La fiesta, espectáculo frente al hambre, el racionamiento y la penuria

Hace 75, la Feria de 1941 buscaba alegría para soslayar el conflicto mundial. Fue el año del hambre, pero se cantaba y bebía «con una decisión que daba miedo»

Paseo de caballos y carruajes en el real del Prado ICAS-SAHP. FOTOTECA MUNICIPAL DE SEVILLA

AURORA FLÓREZ

El jueves 24 de abril, último día de la Feria de 1941 , en las casetas «se bailaba, cantaba y bebía con una decisión que daba miedo», escribía en ABC de Sevilla el cronista anónimo al final del festejo de un año que pudo ser incluso más anodino que otros de la recién estrenada dictadura franquista pero quedó encajonado entre la más cruda posguerra y el inicio de la II Guerra Mundial , que recrudeció el hambre en un país que se revolvía entre la neutralidad y las presiones para entrar en el conflicto bélico.

Año del hambre. Así califican aún muchos sevillanos ese 1941, que se adentró en el tiempo ferial con la cartilla de racionamiento bajo el brazo mientras escuchaba el eco de las celebraciones del «segundo aniversario de la victoria» sin que el Fósforo Ferrero que se anunciaba para levantar los quebrantos del estado general sirviera para paliar los dolores y las penas o el Depurativo Richelet curara las enfermedades de la sangre.

El espíritu de aquellas ferias de los años cuarenta se lee con detenimiento en la gran fotografía de Serrano que ilustra estas páginas. Un enorme documento sociológico para observar con cuentahílos. El paseo de carruajes por el real del Prado habla en la estampa de ricos y pobres, los que se exhiben y los que asisten al espectáculo, contentos de formar parte de la escena en un contexto en el que se buscaba, nuevamente y aunque efímera, la felicidad de la fiesta frente a las penurias propias y ajenas. Nada o poco ha cambiado, salvo los tipos y vestimentas y el tremendo peso de la Guerra Civil, que aún se prolongaría durante décadas.

Cartel de Hohenleiter

Frente a la realidad, entre tierna y cruda y siempre nostálgica, la sublimación del cartel de las Fiestas Primaverales de 1941 , un espléndido afiche de Francisco de Hohenleiter con dos estilizadas mujeres para representar la Semana Santa y la Feria , negro y rojo, cruz y clavel, mantilla y mantón de Manila, con el caserío bajo de fondo, en el que resaltan la Catedral y la Giralda , hacia donde se dirige un palio. El enaltecimiento de sevillanía del cartel, bello trasunto de la irrealidad, contrastaba con la vida cotidiana de una ciudad de 312.123 habitantes -350 de los cuales seguían alojadas en el Matadero Municipal tras la explosión del polvorín del Cerro del Águila-, con 940 pobres propios y 11.271 forasteros , que sumaban su hambre y desarraigo al panorama, tanto es así que el Ayuntamiento acabó por prohibir la mendicidad bajo de multas de 50 a 5.000 pesetas en un bando publicado el 17 de abril , justo al inicio de la Feria.

Tremenda pena económica cuando en el reparto de artículos racionados, el cuarto de litro de aceite por ración podía adquirirse al precio de 3,80 pesetas litro, contra la entrega del cupón correspondiente.

Atraso ferial

Con una capacidad de improvisación hoy envidiable por lo que supone, la Feria de 1941 se retrasó. El temporal de agua reinante provocó la decisión de aplazar la fiesta abrileña para que comenzara el domingo, día 20 , y concluyera el miércoles 23 .

El día 17, a pesar de la lluvia, se trabajaba en el exorno de las casetas del recinto del Prado. El cronista de ABC de Sevilla resaltaba con entusiasmo que «La Feria de este año promete estar muy animada, como lo prueba el hecho de que han sido colocadas cerca de doscientas casetas, número este que en contadas ocasiones fue superado». La atracciones y puestos de turrones , juguetes y demás baratijas aparecían cubiertos de lonas blancas en espera del comienzo de la Feria, que ese año lucía un alumbrado con lámparas más bajas para iluminar mejor las calles, y en la que debutaba el Teatro de Muñecos Humanos del artista De Franceschi , un espectáculo «culto y moral propio para familias».

Corre la manzanilla

En «Noticias diversas» podía leerse que el «activo y acreditado agente comercial don Abelardo Ojeda ha recibido para estos señalados días 2.000 cajas de manzanilla ‘La Gitana’ , la marca que sevillanos y visitantes han de beber con predilección».

A pesar del atraso, y como ha seguido sucediendo año tras año, en muchas casetas se iniciaba la Feria, en gran parte ya alumbrada, en unas con jolgorio propio, y en otras, las familiares, con «el clásico chocolate» , algo que sí se perdió en los viejos tiempos del festejo.

El domingo 20, por fin, comenzó la Feria de 1941. «No han podido alcanzar mayor esplendor las dos primeras jornadas», recalcaba nuestro cronista el martes, que resumía el festejo ante la ausencia de periódico el lunes. Consignaba el tiempo primaveral, la infinidad de coches y caballistas, el color y la alegría de «bellísimas mujeres, luciendo el lindo traje de volante y el airoso pañolillo al talle».

Sevilla seguía aferrada aquel año 1941 a la fiesta que cubre las penas y hasta engaña el hambre en un paso más para salir de los horrores pasados. Engalanaban las pocas casetas buscando la normalidad. Las de «gran abolengo sevillano» con lo más clásico: «el espejo, la mesa de centro y unas macetas» , y las de organismos particulares volvían al estilo tradicional, para solaz y visitas de los dirigentes del régimen, militares de todas las graduaciones y demás personalidades locales y patrias, que disfrutaban de las actuaciones de Realito y sus niñas o del Cuadro de Arte de Educación y Descanso en la de la Asociación de la Prensa y que recorría las muchas casetas de las hermandades -muy nombradas la de La Lanzada y la de San Juan de la Palma- la de Cossío, la de los Drogueros, la de Machacante, la del Gazpachuelo, con escenario de patios sevillanos; o la del Club Pineda , que se estrenaba ese año.

Con lluvia comenzó y con nublados y chubascos terminó aquella Feria de abril del año del hambre, cantando, bailando, bebiendo con una decisión que quería quitar el miedo del alma y el cuerpo.

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