Reloj de arena
Abelardo Rodríguez: La dolce vita
Llenaba lo que fuera, hasta vacíos metafísicos, y ponía hasta la bandera el local que tocara, ya fuera La Rueda, La Recua, La Rienda o Los Daneses

Nació con ese don. Como unos nacen para pintar, cantar, hacer números o cómodas de caoba estilo imperio. Vino así de fábrica. Con muchos kilos de empatía y una facultad innata para hacer de una maldad venial una broma amistosa. Eso le pasó cierta vez ... en la escalera de La Reja , aquella discoteca a espaldas de La Campana, donde llegaron los guripas avisados por el desconcierto de la madrugada y desde la misma escalera, amparado tras uno de los amigos, le quito la gorra a un localia con una varita de bambú, como si fuera el príncipe gitano. Abelardo no solo no consiguió endemoniar al policía, sino que acabó brindando con él por una noche menos ruidosa. Este hombre pasa por ser uno de los primeros, quizás el primero, relaciones públicas de discotecas sevillanas . Fue el rey de la noche local durante las décadas de los setenta y ochenta. Y aún guardo en mi memoria su sonrisa burlona, sus educadas maneras y aquella tremenda vitalidad para beberse la vida en la copa larga del cristal de la noche. Conocía a todos y todos lo conocían. Y a sus llamadas de teléfono para prestigiar una fiesta, convocar a un acto benéfico o anunciar la presentación de un disco en alguna de las discotecas donde reinaba, le respondían desde María Eugenia Brianda Timotea Cecilia Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart hasta Fermín Díaz , el alma máter de la hacienda El Vizir, sin olvidar el gorrilla de Virgen de Luján. Era abiertamente generalista y llevaba una banderita de España en el cierre metálico de su reloj. Abelardo llenaba lo que fuera, hasta vacíos metafísicos, y ponía hasta la bandera el local que tocara, ya se llamara La Rueda , La Recua , La Rienda o Los Daneses , mucho antes de que Los Daneses fueran parada y fonda de amores urgentes y clandestinos.
Creo que fue en La Rueda, antes del cambio climático, en una calurosísima noche del estío sevillano, cuando le vi arropar a Carmina Ordóñez desolada por el hurto de su bolso. Bailaba la bellísima hija del torero de Ronda en mitad de la pista y alguien se lo llevó del lugar donde se sentaba. Abelardo quiso denunciar el robo. Pero Carmina, superado los primeros momentos de desconcierto, derrochó una elegancia serena, convenciendo a Abelardo de que lo mejor era dejarlo y seguir la fiesta. Entonces ya me pareció la maltratada Carmina un personaje desbordante de distinción de los que describía Scott Fitzgerald en sus noches de la Riviera francesa. Abelardo paseó por Sevilla a las chicas más deseadas y hermosas. Pero en la partida del amor, no siempre le entró el as de corazones, viniéndole al pelo aquella letra de Sabina : «Soldadito marinero conociste a una sirena / de esas que dicen te quiero si ven la cartera llena…» La noche come más que un ingreso en un hospital. Y normalmente es nicho ecológico de lobos, águilas, serpientes venenosas y sirenas homéricas. Es recomendable taparse los oídos y tener los ojos muy abiertos. Porque la vida te da sorpresas y no es infrecuente que el cazador, alguna vez, sea cazado. Son las reglas del juego… de la dolce vita.
En Marruecos quisieron casarlo con la princesa Lalla Amina, hermana de Hasan II y tía del actual rey . ¿Casar a Abelardo? Eso debe ser fake. O una broma de los amigos. Mejor verlo y entenderlo así. Que fue una broma de los amigos que componían un grupo sólido y compactado por la juvenil tarea de comerse el mundo y ponérselo por montera. Los hermanos Peralta y Fermín Diaz fueron invitados a montar y protagonizar una corrida en Rabat. De aquí salieron los rejoneadores, los toros, la plaza portátil y los llamado Romeros de Rabat. En ese grupo iba Abelardo, que fue el que bautizó al grupo tan rumbosamente. Al pecho llevaban una identificación de la real casa alauita. Y en el R11 de uno de los romeros, Felipe Galloso , metieron la producción anual de DYC adquirida en Algeciras. No exagero si digo que aquella corte lujosa, feudal y abstemia por principios religiosos, pimpló del alijo del R11 sin complejos, alcanzando vuelos de altura como el de Melendi en el avión aquel. La corrida no salió para muchos pañuelos. Pero Ángel Peralta hizo muy buena faena vendiéndole a la princesa Lamia un caballo de un porte extraordinario. La aristócrata alauita pagó en pesetas, dirham y dólares. Lo de contar el dinero en la habitación de alguien con los Romeros de Rabat como contables tan insolventes no tengo espacio para contarlo. Pueden imaginárselo.
Abelardo utilizó, en clave de humor, el nombre de los Romeros de Rabat para sus asuntos discotequeros. Llegó, incluso, a hacer él mismo carteles donde se anunciaban para animar tal o cual sarao. Llegaron a comprarse laúdes y tambores. Le echaron tanto cemento a la cara que, en algunas fiestas, se presentaron vestidos con las chilabas y con un disco de música andalusí, que era lo que de verdad sonaba. Abelardo, un poco para quitarse de Sevilla y otro poco para iniciar nuevos retos, se fue a Ibiza, donde siguió reinando en la noche de Ángel Nieto y Pocholo Martínez-Bordiú . En la isla incluso cayó en la tentación de creerse juez de carrera. Su don permanecía intacto hasta que un mal día el cielo no quiso esperar más y se lo llevó para celebrar una fiesta que aquí nos aguó la nuestra, la de tenernos siempre al hilo de sus ocurrencias…
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