RELOJ DE ARENA
El Biri de Triana: Mil y una noches
Se hizo familiar por la geografía de la fauna local, tocado con un sombrero cordobés rojo
La alfombra mágica de su vida lo ha hecho sobrevolar por geografías humanas tan disparatadas como sorprendentes. Hasta conseguir hacer de su apodo, El Biri de Triana, el nombre por el que lo conoce la ciudad. El suyo es Mohamed Abdelatin . Nació en la calle General Franco de Tetuán hace más de cincuenta años. Y estudió en una ciudad con vinculaciones tan hispanas que el colegio donde aprendió a leer, a escribir y a jugar al fútbol se llamaba Jacinto Benavente, en honor a aquel premio Nobel de literatura al que la madre de una afamada folclórica española le confesó que su hijo quería ser como él. ¿Quiere ser escritor también, señora?, le preguntó el autor de los «Intereses Creados» Y la madre de la estrella le soltó una respuesta de ministra en la intimidad: no, quiere ser maricón... El Biri aterrizó en Sevilla en los ochenta para sumar muchas más de mil y una noches en su agenda sentimental y laboral. Y en esas noches escribió, con la tinta del sudor de su frente y la picardía del ingenio, sus intereses creados.
Se hizo familiar por la geografía de la movida local, tocado con un sombrero cordobés rojo, con el que los guiris le ponen jondura a los efluvios del moyate, para que le compraras una flor o cualquier otra baratija. Formal, educado, simpático, singular era un chaval a una sonrisa pegada. Dientes muy blancos. Piel morena. Modales de seda .
El Biri quiso ser piloto de avión militar. pero su principado no estaba en los aviones. Sino las mil y una noches mágicas de una vida repleta de carambolas y casualidades que lo llevaron a vivir en el Arenal a la vera de Paco Palacios El Pali. Lo oía cantar todos los días. Y a su madre reñirle por aquel insaciable apetito que tenía el trovador que dejaban a Gargantúa y Pantagruel en dos anoréxicos severos. La madre del Pali le pedía al Biri que se llevara la comida para su casa porque, de lo contrario, Paco Palacios se la limaba sin esperar a ir a las Lumbreras a por bacalao.
Durante la Expo trabajó en pabellones como el de Tailandia, España, Japón y Mónaco como chispa, como eléctrico. Y llegó a asociarse con una sevillana para poner una floristería que fue como el clavel en el ojal de su suerte. Todo marchaba estupendamente. Hasta que la crisis se fijó en él.
Hizo de la calle su hogar y de los bares el salón donde se veía con sus amistades y trajinaba sus mercaderías. Se fue a vivir al barrio de los artistas, al Tardón, donde La Pantoja y Chiquetete, para naturalizarse trianero y formar parte del patrimonio humano y sentimental del barrio. Tan trianero se hizo que le tomó la medida a la guasa del arrabal. Me cuenta Rubén El Peluca, propietario del bar Bombete, íntimo amigo del personaje, que El Biri se presentó una de sus mil y una noches bastante perjudicado por los efectos del madrugón en el local. Iba tocado con su sombrerito cordobés , la polaroid colgándole del cuello y todos los chismes de su industria ambulante a cuestas.
El socio de Rubén dejó la alarma del bar puesta. Eran las siete de la mañana cuando El Biri llamó a Rubén para decirle: papá está sonando la alarma, qué hago. El Peluca escuchaba por el teléfono a la operadora de Securitas decir: Por favor dígame la palabra clave para desconectar la alarma. Rubén le recomendó al Biri que se metiera en la barra, mirara a la cámara y dijera la clave. ¿Qué clave era la que tenía que decir el Biri? Guasa trianera: no hay moros en la costa. La de Securitas todavía se está riendo.
Hizo cine y se rozó con Omar Shariff en Harem y se bajó al moro con Colomo para ver la ingenuidad de los ojos claros de Veronica Forqué. Ha aprendido chino mandarín para rendirse a la fiebre cultural amarilla. Y se empató con una chavala sevillana de la Macarena para hacer un plato sentimental de moros y cristianos. Un día la novia lo llamó por teléfono para decirle que estaba malusca, que le llevara un paquete de tabaco a la casa.
El Biri, tras pedírselo al jefe, le llevó tabaco, una tarrina de caracoles y se encalomó la bicicleta de Rubén. Pero la tarrina era pura guasa. Porque llevaba solo tres caracoles llenos. Los demás estaban vacíos. Cuando llegó al Bombete lo llamó la novia quejándose de la tarrina. Papá, le dijo al Peluca, que dice mi novia que solo ha encontrado dos caracoles llenos. La respuesta fue cien por cien de la calla Procurador: dile que siga buscando que tiene que haber otro entero... En las mil y una noches del Biri cabe la vida entera. La vida que ha querido vivir y que quiere coronar con la magia del seis de enero, siendo alteza de la cabalgata de los Reyes de Triana. Los carmelos que tire le saldrán del corazón.