FERIA DE ABRIL DE SEVILLA 2023
La Feria alumbra Sevilla tras dejarla a oscuras
Suprema ironía que unas horas antes del alumbrado un apagón dejara sin luz durante noventa minutos a muchas calles del real
Feria de Abril de Sevilla 2023: todo lo que hay que saber
Plano de la Feria de Abril: calle a calle
Vuelve la luz al real tras un apagón por una avería de media tensión en una subestación de Endesa
Que falle la luz unas horas antes del alumbrado es una suprema ironía, o una zancadilla a la fiesta. Quedó casi como un guiño a los tiempos de zozobra que resolvió Endesa en una hora y treinta minutos, pero así sucedió: media feria cenó a la luz de las velas antes de que se encendiera la portada. Sustos y cera que dejan unas imágenes insólitas: rebujitos tenues, gente pidiendo explicaciones con urgencia y la casa del terror en pleno Pepe Luis Vázquez, no en la calle de Infierno. La bienvenida más insospechada para la más especial de las noches que truncó el pescaíto de muchos. La avería se dio en la infraestructura del recinto ferial, que pertenece al Ayuntamiento.
Quienes hace no demasiado hablaban de la vieja feria, aquella que tenía lugar en El Prado, ya no van a la nueva. Pasa la vida, como escribió Romero San Juan. Y no has notado que has vivido cuando el emplazamiento de Los Remedios, para unos de pronto y para la mayoría desde siempre, ha cumplido cincuenta años. Justo ayer, al prenderse tras el percance inicial. Entre voces, trizas de papel y farolillos repuestos, efluvios de adobo y ganas en conserva. Una feria sin dudas como punto de partida. Para festejar motivos dispares: un encuentro, un mantón, una estación. Con la mascarilla en el olvido y una tierra ansiosa por recoger la túnica de la tintorería para dejar el traje. La saeta enmudecida ante el rasgueo de una guitarra que es promesa y abrazo. Otra vez. Siempre de nuevo. Sencillamente y dos semanas después, ha empezado la Feria de Abril, peregrinación de quienes celebran a pesar de las altas temperaturas que se prevén.
Un clásico
Una frase atribuida a Rafael Gómez El Gallo enseña que «lo clásico es aquello que no se puede mejorar». Por ello la portada que ha diseñado el arquitecto Gregorio Esteban invita al piropo sin pasar por el riesgo. Es regionalista, pero al irradiar evidenció todo su clasicismo popular. Que eso es, en esencia, la definición de la feria: populosa tradición. Algo también muy propio de Sevilla es su desavenencia ante tales asuntos, por eso no hay portada, pregón ni cartel del gusto de todos. Así, tras los primeros compases de las luces, fueron llegando, por lo bajini, aquellos a los que este año, en fin, la portada, pues eso…, que ni fú ni fá, ¿no? Esto se comenta ya con los dedos manchados de aceite, un pin de la misma en la chaqueta y un puñado de servilletas que no empapan encima de la mesa.
Ese punto de referencia es un elemento perecedero. Las opiniones que suscita, sin embargo, son endémicas. Diría que mucho más de nosotros que cualquier otra cosa. Se desatan en la noche del pescaito y conforman parte del patrimonio, como los despistados que olvidaron su corbata, los que se recogieron demasiado tarde y quienes, aun avisando de que no se recrearían, vieron apagarse las bombillas en pro de la luz natural. ¿No es la feria la medida justa del exceso?
Las calles se poblaron con timidez. Un principio de normalidad impostada tardó unas horas en quebrarse: «Este tiene todavía la movilidad del cirineo de San Isidoro», le ha dicho un padre al hijo frente a los amigos del chaval, para educar así en el arte de responder. La pandillita anda tensamente trajeada, como figuras policromadas. Es un ejemplo perfecto de lo que ocurre en el resto del Real la noche en la que todos nos estamos orientando. «Hacerse el cuerpo a la feria», decía Pemán, que aseguraba lograrlo en la cuarta jornada.
Desde Asunción venían anunciando la fiesta con banderolas que cualquier sevillano podría resolver: si uno lee «Sueña la margarita», por dentro dice «Con ser romero». Cruzcampo prometió una caja de botellines para los vecinos que colocaran las insignias en los balcones y no ha quedado hueco para una maceta. Parece una profecía del Pali, «Eterno Trovador», como reza la obra de Gregorio Esteban en una columna.
Se desplegaron ayer varias reglas. Costumbristas proposiciones de ley. Muchos móviles, al parecer, llevaban guardados el plano que ofrece ABC para que sus dueños no se pierdan, que en la feria es fácil orientarse, pero según la hora. Otros andaban con las linternas, como apoyo a las velas de las diez de la noche. Algunos volantes de inspiración flamenca descubrieron su vuelo y otros volvieron a batallar con el albero. Se empezaron a ver cañas de madera repicando como una arenga de palmeros. 'Sombra y luz', como aquel disco de Triana. Soñadores, pésimos bailaores que con gracia capean los paseíllos, reliados y liadores; profesionales del ocio, perfectos gastadores de dinero y superdotados en eso de que otros lo gasten, lapas, espigones y espigados; los que sacan pocos platos con muchos tenedores y los que, al contrario, tiran la caseta por el tejado este año de inflación inflamada; los que cantan y tocan, los que callan, gritan y montan el sarao a los pies de las farolas. De todo parece prometer la semana que comienza.
Se va la juventud calladamente cuando pasan los años, pero a menudo vuelve por estas fechas. La juventud, digo. Miren si no el renacer de los veteranos. Cómo el señor y la señora no acuden simplemente a la cita, sino que tiran del carro con mucho más corazón que hueso. Son imán en la caseta. Referencia familiar. La feria en Los Remedios cumplió ayer cincuenta años. Más que la mayoría, pero poco, en realidad, para una ciudad que hace más de un siglo decidió medir el tiempo en primaveras, poner el ganado para la foto y arrancarse al fresco por sevillanas.