DE VUELTA A LA LIBERTAD

Caminos de reinserción: hay vida después de la cárcel

Varias entidades trabajan con reclusos en la fase final de su condena para que, al recuperar la libertad, recobren también autoestima y expectativas laborales. Los «intinerarios personalizados» están siendo todo un éxito

Cursos de cocina del programa Reincorpora para reclusos ABC

EDUARDO BARBA

Casi tanto como la pérdida de libertad o el peso del remordimiento, la culpa o la vergüenza en algunos casos, para las personas que están presas supone también una enorme losa la falta de esperanza , de expectativa para el momento en que concluya su condena. Este hecho no sólo crea una tremenda angustia en quienes están en prisión sino que incide también en comportamientos reincidentes en un importante porcentaje de casos. El índice de reincidencia sigue siendo superior al 30% de los que salen de los centros penitenciarios. La reinserción social es, al menos en teoría, la piedra angular del proceso penitenciario. Pero ésta falla estrepitosamente una y otra vez por la falta de un programa de acompañamiento del presidiario en su última fase de pena .

En ese ámbito, el de la transición de una situación sin libertad al regreso efectivo a la calle, se ha empezado a trabajar en los últimos años desde varias instituciones ya de una forma bastante más intensa y un enfoque personalizado que permitan una inserción real y eviten recaídas en situaciones problemáticas, delictivas o vinculadas con el consumo de drogas. En una sociedad y un ámbito laboral tan exigente y competitivo, para gozar de una auténtica oportunidad al dejar la cárcel es crucial recibir el apoyo de estas entidades y programas.

El que más ha cuajado en sus cinco años de existencia es el Reincorpora , que desarrolla la Fundación La Caixa y va destinado a internos que se encuentren en la fase final de su condena con la idea de «normalizar al máximo sus vidas para que vuelvan a sentirse integradas y puedan disfrutar de oportunidades de empleo, que para las personas que han estado privadas de libertad tienen un plus de dificultad». Así lo explica Rosa Nieto, una de las responsables de este programa en Sevilla en coordinación constante con el Centro de Inserción Social (CIS) Luis Jiménez de Asúa , que dirige Mercedes Moreno. Este programa se ejecuta con la financiación de La Caixa y el trabajo de dos fundaciones, Liberación, por un lado, y Padre Leonardo, por otro. «Son el nexo —explica Nieto—, la bisagra que hace que encaje todo el proceso. Acompañamos, empujamos y somos la referencia para los internos en su proceso hacia la libertad con unos itinerarios que desde hace un año son ya personalizados». Eso quiere decir que se detectan las capacidades de cada uno, «eso que nadie ve», para poner en marcha cursos, actividades o prácticas en empresas que les permitan desarrollar una habilidad y que generen su expectativa de tener un empleo. «Ellos tienen muchos miedos, incluso mayores que los prejuicios de quienes luego les contratan», apunta Nieto.

La directora del CIS, por su lado, recuerda que estos programas «no son sólo una manera de acortar la pena», puesto que ofrecen beneficios penitenciarios, sino que debe existir «una voluntad firme por parte del recluso, un deseo claro sin el que es imposible que salga bien». Los resultados son cada vez mejores , especialmente desde que en 2014 se pusiera en marcha el programa «in-out», un paso más en esa reinserción con los itinerarios personalizados para los presos seleccionados, más participación de empresas y unas prácticas laborales centradas en la habilidad de cada uno. En cinco años ya han sido 328 los participantes del Reincorpora , con el objetivo superado, esto es, personas que terminan con un trabajo, de más del 50% . «Es un verdadero éxito y cada vez más empresas se suman», explica Moreno.

Pero además de ese programa de acompañamiento, los reclusos que estén en el tramo final de su pena tienen la opción de dar sus primeros pasos hacia la libertad real de la mano de la Fundación Prolibertas en la casa de acogida Emaús-Esperanza de la Trinidad , donde los internos pasan días de permiso en un espacio hogareño que les permite llevar a cabo programas de acogida, promoción y reinserción sociolaboral, pero «también encontrar una familia que no tienes y que es muy necesaria en ese momento», como refiere su directora, Ana Redondo. Esta casa de acogida, que funciona desde 2003, también trabaja de la mano del CIS con diversos talleres educativos, como el de cocina, y una labor de resocialización «que favorezca su confianza en los demás y en ellos mismos , su autoestima y esa motivación que da sentirse útiles. Se les prepara para su nueva vida en libertad y reducir su miedo». Que tanto pesa para cualquiera y que en personas que han pasado una etapa de su vida en prisión se convierte en un gigante en su contra. «Hay muchos prejuicios y estigmas sobre la población reclusa -dice Redondo-, pero poco a poco se va ganando en sensibilidad con este tema. Falta aún mucha concienciación, pero avanzamos. La cárcel es un fiel reflejo de la sociedad y dentro existen los mismos problemas y los mismos perfiles de personas que fuera. Hay gente que hace mal pero también mucha que trabaja, que estudia y que quiere salir adelante».

Daniel, 26 años

El trabajo de la mano de la Fundación Padre Leonardo y los cursos del programa Reincorpora han permitido que Daniel tenga actualmente un contrato en una conocida multinacional asentada en Sevilla. Atrás quedaron los tiempos más duros de la condena. Carga con una pena de cinco años y diez meses tras entrar en prisión en verano de 2012. «Entré sólo por cuatro meses, por una pelea, pero estando ya dentro fueron llegando más asuntos parecidos que tenía pendiente». Ahora ya está en el CIS, de donde sale cada día a trabajar esperando el tercer grado mientras le quedan dos años y ocho meses de condena. «El curso me ha ayudado bastante —explica—, porque la experiencia en la cárcel no se la desearía a nadie. Pero me ha servido para aprender mucho en todos los sentidos. Entré en un módulo de estudios, me saqué el acceso a la universidad para mayores de 25 años y cursé primero de Dirección y Administración de Empresas. Tuve que aparcarlo para hacer los cursos, que eran de reponedor y me han venido muy bien porque trabajo, pero en cuanto salga volveré a matricularme si puedo». Y añade: « Si quieres, puedes ser alguien de provecho incluso en la cárcel , se trata de proponértelo».

Mariana, 25 años

Portuguesa de Faro, Mariana espera la condicional en primavera para empezar a darle a su hija de dos años «la vida que merece». Cumple en el módulo de madres de la cárcel de Alcalá su condena de seis años y un día por narcotráfico, tras ser detenida en Barajas con droga procedente de Brasil . Ya había estado en un centro de menores por tráfico de estupefacientes y ahora acumula casi cuatro años entre las paredes del centro penitenciario sevillano. Confiesa que «el paso del tiempo desespera y es casi peor cuando se acerca el final que el principio, porque cada vez tienes más ansiedad y, encima, ves que tu niña ya empieza a darse cuenta de algunas cosas. Sobre todo ahora que ya ha salido algunas veces y ve que vuelve a estar encerrada. Hunde ver llorar a tu hija pidiendo a la vigilante que no cierre la puerta del cuarto a las ocho y cuarto. Pero esto es así...». Mariana prevé regresar a su país junto a su madre para «empezar una vida de cero». En los últimos meses, el apoyo de la Fundación Prolibertas y la Casa Emaús ha sido crucial para «sentir que tenía cerca a una familia y poder estar al día. Ahora tengo claro que no volveré a cometer aquellos errores ».

Jonatan, 28 años

Jonatan entró preso en octubre de 2011 por narcotráfico. Ahora goza de la libertad condicional, con la que espera llegar a enero de 2017, cuando concluye su pena. Fue detenido en Colombia cuando iba a transportar droga a España y pasó los dos primeros años de condena allí, donde la dureza de la cárcel deja huella. «Cuando me trasladaron a Soto del Real, nos pusieron de comer unos macarrones con chorizo y pensé que estaba soñando. Me parecía un palacio comparado». Recuerda este sevillano que cuando obtuvo su primer permiso tras dos años entre rejas y volvió a España «dolió mucho volver a ver a mi familia después de tanto tiempo tras un cristal. Fue un choque muy fuerte para mí». Tras su estancia en la prisión de Morón, pasó al CIS gracias al programa de Reincorpora y empezó a trabajar con la Fundación Padre Leonardo. «Dimos un curso de limpieza con una parte teórica en la propia cárcel y luego las prácticas fuera, lo que me ayudó mucho. Tener la cabeza ocupada con una esperanza es más fuerte que la desesperación . Me benefició mucho en el proceso hacia la libertad, pero sobre todo para tener una ilusión. Gracias al programa y las prácticas en empresas, alguna me ha llamado para trabajar. Y es vital que vuelvan a verte como una persona normal».

Remus, 26 años

Remus entró en la cárcel en 2012 condenado a tres años y nueve meses por «un delito que nunca había cometido» . Simplemente por «estar en un sitio equivocado con la gente equivocada y con el mismo nombre y apellidos que el de otra persona de mi país que estaba siendo buscada. Cuando me di cuenta del error ya no había marcha atrás porque había firmado papeles». Fue detenido en Barcelona, donde llegó para buscarse la vida harto de la falta de oportunidades de su país de origen, Rumanía, pero ingresó en Sevilla I porque tiene una hermana viviendo en la capital andaluza. Remus, que trabaja con la Fundación Prolibertas, destaca que lo peor de estar preso es «lo desesperante que es ver pasar los días tan lentamente y sabiendo que no puedes hacer nada» y recalca que «el sistema sirve, puede ayudar a reincorporarte a la sociedad si lo aprovechas , si tienes la voluntad de hacerlo. Si no quieres salir adelante, no sales. Cada uno hace su vida en la cárcel como quiere. Te dan la posibilidad de hacerlo bien y la de no hacerlo bien. Si quieres, es fácil. Pero puedes tirar a por la droga, las peleas, los trapicheos… Y no te darán los permisos ni la condicional ni nada. Yo me busqué un trabajo en cocina, nunca me he peleado, siempre he hecho mis tareas, he respetado las normas, he estudiado español, he hecho cursos, por eso creo que en breve podré estar ya en libertad».

Mijail, 47 años

Mijail, rumano de 47 años, estuvo preso hasta enero de 2012, cuando terminó de cumplir su pena de tres años y siete meses. Curtido ya en los reveses de la vida, pone el acento en una de las cuestiones cruciales de quienes han estado presos: la soledad. En todos los sentidos. «Cometí un error, sí, pero después de haber pagado por él, lo más complicado es volver a formar parte de la sociedad de un modo normal. Yo perdí todo por culpa de aquello. Todo. Pero especialmente perdí mi relación con el entorno, con la vida real , con lo que está sucediendo fuera de la prisión». Y en esa faceta está recibiendo una ayuda crucial por parte de la Casa Emaús, que «es mi familia, me da todo lo que una familia debe darte ». Tras una dura juventud con un padre alcohólico y sin su madre, emigró a España para trabajar en el campo junto a compatriotas suyos. Pero al poco de empezar en la recogida de cítricos en Huelva, fue convencido por varios compañeros para participar en la descarga de fardos de droga de una embarcación en Mazagón. «Era muy tentador, pagaban 3.000 euros por una noche por descargar. Éramos unos quince. Me dejé llevar por el dinero fácil y la Guardia Civil nos pilló. Era la primera vez que hacía algo así. Y la última». Ahora rehace su vida en Sevilla y busca ocupación.

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