CORONAVIRUS

Día 43 de encierro en Sevilla: «¿Y si nos pasamos del kilómetro quién nos va a vigilar?»

La primera medida del desconfinamiento llena las calles y plazas de la ciudad de niños, alegría, bicis y patinetes, aunque todo a cuentagotas

Dos niños en el Parque de María Luisa este domingo Raúl Doblado

S.L.

El primer día de los niños en la calle desde el 14 de marzo fue una fiesta en Sevilla, aunque a cuentagotas. Los policías vigilaban el cumplimiento de las normas en parques y plazas y que eran bastante claras: una hora de tiempo y no más lejos de un kilómetro de casa. La distancia de seguridad no fue posible guardarla en ciertas calles que se llenaron de familias en las horas centrales del día. En todo caso, la primer alegría desde que empezó el confinamiento y un segundo día de Reyes para los niños en este final de abril.

Eduardo Barba : Contaba hace varios días que esta maldita situación de alarma y el correspondiente confinamiento había provocado, entre algunos aspectos positivos, que agudizáramos nuestros sentidos gracias a la pérdida de elementos causantes de estrés y prisa diaria. Me referí en aquellas frases a la vista, a la observación detenida de lo que nos rodea, a ver y no simplemente mirar. Este domingo ha servido para el renacimiento definitivo de otro de los sentidos, el del oído, gracias a la gran novedad de la jornada y de todas estas semanas: la sintonía de los niños en la calle. De todo el arco de edad hasta los adolescentes. Todos. De los bebés en su carrito a los míos, de diez y trece años. El paseo de hoy ya permitía escuchar no sólo a los pájaros, los perros y el motor de los escasos coches que circulan sino que ha recuperado la maravillosa música de los pequeños por las aceras y los parques con sus juguetes o dando pedales al más puro estilo de la mañana de reyes. Un 6 de enero acabando abril. En mi caso ya no se trataba de parque ni de juguetes sino de volver a caminar al aire libre, como no hacían desde el 13 de marzo. Las sensaciones para ellos han sido muy especiales, como era de esperar tras tanto tiempo sin pisar tierra a ras de suelo viviendo en la segunda planta de un bloque de pisos. Si yo me he quedado con el sonido, ellos repasaban sorprendidos la falta de tráfico en las calles en las que normalmente hay que mirar una y otra vez para poder atravesar, y eso que ya han pasado las semanas de pleno desierto. Caminar incluso por el asfalto minutos y minutos sin que aparezca automóvil alguno ha sido otra de las novedades. Como tener que hablar con los amigos que iban apareciendo en el trayecto a dos metros de distancia. Pero de una manera u otra, un alivio justo y necesario que ha estado acompañado de la inevitable retahíla de preguntas. Algo se les tiene que pegar, claro. «Papá, ¿y si nos pasamos del kilómetro, quién nos va a vigilar? ¿Y si nos pasamos de una hora? Si no te vigila nadie, ¿se puede ir más lejos o estar más tiempo, no?», cuestionaba el pequeño. «¿Hasta cuándo no van a tener una vacuna? Y si tardan mucho, ¿las cosas van a seguir siendo así tantos meses?», hería el mayor. Los paseos dan para mucho. Y ahora, más.

Javier Macías . Más de media vida. Eso es lo que llevaba mi hija sin salir a la calle hasta hoy domingo, el día del sol, cuando por fin ha visto la luz. Ha sido en torno a las dos de la tarde. Hemos esperado a esa hora para evitar las aglomeraciones que veíamos que se estaban produciendo en zonas como la calle Asunción o la Alameda de Hércules, que son absolutamente indignantes y que nos dejan a los padres a la altura del betún, desgraciadamente. En ese primer paseo tras estas semanas metida en casa, el sol le ha dado una bofetada por falta de costumbre nada más pisar la calle. Con la capota echada, conforme llegábamos a San Lorenzo, ha ido haciéndose a la luz natural y se ha dormido relajada. La plaza estaba completamente vacía. Por Conde de Barajas, un hombre en bicicleta se ha cruzado moviendo la cabeza haciéndome claramente un gesto de reprobación. No estará muy conforme con la medida, porque yo iba con mi mascarilla y la bebé metida en el carro. Por Amor de Dios un señor mayor paseando dos perros, un autobús completamente vacío y nadie más. Lo mismo en Andrés y San Juan de la Palma, frontera de ese kilómetro marcado como radio desde mi hogar. Ya de regreso en casa, he comprendido que si queremos, se puede. Que irresponsables los hay, pero para eso está la Policía, a la cual no he visto durante este paseo de apenas media hora. No se puede generalizar, la mayoría cumple con las normas y, los que no, multa y sanseacabó. Llevábamos tanto tiempo esperando este momento, que hoy por fin, cuando hemos sentido el primer atisbo de libertad, nos hemos dado cuenta de que éramos ricos sin saberlo.

Silvia Tubio . Rugen las redes sociales bajo la etiqueta de irresponsables. Decenas de perfiles hacen virales fotografías de varios puntos de España, entre ellas una del barrio de Los Remedios, en la que se ven incumplimientos claros a las normas que nos han impuesto a los padres para poder sacar a nuestros hijos una hora al día. Reconozco que no daba crédito. Hacía poco que había salido con los míos durante una horita por el centro de Tomares (a menos de un kilómetro de mi domicilio) y sólo me había cruzado con familias, pocas, que cumplían a rajatabla con los requisitos. Había regresado a casa con la idea de que esta sociedad había demostrado, no es la primera vez, que es responsable y que está a la altura. Pero llega twitter y te desbarata todo. Tras el chasco inicial, me puse a testar cómo había sido la experiencia entre amigos y conocidos a los que tengo como ciudadanos cívicos. Y eran muchos los que estaban desconcertados por la falta de claridad y concreción de las normas -una vez más- de este santo gobierno que suspende una y otra vez en la redacción del BOE. Mi amiga más legalista, mi querida T. no tenía claro si podía acompañar a su hija de diez años con la bicicleta. Su duda era tan obvia como rotunda: «Pero cómo voy a ir andando y con la niña en bici, que la pierdo de vista en dos segundos». La duda hizo que otra de mis irreductibles, la siempre A., optara por sacar a uno de sus hijos mellizos que ya da los primeros pasos por la calle de la derecha; mientras que el padre cogía al hermano y lo sacaba por la izquierda...no vaya a ser que se contagien entre ellos después de llevar más de 40 días de lo más juntitos.

Mi admirada L. lleva días ojiplática por culpa del presidente de su comunidad de vecinos, que desde que estalló la crisis sanitaria, se ha puesto el uniforme y se entretiene en señalar, delatar, denunciar a los vecinos que osan en cuestionar su interpretación de la norma sobre ocupación de zonas comunes. Mi L., por supuesto, nunca supo callarse.

Y T., ay T., tan pragmática como hedonista, que al ver esta mañana de cerca el río Guadalquivir junto a su pequeño terremoto, le ha parecido que regresaba a Bali. Bueno, casi. La inigualable T. sólo piensa en cuándo podrá salir a correr, a hacer yoga... a lo que sea, pero a salir. El 2 de mayo tiene un nuevo sentido y es la próxima meta.

Sin perros, ni niños, el inigualable J. se pregunta para cuándo una norma que alivie el confinamiento de los solteros encerrados en soledad. Sus amigas le responden siempre que si no quiere adoptar temporalmente a uno de sus hijos y así puede darse un paseo, ¿cómo? Ésa es una buena pregunta.

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