Cabalgata de Reyes
Cabalgata de los Reyes Magos de Sevilla: subido a los hombros de la infancia
La Cabalgata es una sucesión de miradas infantiles que se prolongan en el tiempo más hondo de la ciudad
Para Antonio Marroco, con unos caramelos
¿Cuántos siglos caben en la mente de un niño? La sombra del poeta vaga por el laberinto que desemboca en el patio de la casa de la calle Acetres. Como un regalo de Reyes que llega con la anticipación del deseo, nos desayunamos con la noticia de la restauración -¡por fin!- de ese lugar donde reside la infancia en Ocnos , esa región mítica y mágica de la ciudad donde el tiempo no nos alcanza. ¿Cuántos siglos caben en la hora que tarda en pasar la Cabalgata de los Magos por delante de los Hércules de la Alameda? Hace un año, la imagen de un niño abrió este periódico por ese resquicio que nos deja la cicatriz nunca cerrada -Dios no lo quiera- de la infancia. Subido en los hombros del abuelo como si fuera una de esas estatuas hercúleas que el mármol se echa por encima de los hombros, ese niño era la columna vertebral del periódico. Su sangre limpia fluía por las arterias de las rotativas mágicas de Internet. Su sonrisa componía gráficos y páginas. Y sus ojos eran la imagen misma -heredada en la médula- del asombro.
Ha pasado un año, y ese niño volvió a encontrarse con los Reyes. Subido esta vez en los hombros de su padre. Seguro. Aunque ni él ni nadie lo supiera. Porque si eso no es así, nada de lo que sucede valdría la pena ni la alegría que derrama este cortejo que recorre las horas que van desde la luz aún crecida de la tarde, hasta la sombra de la ilusión que ya mismo se asomará a los balcones. La Estrella de esa ilusión se presentó en la Alameda de Chicuelo y de Pastora a las seis y media de la tarde. Como si aquello fuera la Maestranza. Sonaron los clarines del gozo. A partir de ese momento, los Reyes también fueron niños que recordaban a sus padres. Pero no desvelaremos ese misterio para que no deje de serlo.
Delante de cada carroza real, un camello que nos recuerda el origen y el oriente. Una luna dormida y sonriente era la imagen misma de la felicidad en La Noche de Reyes . En dos carrozas, el corazón como un escudo protector contra la desilusión y la apatía. El turbante comparte carruaje con las sebkas de purpurina, ese oro de los niños que sigue iluminando el tiempo pasado. Giraldas o alminares, torres nacidas de los cimientos de la fantasía. Las sombras iban ganándole terreno a esa luz delgada que vuelve locos a los poetas.
Otra sombra poética, la de José María Izquierdo , se asomó al corazón del cronista. Aquel fundador de la Cabalgata, ateneísta y divagador de la ciudad, no tuvo hijos. Como tampoco los tuvieron los tres grandes poetas de la infancia: ni Juan Ramón, que escribió Platero y yo como si estuviera viendo esas carrozas pobladas de animales que cambian el instinto por la inocencia. Como Romero Murube, que hace medio siglo exacto se quedó sin presenciar este cortejo porque la muerte se lo llevó de regreso a la niñez de su Pueblo lejano. Como el mismo Cernuda, que escribió un poema de largo aliento sobre los Reyes Magos que sigue estremeciendo al que lo relee. Causa escalofrío la Verdad que hallaron en el pesebre los que buscaban la riqueza y el poder, y se encontraron con algo infinitamente más valioso: la vida.
Llovían caramelos que le quitaban aristas de amargura a la memoria. Magallanes con los zapatos brillantes y lustrados nos recordaba la importancia de viajar para encontrarnos a nosotros mismos. Ese viaje puede llegar hasta la luna en una de las carrozas más logradas, la que recrea el célebre alunizaje en el ojo del espectador que filmó -o se inventó- Meliés en los albores de la historia del cine. Albores, por cierto, que le dan nombre a una tertulia donde un rey mago reparte bacalao con tomate como si fueran el anuncio de lo que os espera. Viajes, al fin, que son tan apasionantes como los que reflejaba la carroza que conmemora el primer centenario del aeródromo de Tablada.
De allí salió un Domingo de Ramos el avión que marcaría una gesta al cruzar el Atlántico, y que se llamaba Jesús del Gran Poder… Otro aniversario se conmemora en la carroza con forma de arco que llevaba el número de los años que cumple la Hermandad: cuatrocientos veinticinco. Cuatro siglos y cuarto. Para conjurar el dolor que provoca la ausencia solo nos queda la Esperanza. La misma que mostró al Niño a los Reyes para que se hiciera patente el Gran Poder que llevaba dentro de la carne inmortal y rosa que parió en Belén . A Ella, y solo a Ella , podemos encomendarle al niño que fuimos. A ese niño que nos duele cuando le falta la sombra del padre, aunque él siempre esté subido sobre los hombros de la tinta y de la sangre, que para eso nos trajeron al mundo.
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