Molinetes y trincherazos

Curro mirando a Flautino

Siento y sé que existen genios, más que con un sexto sentido, un séptimo, ese que Dios o el diablo te otorga

Estatua de Curro Romero frente a la plaza de toros Rocio Ruz

Jesús Soto de Paula

Serán cosas mías, que cada vez que paso por el monumento dedicado a Curro Romero en los aledaños de la plaza, se me aparece a sus espaldas la fantasmal figura de ese gran toro de Gabriel Rojas llamado Flautino. Y es que aquel 30 de abril de 1984, Curro se descaró con su desplante sin igual ante aquel precioso y bravo burel para decirnos su lenguaje callado, ese de la palabra y el verbo que silenciosamente hacen temblar y crujir los huesos.

En el cartel, ni más ni menos, que Romero, Paula y Ojeda, con todo lo que ello conlleva. Y si bien con el capote Flautino no se prestó, recuerdo la decisión de Curro al pedir la flámula porque ya lo había visto. Y es que siento y sé que existen genios, más que con un sexto sentido, un séptimo, ese que Dios o el diablo te otorga, el de sentir lo que nadie aún siente, el de la intuición cuando nadie intuye, y que es el sentido más importante, pues es aquello que nadie ve pero pronto verán porque sólo el creador lo sabe.

Fue tal la conjunción entre Curro y Flautino en tan solo tres tandas, que quien escribe se atreve a decir que es la mejor vez que lo vi. Claro, que yo no vi, por edad, tantísimas tardes, como aquel toro de Garzón en Madrid, al que el mismísimo Rafael de Paula tantas veces en soledad me ha referido. Invitaba Curro al bravo y éste parecía hipnotizado en una muleta que parecía una prolongación de las palmas de su mano. Aquella tarde, el natural del camero era sangre derramada de su sangre, y la embestida del toro, eco de su voz. En cada cite y envite, un mismo frío y escalofrío en esa extraña medida del tiempo que parece decirse en la inconsciencia más consciente, en ese olvido que sin olvidarse se recuerda, pues es hacer del 'parar, templar y mandar' una sinfonía de misteriosa trascendencia, la de su poesía misma.

Y es que la poesía es lo que está en el cénit de la creación, su más alto estigma, su pecado sin igual. Poesía es lo que sólo el cuerpo del creador alcanza cuando se ha olvidado de su cuerpo mismo. Poesía fue aquella faena y poesía callada sigue siendo Flautino, que quizás sólo yo veo cuando entre paseos miro el desplante de Curro.

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