Reloj de arena
Antonio Gómez «Er Huelva», un hombre bueno
Lo bautizaron con el gentilicio con el que se le conoce y se convirtió en un personaje imprescindible de Triana
El pelo es ya una nevada ciclogénica. Su voz, el eco de una tinaja mora. El comedor de su boca, un reto absoluto a Vitaldent. Y el corazón es tan enorme que algún día los cardiólogos lo estudiarán para ver si hay alguna relación entre la bonhomía y el tamaño de la papa. Ha vivido como los reyes sin corona . Como esos bohemios solitarios y ajenos a las glorias del mundo que dormían en los algodonales del delta del Misisipí convirtiendo el dolor en música y el amor en poesía.
Si llega a nacer negro y en la tierra del blues sería uno de los letristas y compositores populares en boca de los grandes del género. Pero nació en Gibraleón, Huelva, hace una temporada muy larga, de la que salió para un colegio de huérfanos en Ayamonte donde se negó a que sobre sus lomos se hiciera cierto aquello de que la letra con sangre entra. Cogió el camino de los andaluces tristes y sin futuro hacia Barcelona. Allí trabajó de recadero . Hasta que un día hizo su mejor recado: buscar la dirección de vuelta para entregarse a Triana en cuerpo y alma.
Es tan trianero como la escalerilla de Tagua o el repechón del Altozano. Allí tomó por casa los bajos del puente, con las estrellas del Guadalquivir como techo y la tierra alfarera por colchón. Se tapaba con mantas de cartones de televisores, donde la mejor película que vio fue el sueño de su libertad. Ni horarios ni patrones. Libre como los jilgueros quetrinan por lo vallados, según confesión propia. «Mira si soy feliz/ que por techo tengo un puente/ y por palangana el Guadalquivir» , escribió una vez sintiéndose el hombre más rico del mundo.
Ramón, el de las mulillas de arrastre de la Maestranza, lo bautizó con el gentilicio que se le conoce. Y se convirtió en uno de esos personajes imprescindibles del barrio, uno más de los muchos que se fueron o son leyendas asequibles entre sus calles, sus bares y su gente. Memorioso, ágil con el verso popular, educado como un lord, ha pasado su vida entre una rima en consonante y una musa de familia numerosa, que le ha parido letras que nunca le pagaron. Ingente son sus versos y poesías a las que, como su propio espíritu, las consideró siempre tan libres y ajenas al copyright que un día Marifé de Triana le dijo: «Huelva espabila que todo lo que escribes te lo quitan».
Pero ¿quién le pone un freno al aire o encierra en una jaula a un espíritu? Pascual González le arregló los papeles para registrarlo en autores. Y alguien lo puso en postura para que cobre la pensión no contributiva. Y Er Huelva sigue en lo suyo.
Recordando cómo iba por El Arenal y le gastaba siempre la misma broma a El Pali: «Paco, ¿qué cupón salió ayer?» Y Paco le respondía siempre lo mismo: «Huelva, me cago en tus muertos…» Lejos de pertenecer al club de los poetas muertos, Antonio, sigue vivo en su bohemia de río, coto y marismas. Cuando la solanera aprieta, un vecino cualquiera le saca el billete del autobús para Sanlúcar de Barrameda. Tiene por apartamento una barca al revés varada en la desembocadura. Un palacio con columnas de conchas y vitrales de luces de oro de atardeceres incomprensibles. «Debajo de una barca/ yo me queo dormío/ y tengo por despertar/gaviota, mar y río». Óle tu sangre, Huelva. En el mercado de Triana hace recados, amistades y versos con los que le paga a la gente el cariño que le dan. No es un mendigo de cartón suplicante.
Ni un pícaro sacándole ventaja a la caridad . Es lo que es: un bohemio, un rebelde con la causa de la libertad, un ángel que huele a cerveza y es capaz de pecar por un bocadillo de queso tierno.
Er Huelva muere con los Romeros de la Puebla, con el poeta José León de Villalba del Alcor y con los arrocitos que David Hidalgo le convida en el Criaito . Es un señor al que Camarón le regaló su camisa y pantalón vaquero cuando pasó por la velá del barrio. Y al que viste hoy media Triana. Pilar Lacasta le pasa los polos que sus hijos ya no utilizan; Isabel le da la bendición del plato caliente en Casa Cuesta y alguna trianera más, hijas de Santa Ana, le ponen el colchón de su cariño para que el poeta de la calle duerma donde quiera y pueda. Se dice que nunca ha escrito una letra a ningún artista, pero muchos artistas han cantado sus letras.
En un poema donde se describe a sí mismo me paro para decirle al Huelva adiós, hasta que una taberna nos convoque y una rubia polar nos bendiga: «Yo me crié como una flor/ sin pañales ni cuna/ De día bajo el sol/ De noche bajo la luna». Y así sigue este hombre que nada tiene, ni nada pide. Y al que no le falta lo único importante, lo que le sobra a todos los hombres buenos…
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