CORONAVIRUS

Diario de Covid-19 / día 18: «Al menos, llueve»

El drama económico todavía no ha mostrado del todo su cara, pero la mostrará; ahora, lo importante es tener salud; y después, trabajo; y en tercer lugar, que te lo paguen

Javier Rubio

El repiqueteo de las gotas en los cristales es cuanto se oye a la hora en que escribo esta página del diario. Un martilleo incesante que compone la única melodía agradable de hoy. En los noticiarios informaron de nevadas por el norte y abundantes lluvias por toda España en este extraño mes de marzo que ahora termina. Dios quiera que el agua que está cayendo sea suficiente para los cultivos de primavera y salve la dotación de riego de la campaña agrícola. En este día triste y plomizo, al menos llueve. Y eso significa riqueza para los campos, para quienes los cultivan, jornales para los braceros, renta para los aparceros y ganancia para los terratenientes. Todos ganan si llueve.

No hace ni cuatro semanas, la buena gente del campo estaba levantada contra el escarnio de vender su cosecha por debajo del coste de producción y ahora estamos echando en falta temporeros para recoger la fresa y pronto hará falta cuadrillas para recoger los frutos de hueso y luego empezar la siega de los cereales de invierno. Por eso es tan bueno que llueva, que llene los pantanos y aleje el fantasma de la «pertinaz sequía» que acude puntual a su cita cada vez que una desgracia se cierne sobre España. La historia de esta vieja piel de toro tendida al sol está repleta de años catastróficos en los que a la guerra o el de gobierno -incluso ambos- se unió la hambruna porque los campos no dieron más de sí.

En el puesto de Manolo y Pepe en el Tiro de Línea , que nos ha provisto de frutas y verduras sin interrupción desde hace más de un cuarto de siglo, no dan abasto estos días con los pedidos . María José llamó como siempre para hacer la lista de la plaza pero no lo sirvieron hasta el día siguiente por la tarde. José Luis se disculpó diciendo que estaba repartiendo hasta las diez de la noche. No está pagado ese servicio ni la atención que dispensan a su clientela fiel de tantos años. Como es lógico, se han salvado del real decreto de servicios esenciales que el Gobierno demediado fue incapaz de sacar en tiempo y forma.

De la noche a la mañana -de madrugada al día siguiente, habría que decir-, España se ha vuelto fisiócrata, donde solo la tenencia y el cultivo de la tierra interesan. Paran las canteras y las minas mientras las grandes y pequeñas industrias se unen en su cese de actividad al comercio, los servicios y el turismo. Solo el campo, el mismo que se sentía despreciado y ninguneado hace un mes, sigue en pie. Está por ver cuánto tiempo aguantará el país con la economía basal, como un coma inducido para conservar las energías que le queden cuando los doctores decidan revertir la situación. Veremos.

Esta crisis no ha hecho más que empezar. Por las redes sociales, un montón de personas pone nombre y apellidos a los fallecidos: hijos que rinden un último homenaje a sus padres ya que ni siquiera los dejarán velarlos ni recibir el pésame de nadie ni honrarlos en el postrer viaje. Nada. Solo un tuit dando cuenta de la noticia. O, más exactamente, encarando el sufrimiento que hay detrás de la noticia de los 7.340 muertos. Desgarrador.

Mi párroco, que cada día acompaña la jornada de Cuaresma con una pequeña reflexión, dejó ayer esto en el teléfono de sus feligreses: «Cuando alguien dice que lo peor está por llegar es que no está sufriendo . Cuando experimentamos un sufrimiento grande, no pensamos en que pueda ser mayor, el dolor es tan grande que no nos deja ver más allá«. Es verdad, el sufrimiento lo tenemos ya entre nosotros . Desde luego, los familiares de las víctimas lo han padecido en sus propios huesos: los muertos son carne de su carne y sangre de su sangre.

Pero el sufrimiento económico comienza a sentirse con fuerza. Un amigo que es como un hermano mayor me escribió: «Dame una cuenta de Cáritas o de tu parroquia que sirva para ayudar a gente. Este mes ha sido de poco gasto por el encierro y voy a socializar un poco el superávit «. Al fondo de esa frase, en la estructura profunda que diría un filólogo, latía el reverso -gracias a Dios- de la expresión con que ETA diseminó su vesania por toda España: la socialización del sufrimiento .

En las Cáritas parroquiales empiezan a constatar que, tristemente, el sintagma no se va a quedar en una frase retórica: «Queridos feligreses, como podréis imaginar, las previsiones de atención de nuestra Cáritas se están desbordando. En una semana se ha DUPLICADO (sic en el mensaje original) el número de familias atendidas en nuestra parroquia. La colecta del próximo domingo, como cada primer domingo de mes, aunque en esta ocasión sea Domingo de Ramos, no debemos perderla para Cáritas , sino más bien reforzarla con vuestras generosas donaciones. Os adjunto el número de cuenta con la precaución de que no paséis este mensaje a otras personas que no sean de nuestra feligresía, pues en todas las Cáritas parroquiales está sucediendo lo mismo y debemos sumar y no retarnos las uñas a las otras«.

Gustosamente añadiría el número de cuenta para donativos que adjuntaba el párroco, pero como este diario llega a tantas personas de tantos sitios, me temo que vuestra generosidad estaría drenando recursos escasos de otra parte. Buscad a vuestro alrededor que seguro que encontráis a quien favorecer. Pero es solo un anticipo de lo que se nos viene encima.

Hoy he vuelto a entrar en el banco para consultar el saldo , en rojo desde que el sistema automático de alertas me hizo llegar un coreo electrónico que consideré nada exquisito en las formas en las actuales circunstancias. Así que he comprobado que la nómina está ingresada y, abandonada la UCI financiera, sigo la recuperación en planta . No lo hacía desde antes del confinamiento. Me lo impuse como obligación desde que las bolsas empezaron a desplomarse. Tampoco me había acercado a un cajero desde el día 11 y todavía tengo algún billete pequeño en la cartera. La cuestión económica ha pasado a un segundo plano; ahora, lo importante es tener salud; y después, trabajo; y en tercer lugar, que te lo paguen . Lo peor que hay es trabajar sin cobrar. Lo digo por experiencia. Hace muchos años padecida, pero nunca olvidada.

El drama económico aún no ha mostrado del todo su cara. Pero este tiempo de aislamiento del mundo nos está enseñando a prescindir de muchos fastos superfluos que habíamos asumido como obligaciones casi ineludibles. Y ese patrón de conducta va a perdurar, a decir de Julio: «Las varas de medir han cambiado su métrica y, sobre todo, su flexibilidad. Ahora los juncos van a estar de moda . Los parámetros están cambiando y el que no lo quiera ver... lo siento por él porque estará desaprovechando una gran oportunidad«.

Pues si. Ana, que es incondicional de este corral de vecinos virtual que entre todos componemos, comunicó con alegría como había celebrado su hijo Rafa su mayoría de edad: «Creo que nunca imaginó celebrar así sus 18 años . Los vídeos de sus amigos, abuelos, tíos, primos nos acompañaron durante todo el día. Al final del día le pregunté: '¿Te lo has pasado bien?' Y me respondió: '¡Superbien! '«. A lo mejor se trataba de eso: de encontrar la felicidad, la auténtica que nadie nos puede robar, en cosas que no tienen precio aunque sí mucho valor.

La felicidad de un hijo que viene al mundo, como Carlota -tercera generación familiar con ese nombre- que decidió llenarse los pulmones de aire este lunes que ahora acaba. Enhorabuena a sus padres: no saben la alegría que nos transmite cada alumbramiento del que nos vamos enterando. Que Dios colme de bendiciones a la pequeña Carlota y sepa, cuando sea mayor, extraer de la vida la hermosura que tiene al margen de todo con lo que se puede comerciar .

Con ese anhelo para la generación de los niños veinte-veinte cerramos esta página por hoy. Lleven paraguas si salen y, como siempre, « tengan cuidado ahí fuera «.

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