Coronavirus
Diario de Covid-19 / día 21: «Siempre, esperanza»
Vendrán más sacrificios, por supuesto, y conviene que nos vayamos preparando pero no a costa de sálvese quien pueda; que se nos vaya metiendo en la cabeza
Covid-19 día 21
Esperanza. Más que nunca. Lo proclama la que está en el Arco desde la portada de la revista «Pasión en Sevilla» que hoy se ha puesto a la venta. Esperanza y ya está dicho todo . Pero ese mensaje significaba una cosa cuando se eligió para la portada y ahora tiene otro significado. Solemos decir que hay esperanza mientras hay vida, pero no hemos entendido nada entonces; es exactamente al contrario: hay vida mientras haya esperanza , mientras no nos demos por derrotados y perdamos toda confianza en que el día que despunte será mejor que el que declina, que a la semana que entra le sacaremos más provecho que a la que se va.
Esperanza. Qué otra cosa podemos aportar. Primero, muy temprano, Antonio: «El lunes, mi tía, la mujer del único hermano de mi madre, murió por la pandemia. Estaba en el hotel Alcora , la habían trasladado allí hacía un par de días. Tenía el virus aunque estaba asintomática. Y el mismo lunes se puso inquieta y murió. Ayer por la mañana la incineraron y nos han prohibido estar los familiares presentes tanto el día de la muerte como ayer. Todo realmente triste. Rezad por ella y tenedla presente en la Eucaristía. Un abrazo».
Luego, a media mañana, María José: «Esta noche ha fallecido la suegra de mi primo. Una penita porque ha muerto en su residencia de ancianos. Un beso«. Le dije que rezaba por ella. »Es lo único que podemos hacer. Están tristísimos«.
Dos días antes, Francisco reflexionaba en voz alta: «Lo que tiene que ser saber que se está muriendo una familiar inmediato y no poder estar con él «. Pues sí, empezamos a intuirlo conforme la enfermedad acechante se acerca y la desnarigada va reclutando conscriptos para su leva forzosa. Durísimo . Esta mañana leía un emocionante artículo de un obispo auxiliar de Madrid que fue a visitar la morgue provisional del Palacio de Hielo y rezó allí por las almas de los difuntos y el consuelo de las familias.
En circunstancias normales, ni Antonio ni María José ni Francisco me hubieran sacado el tema, pero el aislamiento todo lo trastoca, incluidos los ritos de tránsito. Nacen los críos y nadie va a darles la bienvenida; mueren los viejos y nadie va a darles la despedida . Dios mío, qué solos se quedan los muertos.
Por eso hay que agarrarse a la esperanza. Los matemáticos ya han calculado cuándo será el pico máximo en las unidades de cuidados intensivos y todo parece ir adoptando un aire de cansina rutina: los datos diarios a la misma hora, las frías estadísticas tras las que se esconden personas de carne y hueso a las que el virus les ha segado la hierba bajo los pies hasta derribarlas con estrépito.
Hoy hemos tenido ración doble de números. Porque a la plusmarca de fallecidos, rozando el millar en toda España -¡un millar de muertos por una misma dolencia en un solo día en tiempos de paz!-, se unieron las cifras del paro con la bochornosa explicación de la ministra del ramo entre risitas de jovencita asustada y reprimendas de profesora sabihonda . Y detrás de esos números de quienes han perdido su empleo y no ingresarán un sueldo a fin de mes, hay familias. Con nombres y apellidos. Y neveras vacías y estómagos por llenar.
El fin de semana nos felicitábamos del descenso en la circulación de vehículos en Sevilla desde la entrada en vigor del confinamiento, tanto que sirvió para que el Gobierno nos felicitara. Ahora sabemos a qué obedecía el descenso: somos la provincia que aporta más parados . Nadie se movía porque no tenía dónde ir. Si no somos capaces de transmitir esperanza con esos datos, más nos vale que nos aten una piedra de molino al cuello y nos tiren al río.
José Luis me escribió desde México , donde ya empiezan a sentir los estragos de la pandemia: «Mucha gente en México paró de salir cuando empezó la cosa a ponerse dura en España ( a pesar de lo que dijera el presidente ), pero la realidad es que otras muchas no han dejado de hacer sus actividades. Ten en cuenta que el 60% trabaja de manera informal y vive al día. Desgraciadamente, millones prefieren el contagio a morir literalmente de hambre . Es triste, pero así es. A mí, la crisis anterior ya me trajo aquí, a 9.000 kilómetros de casa , a ver dónde acabó cuando ésta empiece a enseñar los dientes de verdad».
Por eso hay que tener esperanza. Y soñar con que aprenderemos la lección y no dejaremos a nadie en la estacada. El comité y la empresa firmaron el ERTE que afectará a todos menos al personal de Redacción. Vendrán más sacrificios, por supuesto, y conviene que nos vayamos preparando pero no a costa de sálvese quien pueda. Que se nos vaya metiendo en la cabeza.
Esta tarde estaba leyendo un libro de Pagola que me prestó insospechadamente José Antonio la última vez que nos vimos, ya con la pandemia asomando la pata por España. No me resisto a copiar un párrafo: « La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos . Si pudiéramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo ve Jesús y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad».
Estos días de encierro, el dinero sirve de bien poco una vez cubiertas las necesidades básicas de alimentación; el éxito o el reconocimiento social se han esfumado porque nadie puede destacar en nada que no sea salvar vidas; y el bienestar personal es obvio que ha quedado drásticamente recortado con el confinamiento. ¿Qué nos queda entonces? Hacernos hermanos. Construir fraternidad . Condolernos con Antonio y con el primo de María José. Compadecernos de los que ancianos que mueren solos y solos los entierran y aliviar, a distancia, el sufrimiento de sus familias. Socorrer en la medida de lo posible las penurias que van a pasar los que han tenido la desgracia de perder el trabajo. Luchar por un orden económico más justo que ponga por delante a la persona.
Un día que tuiteé la página correspondiente de este diario, un compañero que me quiere bien, la recomendó a sus seguidores diciendo que era la visión de un optimista. Podría haber dicho algo peor: un soñador o un orate , un desequilibrado o un Quijote. Le corregí e»ntonces: « Dentro de mí anida la esperanza» .
Sí, la esperanza de que sepamos leer lo que nos está diciendo la vida en reclusión, la enseñanza de que no estamos solos y de que no tenemos escapatoria cada uno por su lado, de que no es momento de hacer revoluciones de papel (aunque sea del BOE) ni de ajustar cuentas con los ineptos y los irresponsables. Esperanza, sí, confiada esperanza en que todo irá bien si ponemos de nuestra parte . De otro modo, que Dios nos coja confesados.
Buenas noches, un día más, « tengan cuidado ahí fuera ».
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