas subieron a la azotea a tender y a recoger la ropa y aprovecharon para airearse un poco.
La familia extendida tenía el corazón dividido: unos estábamos siguiendo la función principal del Valle , desde la iglesia de la Anunciación, y otros la misa delante del paso de la Misión en la parroquia del Claret. Solo que no había paso montado en Heliópolis ni protestación de fe masiva en la Encarnación . Por la tarde, la parroquia de San Juan Pablo II inició sus emisiones en streaming con la misa de la tarde seguida por una cuarentena de personas, el doble más o menos de las que acuden a diario.
El día anterior, cuando practicaba yoga dinámico con Marta, me sorprendió que la monitora pidiese tener una intención al empezar la clase. Yo creía que las intenciones se tenían en misa, no sé, por un amigo que está grave para que mejore o en sufragio por el alma de un fallecido, pero ahora veo que el yoga también admite intenciones aunque sean autotrascendentes, sin abrirse al misterio que significa el Otro, encerrándose en la propia conciencia. A mí me sirvió para desentumecer los músculos de la espalda , o sea.
Al final, todo se resume en tener algo en que creer. No como un amuleto o una muleta espiritual, sino algo que dota de sentido la propia vida. Una crisis sanitaria como la presente pone a prueba la capacidad de encaje de una situación anómala. En el fondo, la pandemia del coronavirus está cuestionando la forma en que aceptamos y superamos el sufrimiento , conforme a nuestras propias creencias. Nos habíamos hecho a la idea de sobrellevarlo, encapsularlo e incluso eliminarlo, pero de nuevo lo tenemos encima. Y no hay manera de soltarse de él.
Marta me contó el caso alguien conocido de una amiga suya que ha enterrado a los dos padres con nueve días de diferencia . Maldita enfermedad. José Antonio llamó respondiendo a un mensaje mío, lleva dos semanas al pie de la cama de un hijo, hospitalizado de urgencia por neumonía aunque dio negativo en Covid-19. Hace cálculos de poder salir en Semana Santa a recluirse en el hogar.
Sufren los padres por los hijos, sufren los hijos por los padres, sufre un país entero que no está hecho a enterrar a sus nacionales de mil en mil por día. Resulta imposible sustraerse a una tragedia a cuyo lado quedarse dos semanas más en casa sin salir parece un sacrificio insignificante. Algo en que creer .
Sin imposiciones, sin apriorismos, sin menosprecios... Hablo de una serie de televisión que María José y yo hemos terminado de ver estos días. Nos la recomendó Luis, al que reconozco el tino con las series tanto como con los libros. Nos enganchó desde el primer momento a pesar de que, de entrada, suena tan exótica como una historia turbulenta de parejas en el seno de una familia de pastores luteranos de la Iglesia Nacional Danesa. Nunca lo hubiera imaginado.
Hay muchas subtramas en paralelo por debajo del tema principal de la serie televisiva que no es otro que la culpa, el perdón y cómo el amor nos redime . Pero las creencias están tratadas de un modo respetuoso, sin caricaturas ni estereotipos desfasados, y los personajes, bien construidos con un montón de aristas y ángulos afilados con los que se cortan y se hacen daño los unos a los otros. Tal como la vida misma.
Me ha llamado la atención la universalidad de ciertas cuestiones que uno cree circunscritas a la Iglesia de Roma como el kerigma, la transmisión de la fe, la misión evangelizadora, el diálogo interreligioso o los conflictos morales que se derivan de una vivencia comprometida de la fe. Pero jamás había visto abordar en ninguna producción audiovisual el ¡don de lenguas! de una manera tan delicada y exenta de prejuicios racionalistas que se me antoja impensable para los guionistas españoles, expertos en la mofa y befa del hecho religioso en particular y en componer personajes planos exentos de matices en general. De hecho, ya es llamativo que se presente esa extraña situación en una ceremonia de Pentecostés en una confesión determinista en la que afloran más puntos en común con nuestro catolicismo meridional que lo que dicta la historia.
Al fondo de todo el argumento late un conflicto paterno-filial que no es ni más ni menos que el de la humanidad con Dios . Ahí Job tiene algo que decirnos. No es el santo de la paciencia como lo hemos dibujado a grandes rasgos, sino el hombre que confía en Dios y que exige, rebelado y encarado con la divinidad, una explicación al sufrimiento que lo atormenta. Exactamente como nosotros en este doloroso trance.
Los judíos -los tres colegas que tratan de que Job entre en razón- explicaban el sufrimiento por los méritos acumulados en función de los cuales Yahvé premiaba a los justos y castigaba a los impíos . Pero Job no se ha apartado un milímetro de lo dispuesto en los preceptos mosaicos y, sin embargo, la desgracia se ceba con él. Cómo es posible. Ese libro pasa por ser el más importante del Antiguo Testamento porque está abriendo las puertas a una nueva relación con la divinidad no medida en los términos tradicionales de retribución, sino de aceptación de una voluntad que trasciende al hombre.
Job tiene mucho que enseñarnos en la presente crisis. También su malestar, que es el nuestro. También su grito pendenciero hacia Dios, al que quiere sentar en un tribunal por un tormento que no entiende como nosotros no entendemos el daño que nos causa una molécula recubierta de grasa. También las respuestas airadas de un Dios que es mayor que la imagen que el hombre puede fabricarse .
Lo dejo aquí por hoy -creo que me he ido por las ramas- por si alguien se interesa por ver la serie televisiva , en Movistar+ hasta noviembre, o leer el libro de Job, en abierto hasta el fin de los tiempos. Cualquiera de las dos valen para pensar en la Semana Santa que estamos a punto de iniciar . No es que me pase todo el día dándole vueltas a lo mismo. A la hora de cenar topamos en un canal de los muchos que hay con la reposición de «El mundo es nuestro» y estuvimos riéndonos los cuatro a mandíbula batiente con gags que recordábamos o que, de las mismas carcajadas con que acompañamos su visión otras veces, no habíamos llegado a captar. La noche acabó con una partida de Trivial. Nuestras vidas siempre son así: oscilan de lo trascendental a lo trivial en un camino de ida y vuelta.
Mañana será otro día, nos prolongarán el encierro y nos impondrán mascarillas que son incapaces de proveer ni para el personal sanitario. Así que aquí seguiremos, si Dios quiere. Como diría Job: «Si aceptamos de Dios los bienes, cómo no vamos a aceptar los males» . Ya saben: « Tengan cuidado ahí fuera «.
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