Feria de Abril de Sevilla 2019
Miércoles de fiesta, miércoles de Feria
El festivo se tradujo en una inmensa bulla en el real que elevó la temperatura en todas las casetas y consagró el día como el más sevillano de toda la semana
Lo que hubiera dado más de uno ayer por que Morante estuviese en la Feria y diera orden de regar el albero. Qué bochorno más engañoso. Las nubes parecían aliadas a primera hora, pero en realidad estaban conchabadas con el viento para levantar polvaredas. La vida por un manguerazo. Se juntó todo de golpe: la brisa y la gente . Y, claro, a las cuatro de la tarde la calle del infierno se había metido dentro de algunas casetas en las que volaban los codazos riñoneros. En algunas de un solo módulo lo daban todo por un abanico, por un chorro tarifeño de aire acondicionado o por un poquito de bebercio fresquito. Uno que se estrenaba ayer -porque en Sevilla trabajamos los días laborables, ¿sabe usted?- se sentó solo en el balconcillo de su caseta de la calle Gitanillo de Triana a las dos en punto en todos los relojes, aprovechando el clima aparentemente sombrío, y se hincó un plato de jamón y una botella de Tío Pepe a su compás, mirando el paisaje y meditando sus cosas. Pero cuando llevaba allí un cuarto de hora, le caían chorreones por las patillas. Una de esas gotas se le despeñó por la punta de la nariz y cayó a plomo en los medios del catavino, como la lluvia en un charco. «Fino salaíto» , dijo el hombre. Y bebió sin más contemplaciones para resumir con exactitud el miércoles de fiesta: la gente se bebía hasta el sudor. Sobre todo en las recepciones oficiales, donde el espacio es siempre más limitado porque el pirriaque es de balde. Ayer era el último día de actos programados, es decir, la última oportunidad para salir en una foto. Hay profesionales de este asunto. Siempre están en el sitio exacto, como quien no quiere la cosa, esperando a la autoridad para posar a la remanguillé . También los hay que empujan por salir. Son dos versiones distintas de una misma especie: el ubicuo rapaz y el bestia. Pero cada vez escasea más el que se quita sigilosamente, con lo bonito que es pasar desapercibido. Un señor de mucha categoría, bastante conocido además, se salió ayer de un retrato de puntillas, sin llamar la atención. Y otro se lo reprochó: «¿Por qué te quitas?». La respuesta pide mármol: «Porque lo fácil es ponerse y lo díficil quitarse» .
Ahí está la esencia de la Feria . Es el sitio idóneo para la vanidad y también para todo lo contrario. La dualidad ferial es cada vez más clara. Al mediodía va todo el mundo a lucirse. Por la noche va todo el mundo a desparramarse. En cuanto se cambia el tercio de manzanilla a cubata, todo se transforma. Del esplendor del paseo de caballos, las mujeres vestidas de gitana , las chaquetas claras y las charlas de trastienda se pasa a las bullas con bolsas de hielo, las arcadas junto a la portada, las furgonetas de la Policía, dos horas en la cola del taxi y las discusiones de barra. Del abanico se pasa al mareo. Pero también es verdad que del bochorno de la marabunta se pasa a la mareíta en cuanto oscurece. Y eso ayer se agradeció tela.
Un «jartible» lo estaba comentando en una caseta de Chicuelo: «Si nos obligasen a venir a esto mandaríamos al carajo al que fuera. El éxito de la Feria es que venimos a pasar un calvario por gusto». El evangelio. Lo que pasa es que cuando uno dice eso mientras le está dando un arreón a su copa y agarra con las pinzas de la otra mano un langostino tiene que estar preparado para la respuesta que le soltó su señora: «¿A dónde dices que mandaríamos al que nos obliga a venir?». Ojú. Lío . Vámonos para otro sitio, que en estas cosas es mejor no meterse. Salvo que estemos debajo del chorro del aire, que entonces nos quedamos y nos tragamos la bronca entera. Porque en la Feria hay conquistas a las que no se puede renunciar. Que se lo pregunten a uno que había ganado la esquina de la barra de su caseta en Pascual Márquez. «El que me quiera quitar de aquí me tiene que pagar el traspaso», decía el tío desde su paraíso. Lo que pasa es que mantener ese estatus es caro. Hay que consumir . «¡Ponme otra de Mil Pesetas». Eso es de arte. No se trata de una ración de seis euros. La manzanilla por la que este año ha apostado Barbadillo se llama «Mil Pesetas» y vale nueve euros en la mayoría de las casetas. Mil quinientas. ¡Ni eso es verdad en la Feria!
-Compadre, ¿tú has visto lo falso que es to esto? Hay jamones de Huelva que vienen de Rumanía , las sevillanas que cantan los del grupo son rocieras y no hay ni una gitana de verdad que vaya vestida de gitana.
-Y tú me dijiste anoche que ya no venías más.
En la Feria mienten hasta las nubes . Ayer nos confiamos al verlas ahí arriba tan engalanadas y no caímos en que la bulla da más calor que el solano. Las apariencias engañan. Y el día de fiesta en la Feria lo aprovecha todo el mundo para aparentar. Menos Morante, que no estuvo, «cagonlamá», con la falta que nos hacía que alguien mandase regar.
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