Día 52 de encierro en Sevilla: lleno total en las avenidas del colesterol

A pesar de la alta temperatura, los ciclistas y corredores han vuelto a salir en masa durante el horario deportivo

Varias personas caminando por los Jardines de Murillo Rocío Ruz

R.S.

En las avenidas del colesterol no se cabe. Todos los pueblos tienen una. Por alguna razón misteriosa, la gente elige un sitio concreto para andar en cada municipio y quemar calorías . Todo el mundo se agolpa en las mismas zonas para practicar un poco de deporte, lo que en estos días de horarios limitados ha provocado atascos en las aceras y carriles bici. En el parque de María Luisa no se puede correr sin saludar a alguien cada medio minuto . El desconfinamiento ya ha llegado a Sevilla de facto y se han lanzado a la actividad deportiva algunos que no habían visto unos botines ni en las retransmisiones de las olimpiadas por televisión. Así han visto este día 52 de encierro en Sevilla varios redactores de ABC.

Alejandra Navarro. Hemos vuelto a las calles, a las plazas y a los parques, invadiéndolos como si no hubieran existido nunca. El Parque de María Luisa es una fiesta por las tardes, y la Alameda un festival. Grupitos de jóvenes se reúnen hasta para hacer botellón, y pandas de alocados adolescentes corretean, con y sin mascarilla, por las calles de los barrios sin objetivo alguno. Me he vuelto irascible: supongo que, como dicen los psicólogos, padezco una suerte de síndrome de la cabaña, una especie de episodio por el que sientes miedo de salir a la calle tras un periodo de confinamiento como el que hemos vivido.

En la calle huyo de la gente y reniego de las aglomeraciones de aquellos que no han hecho deporte en su vida y ahora se calzan unas deportivas para darle una vuelta a la manzana. O de los que van al supermercado a por «dos tonterías». Porque el virus sigue aquí, entre nosotros. Que se lo digan a los médicos y enfermeros que en los centros de diálisis cuidan cubiertos de pies a cabeza a los enfermos renales quienes se enfrentan también al virus o al temor de contagiarse mientras luchan por su vida enchufados a una máquina cada dos días.

Mientras, salgo a la calle y no veo mascarillas ni guantes. Y en Madrid, el presidente del Gobierno negocia una nueva prórroga del estado de alarma. El virus se ha colado en nuestras vidas, en nuestras manos está que no sea para quedarse.

Rocío Vázquez. «Solo es martes», comenta el compañero en el hasta hace dos meses concurrido y ruidoso comedor. Hoy almorzamos dos. Es mi primera comida compartida en 20 días, el tiempo que el teletrabajo me ha permitido para apuntalar la cabaña. El síndrome del que ahora hablan los expertos que vamos a experimentar muchos de los que vivimos la crisis mundial del nuevo coronavirus. Viene a ser la costumbre de estar en casa, el miedo a salir a la calle, la comodidad de las recién aprendidas rutinas del confinamiento. Los paseos del fin de semana corroboraron los primeros síntomas. Demasiada gente, múltiples irregularidades, incumplimientos de horarios y reuniones no permitidas que convirtieron el recreo en un auténtico sufrimiento. En fin, ya hubo demasiada literatura sobre esas primeras jornadas en semi libertad. Y ya es martes. O «solo martes». El día 2 de la fase 0. Restan otros cinco para contar novedades -al margen de la ampliación del estado de alarma-. Las nuevas noticias que todos esperan: la visita a los familiares, la apertura de los bares, las quedadas hasta de diez en diez con los amigos. Incluso, la fecha del bautismo de la temporada de playa. Se palpa el ansia por tachar días en el calendario o, directamente, arrancarle las páginas más negras. De que ese «solo martes» se convierta en un «por fin es viernes», «mañana nos vemos» o «lleva al niño a con el abuelo».

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