Cinco años sin Fernando Carrasco
El eco de la voz rotunda del periodista todavía resuena en los pasillos de esta Casa, donde se mantiene vivo su recuerdo
Hace hoy cinco años, a Fernando Carrasco se le apagó la vida en la misma Puerta del Príncipe, porque es allí donde se alcanza la gloria eterna en Sevilla. El periodista de ABC marcaba el compás de una redacción en la que, desde aquel fatídico día, retumba demasiado el silencio. Como un ritual, hacía el paseíllo saludando cariñosamente a todos y cada uno de sus compañeros como un capataz llamando a sus costaleros. Aún resuena el eco rotundo de su voz en este lugar donde su memoria está siempre presente por su obra y por su personalidad.
Era el cronista taurino de la Casa, donde durante dos décadas también se encargó de la información de cofradías hasta que pasó a la sección de digital, adaptándose a las nuevas formas de hacer periodismo. Fernando era puro nervio y, a sus 51 años -edad en la que se presume de galones de veteranía en esto de la prensa- aún tenía el hambre por encontrar la exclusiva, pero también la humildad de comenzar un nuevo camino que le mantuvo la ilusión hasta el último día. «Esto me ha dado vida», decía.
En esta profesión donde lo más importante es tener voluntad de estilo , los textos de Fernando Carrasco se reconocían de lejos, como su figura, cuaderno bajo el brazo , se distinguía de la bulla en plena plaza de la Campana, desde donde hacía sus crónicas. Este maestro de periodistas se subía a su ‘scooter’ en los días previos al Domingo de Ramos, cruzándose la Sevilla de los barrios , de Bellavista a Torreblanca pasando por Alcosa y Pino Montano, cuando en esta ciudad nadie miraba al extrarradio. Era defensor a ultranza de esta nueva realidad de la ciudad. Sólo se cogía libre el Miércoles Santo porque salía su cofradía de San Bernardo . Sus devociones estaban entre el Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio, pero en el centro, siempre, la Esperanza Macarena.
En sus ratos libres, con la mayor discreción, volcaba su capacidad literaria, porque no podía estarse quieto. Trasnochando, cigarro en mano, fue capaz de escribir tres novelas: ‘El último imán de Isbiliya’, ‘El hombre que esculpió a Dios’ e ‘Inri’ . Las musas le venían habitualmente paseando por la playa de Rota . En todas ellas introdujo la idiosincrasia de esta ciudad, que vive en una línea del tiempo paralela a su propia historia. Y tuvo éxito. Tanto, que su segundo libro se adaptó como obra de teatro , algo de lo que estaba especialmente orgulloso. Precisamente, aquella maldita noche del 3 de marzo, cuando se le paró el corazón al pasar por la Maestranza, venía de asistir a una de las funciones que se venían representando durante la Cuaresma.
Fernando Carrasco era un todoterreno , que lo mismo se metía en el fango de una ganadería para hacer un reportaje sobre un tentadero privado que se abría de capa en una crónica en la plaza del Puerto. Aquella faena de Paco Ojeda a ‘Dédalo’ de una Feria de Abril, en la que se metió a torear entre los pitones, era el magisterio con el que enseñaba a quienes comenzaban a querer esta fiesta tan alanceada a defender la cultura, porque él se ponía siempre de frente. Tenía tanta raza que fue el primero en informar de la desaparición de una chiquilla en la calle Argantonio, Marta del Castillo.
En este ABC al que le dedicó parte de su vida (porque lo primero fueron su mujer Libia y sus dos hijos ), aún permanece la huella del periodista cuyos pies iban al son del tres por cuatro de la última chirigota del Selu de Cádiz y cuyo corazón, ese que se rompió hace cinco años, estaba al final de la Palmera . «Al cielo con él», Fernando.
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