Coronavirus

Diario de Covid-19 / día 15: «Temblores y tempestades»

Ese quejido telúrico, ese clamor granítico de milenios desde que la Tierra se formó, no había forma de percibirlo con nitidez, embotados los sentidos de tanto trajín cotidiano

Una impresionante imagen de la plaza de San Pedro del Vaticano durante la bendición EFE

Javier Rubio

Traquío. Esa fue la palabra, genuinamente sevillana, que usó Alberto en la redacción. Alguien, creo que Edu, había avisado de un temblor de tierra o algo que se le parecía mucho. Como un seísmo. Otros, con Mercedes a la cabeza, habían percibido una explosión, una detonación seca que enseguida se había desvanecido. No teníamos ni idea de lo que había sido aquello que además ni habíamos notado. Y Alberto usó entonces la expresión: «A ver si podemos confirmar qué ha sido el traquío ese».

Era como un puzzle. Unos lo habían notado en el suelo, otros como un golpetazo sordo, aquellos como un temblor... En seguida uní los puntos y me salió el dibujo oculto de cuando era un niño y veraneaba en el campo haciendo compañía a mi hermana, su marido y su hija. Era un chalé con piscina en Sanlúcar la Mayor. Mi cuñado Carlos trabajaba entonces en la mina de Aznalcóllar y nos prevenía cada vez que programaban voladuras con explosivo plástico en la corta pirítica para que no nos sobresaltásemos. Se percibía a la perfección -apenas a unos kilómetros de distancia- tal y como lo habían descrito los compañeros o por las redes sociales. Solo que en la ciudad, sometida al tráfago continuo y sus ruidos, no se acostumbra a sentir un temblor de esa naturaleza.

Y, de repente, la percepción física que habían experimentado los ciudadanos se convertía en una metáfora perfecta de lo que nos está pasando. Quizá es que ahora oímos el grito de la tierra porque hemos hecho silencio. Pero ese quejido telúrico, ese clamor granítico de milenios desde que la Tierra se formó, no había forma de percibirlo con nitidez, embotados los sentidos de tanto trajín cotidiano.

El Papa dijo algo de eso en la emocionante bendición urbe et orbi bajo la lluvia a media tarde desde una plaza de San Pedro completamente vacía . La retransmisión estaba puesta en el televisor en la redacción pero no le presté demasiada atención a la breve meditación de Francisco. Cuando el Papa levantó la custodia para dar la bendición a una humanidad acobardada y confinada, me quedé mirando fijamente sin poder despegar la mirada del televisor. Me parecía increíble lo que estaba presenciando.

Alguien, más tarde, me preguntó si había advertido las coincidencias de lo que yo había escrito ayer en la página del diario con lo que decía el Papa. «Léelo, me ha encantado ver que coincidías» . El Papa había elegido el pasaje de la tempestad en el mar de Galilea en el Evangelio de Marcos y su homilía fue un compendio de su pensamiento: «En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado». El primer anuncio, el fundamental, el principal en la vida de un cristiano: «la fuerza de la fe que libera del miedo y da esperanza». El texto resulta muy hermoso y la ceremonia fue impresionante.

La tierra ha temblado bajo nuestros pies . Quizá llevaba mucho tiempo temblando pero no lo notábamos. Porque hacíamos oídos sordos . El Papa lo dijo mucho mejor que yo: « No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo ».

Estos días se publican los datos de disminución de la contaminación atmosférica y se acumulan evidencias de que no estábamos cuidando de esa obra a cuya perfección tenemos que contribuir: la creación. Como una parada biológica de las que llevan a cabo los pescadores para dejar que a los caladeros esquilmados les de tiempo a recuperarse . Eso es en realidad este frenazo en seco, una oportunidad que le damos al planeta, la casa común de la humanidad, para recuperarse de las heridas que le infligimos.

Quizá no lo vemos porque estamos encerrados y nos falta distancia para contemplar el panorama en toda su magnificencia. María José, que vive en el Aljarafe, me confesó que se siente algo culpable por poder disfrutar del privilegio de pasear su mascota unos minutos por el campo: «Desde allí se ve Sevilla pero no se oye y eso impresiona bastante«.

Nos impresiona la naturaleza tal como es . A Miguel, la página del día anterior, le sugirió un pensamiento recurrente que quiso compartir: «Éramos ricos y no lo sabíamos». Ricos de cuna: solo por haber nacido teníamos a nuestra disposición la tierra y los mares, los animales y las bestias, las cumbres y los ríos . Depositarios de una herencia que hemos despilfarrado y que se debe transmitir a la siguiente generación.

Por la noche, después de cenar, tocó lo que yo he llamado fuego de campamento , que hemos impuesto los fines de semana para charlar, jugar o expresar nuestros sentimientos juntos en estos días raros. Mis hijas explicaron que la Covid-19 les había destrozado los planes para este curso pero que, a cambio, les había enseñado a vivir más intensamente el día a día.

Cristina se sinceró diciendo que ahora era más consciente de detalles a los que antes no prestaba atención y que daba por supuestos. Creo que este tiempo excepcional nos está haciendo madurar a todos a toda prisa. Y nos hace ser conscientes de la fragilidad de la barca en que viajamos todos, zarandeada por la tempestad como en el traicionero mar de Galilea.

No me atrevo a decir en qué medida nos cambiará o en qué sentido lo hará esta crisis, pero sí que nos está haciendo reflexionar mucho. Por lo menos, a mí. Pero creo que no soy el único: Alguien me escribió a propósito de lo de Roma: «Yo me he emocionado mucho. Me ha parecido más que nunca la representación de Jesús en la tierra. Se sentía el peso que llevaba» . Quizá el rostro adusto, la expresión severa, el cansancio visible, los andares a cojitrancas añadieron gravedad al momento.

Me quedo con las palabras del Papa bajo el aguacero inmisericorde sobre Roma , acogido únicamente a la misericordia divina. No importa cuál sea tu actitud ante la fe, no importa dónde te encuentres en tu relación con Dios porque son palabras del corazón del hombre, no de su entendimiento: « No somos autosuficientes; solos nos hundimos . Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo . El trae serenidad a nuestras tormentas , porque con Dios la vida nunca muere».

Calma en la tempestad. Quietud en el temblor . No me queda más que poner punto final con la frase de todos los días: «Tengan cuidado ahí fuera» .

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