veranos inolvidables

Cuando Desiré Cordero hacía encaje de bolillos en La Caleta

La modelo sevillana cuenta cómo eran sus veranos en las playas gaditanas, siempre rodeada de su familia

Cuando Desiré Cordero hacía encaje de bolillos en La Caleta abc

cristina aguilar

Los días de verano de Desiré Cordero transcurrían por las luminosas calles de la Tacita de Plata . Con el recado de su abuela Juana en el bolsillo, enfilaba junto a su prima Amanda las calles Diego Arias y Hospital de Mujeres hasta llegar a la Plaza. Allí se encargaban de comprar la verdura y la fruta que después se servirían en el hostal en el que trabajaban sus abuelos, el « Quo Qádis », en pleno barrio de La Viña . Pero como niñas que eran, con diez u once años, por el camino alguna que otra pillería se les ocurrió hacer. «Unos hombres vendían cachorros en el mercado y, en lugar de comprar la comida, nos hicimos con un perro. ¡Mi abuela nos iba a matar! Nos dijo que lo devolviésemos. Al final se lo dimos a una mujer que pasaba por la calle. Lo pasé fatal, llorando, porque quería el cachorrito. ¡Fue un show! (ríe)».

En La Caleta aliviaba el calor cuando el levante apretaba. De vuelta al hostal, con su prima Amanda, hacían de pinche en la cocina de su abuela, ayudaban a preparar las mesas y, más de una vez, como si de un juego se tratase, se subían a un pequeño escenario donde cantaban y bailaban para los comensales. Por las noches, acompañaban a su abuela Juana en la habitación de ésta. «Nos hizo dos bastidores para hacer encajes de bolillo . Las tres nos pasábamos las noches pasando hilos de un lado a otro. Ahora no sé si podría retomarlo porque he perdido práctica, pero recuerdo que se me daba bastante bien».

En alta mar

Los otros días de verano de la modelo sevillana se sucedían entre su casa de Chiclana y el puerto de Sancti Petri . Allí, su familia tenía atracados un barco y una moto acuática, con los que salían a menudo hacia Rota , Chipiona y Sanlúcar de Barrameda . De sus paseos en barco recuerda dos que la marcaron. «Un día, mientras pescaba con mis padres, nos pasó por encima una oleada de peces voladores. De repente cayeron en el barco 20 o 25. ¡Nos llovían peces! Me quedé alucinada». Y de la cara a la cruz... «Nos íbamos en el barco a pasar la noche a Chipiona. Cuando estábamos a punto de llegar, el barco encalló en unas rocas. Empezó a entrar agua, no teníamos contacto con el puerto. Recuerdo estar llorando, mi madre desquiciada sin saber qué hacer. Ese día lo pasamos fatal, pero al final todo quedó en un susto».

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