Así fue el 2020
Sevilla: La procesión se llevó por dentro
El mismo fin de semana que se decretó el estado de alarma, todo cayó como un castillo de naipes: la Semana Santa y la Feria se suspendieron. Ninguna generación viva recordaba nada parecido: la ciudad había muerto
La ciudad fue un sagrario vacío . Como en un Viernes Santo infinito, Dios estuvo ausente. Todo quedó cumplido en los albores de la primavera más negra de las que se recuerdan cuando el 14 de marzo se dictó sentencia: la ciudad había muerto. Como un castillo de naipes todo se vino abajo. La Semana Santa se enterró un sábado enlutado en plena Cuaresma. En la redacción de ABC faltaba el aire al pulsar el botón de «publicar», que comunicaba a la ciudad que la Pasión de Cristo no se viviría en la calle, ni siquiera en los templos. Que los pasos se quedarían a medio montar, que este año la procesión se iba a llevar por dentro. No hubo domingo con sol que resucitara el alma de una ciudad vacía, en la que la única fiesta se vivía en las ventanas a las ocho de la tarde con los aplausos que se dedicaron durante semanas a los sanitarios. Sólo veinticuatro horas después de la lanzada en el costado que certificó la muerte de la Semana Santa, llegó el segundo zarpazo: la Feria se quedaría en un espantapájaros de tubos y fantasmas en la Calle del Infierno.
Tuvo que ser el Señor de la Salud el que llenara la ciudad por última vez antes del confinamiento. En las crónicas de aquella jornada se citaba de refilón aquello tan lejano del coronavirus , pero los telediarios nacionales emitieron las imágenes de una ciudad repleta de devotos cuando la por entonces epidemia estaba multiplicándose por ciudades como Madrid o Valencia. A partir de ahí, se abrió el debate de cómo iba a afectar ese virus chino a la Semana Santa. Pero en los días previos a la declaración del estado de alarma todo se precipitó: se fueron suspendiendo ensayos de costaleros, traslados, cultos, se paralizó el montaje de los palcos y se canceló el Pregón. No había vuelta atrás.
La Semana Santa coincidió con el pico más alto de la curva, se rozaba el millar de muertos diarios. El parte diario era una penitencia aún más grande, una cruz que pesaba demasiado. Las hermandades se reinventaron y ofrecieron novedosas propuestas por internet. Los templos se llenaron de flores. Sonó «Amarguras» a las ocho de la tarde del Domingo de Ramos en los balcones de media ciudad y la Salve de la Salud de San Gonzalo la cantaban los ancianos de la residencia de San Gonzalo como un grito ahogado implorando en final de la pandemia. La Madrugada se vivió a través de las pantallas de los sevillanos que se mantuvieron despiertos en la noche más emblemática y oscura. La Esperanza nunca muere.
Sevilla fue recuperando el optimismo conforme se anunciaba la desescalada , aunque la cena del Alumbrao se celebró en cada casa. Las freidurías agotaron el género y se multiplicó el «telepescaíto». La manzanilla volaba en los supermercados. Hubo hasta quien se vistió de flamenca. De Font de Anta a los Cantores de Híspalis. «A bailar a bailar». Espadas intentó organizar un sucedáneo en septiembre , trasladando incluso el festivo, pero tuvo que recular.
Cuando llegó mayo volvieron los niños a darle color y sonido a las calles. La Virgen del Rocío permaneció en Almonte y los caminos se quedaron vacíos. Con las calores de junio el contador del virus se ponía casi a cero. Todo se relajó, y el Corpus se celebró en el interior de las naves catedralicias. La foto del arzobispo bendiciendo con la Custodia desde la puerta de la Anunciación quedó guardada para la historia. No hubo Velá de Santa Ana ni tampoco procesión de la Virgen de los Reyes pero el Cabildo Catedral improvisó una veneración a la patrona que resultó un rotundo éxito y sirvió como punto de partida para otros eventos similares en el año del Covid.
Dios en la ciudad
La imagen del año fue, sin lugar a dudas, la del Gran Poder saliendo a la plaza de San Lorenzo por sus 400 años. El Señor no pudo ir de misión a Tres Barrios -se dejó para tiempos mejores, quién sabe si 2021-, pero la hermandad fue capaz de organizar un evento que quedará grabado a fuego en los anales de la ciudad. El 1 de octubre, justo cuando se cumplía el cuarto centenario de la entrega de la imagen por parte de Juan de Mesa, el Gran Poder se hizo presente en las calles de Sevilla a la hora del ocaso para que en la plaza de San Lorenzo se celebrase una misa conmemorativa por el aniversario. Durante ese fin de semana, miles de personas pasaron ante la imagen del Señor en un besamanos sin contacto.
Se abría entonces el debate sobre si el acto del Gran Poder podría servir como alternativa a la próxima Semana Santa, algo que se descartó por parte del propio arzobispo: «No a los sucedáneos de las estaciones de penitencia». Desde entonces se empezó a tener claro que la Semana Santa de 2021 volvería a celebrarse en la intimidad, pero esta vez con los templos abiertos. Lo del Señor fue un aldabonazo pero, también, un punto de inflexión. De nuevo volvió a cubrir la ciudad ese manto de tinieblas de la pasada primavera. La «nueva normalidad» fue un completo fracaso. La segunda ola arrasó en Sevilla, incluso más que la primera. Los sevillanos comenzaron a poner cara a la muerte. Noviembre fue más que nunca el mes de los difuntos. Volvieron las restricciones y, con ellas, la suspensión de eventos como algunos besamanos.
Como un bucle, el rastro del confinamiento volvió a vislumbrarse. El debate pasó entonces a la Navidad y a sus formas, a los allegados y al número de personas que se sentarían a la mesa. Mientras la curva bajaba, también lo hicieron las Esperanzas , que simbolizaron lo que está por venir en un año 2021 que se parecerá al anterior pero con la luz al final del túnel. Para rematar 2020, llegó la suspensión oficial de las próximas estaciones de penitencia . La procesión seguirá llevándose por dentro. No habrá Feria . Pero en 2021 la esperanza tiene un nuevo nombre: vacuna .