Teresa Rodríguez: «En verano soñaba con la Game Boy que traían mis primos de la ciudad a Rota»

Fíjense con atención en la foto. La mirada se va instintivamente hacia la niña que ocupa la posición central de la escena. No tendrá más de tres años. El pelo ensortijado , recogido en dos coletas. Los labios apretados hasta hacerlos desaparecer en una línea. No es un gesto de enfado, sino de concentración. Inmóvil, con la mirada fija en el objetivo de la cámara, apoyadas las manos en las espaldas de otros dos niños con resolución. Tan ágil que desde la linde de la escena dos pequeños la miran como asombrados de la capacidad de la benjamina del grupo para no perder el equilibrio. Viéndola así, en lo más alto del castillo que compone con media docena de niños, se diría que ni el levante, que sopla con fuerza en el litoral gaditano, la haría caer.

Es Teresa Rodríguez-Rubio Vázquez (Rota, 18 de septiembre de 1981) con 31 años menos. Muchos veranos antes de que los vientos del activismo anticapitalista la arrastraran hasta los puertos de la política: primero en Espacio Alternativo, una corriente interna que se escindió de IU , para atracar después en Podemos, donde esta profesora de Lengua Castellana y Literatura pronto despuntó. La joven que protestaba contra la base militar de Estados Unidos en su pueblo ha pasado en un año por el Parlamento europeo hasta convertirse en secretaria general de Podemos en Andalucía y portavoz en la Cámara autonómica, el rostro más visible de los indignados con los recortes y azote de la «diputada Díaz». Pero eso llegaría después.

Volvamos a la postal infantil. Corría el verano del 1983 o el del 1984. La dirigente no supo precisarlo. Por las fechas, podemos presumir que en los chiringuitos no paraba de sonar Alaska maldiciendo las «Vacaciones infernales» , en reñida competencia con la tórrida «Escuela de calor» de Radio Futura . Pero a Teresa, el verano no le parecían ni lo uno ni lo otro. Si para Machado la infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla, para Rodríguez son evocaciones de su piso en Rota rodeada de primos venidos desde Sevilla —«refugiados climáticos»—, siestas de travesuras, mañanas y tardes de olas y castillos de arena —«a veces bajábamos a la playa sin chanclas y sin quitarnos las legañas»—. Veranos de videoconsolas Game Boy, bañadores de El Corte Inglés y cortes de pelo a lo Cristóbal Colón . «Es la época que más disfruté. Llegábamos a juntarnos hasta 17 primos en casa. Entonces no existía la responsabilidad y no había entrado en la adolescencia con las inseguridades que eso acarrea», rememora. Para controlar a tan alborotador ejército infantil (hijos de los frecuentes matrimonios entre roteños y sevillanos), la tía Esperanza, «que era la matriarca», imponía mucho orden y disciplina. No cabía otra. «Comíamos por turnos y para ducharnos nos pegaban un manguerazo», relata Teresa, que al ser la más pequeña del grupo se llevaba «todos los cosquis».

De líder, nada de nada, aunque en alguna ocasión le tocó a su hermano y a ella encararse con los niños del pueblo para defender a sus primos. «Una semana antes de que llegaran mis primos, soñaba con la Game Boy. Tenía fascinación por los bañadores y tenis que traían de la ciudad», confiesa. «Cuando acababa el verano, caíamos en un aburrimiento total, pasábamos a ser otra vez un pueblo». Aún hoy, cuando quiere desconectar, Rota es su destino. «Últimamente no veraneo», lamenta. Para eso necesita tiempo. Justo lo que no le sobra desde que la política llena gran parte de su vida.