GRANDES MALES QUE ASOLARON SEVILLA

Casi toda la población de Sevilla enfermó de fiebre amarilla en 1800

Llegó desde Cádiz una enfermedad que transmitida por la picadura de mosquitos provocó la muerte de casi el 20 por ciento de los ciudadanos

Cuadro de José Aparicio que representa los efectos de la fiebre amarilla ABC

ANA MENCOS

El comienzo del siglo XIX en España fue bastante duro a nivel poblacional. Las enfermedades, hambrunas y guerras azotaban a los ciudadanos. Desde la epidemia de peste de 1649 la ciudad de Sevilla vio como su población se redujo casi a la mitad y desde entonces no volvió a los 150.000 habitantes previos a la enfermedad. En 1800, apenas llegaba la población de la capital andaluza a los 80.568 . Las condiciones de salubridad no eran las adecuadas y favorecía la aparición de epidemias y la mortalidad infantil era demasiado alta como para mejorar el crecimiento poblacional.

Este era el panorama en el que, en agosto de 1800, hizo aparición la fiebre amarilla proveniente de Cádiz , a donde llegó por los pasajeros de un buque que provenía de La Habana, «Delfin». La fiebre amarilla es una infección por virus transmitido por la picadura de un mosquito cuyos síntomas son cefaleas, fiebre, ictericia, vómitos, hemorragias, trastornos intestinales y degeneración del hígado.

El primer barrio donde hizo aparición fue en Triana donde la incidencia fue tal que hubo de cerrarse Santa Ana por el gran número de defunciones y el Santísimo fue trasladado al convento de San Jacinto.

Desde Triana se extendió la infección por el resto de la ciudad empezando por el barrio de los Humeros y de allí al de San Vicente y finalmente contaminando toda la ciudad, tal y como afirma en su «Razón de lo acaecido en el castigo epidémico que con tanta misericordia nos mandó Ntro. Sr. El año de 1800». En ese momento la Junta de Sanidad Municipal dispuso que los cadáveres de los fallecidos por la fiebre amarilla sólo pudieran sepultarse en un sitio del cementerio de San Lázaro y otro junto a la venta de Eritaña, incluso los clérigos y los religiosos y religiosas. Además recomendó como único medio para resguardarse y precaverse contra el contagio el evitar la comunicación o el contacto con cualquier persona o cosa proveniente de zonas contagiadas. También estableció un cordón de seguridad que afectaba a poblaciones de Cádiz y Sevilla de donde no podían entrar ni salir y con penas de azotes o presidio a quien no acatase las normas.

Una vez más, la ciudad se puso en manos de sus santos y su devoción y desde finales de agosto hasta principios de octubre se produjeron casi a diario salidas procesionales por prácticamente toda la ciudad.

El punto álgido de la epidemia se produjo en el mes de octubre, cuando se llegaron a los 460 muertos e un día. La cifra total de enfermos fue de casi 76.500 y de ellos fallecieron unos 15.000, alrededor del 20 por ciento de la población.

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