menores infractores
Aprendiendo otra vez a ser un niño
Una treintena de menores trata de recuperar su adolescencia en el centro «El Limonar», donde cumplen medidas por robo o maltrato

El centro de menores «El Limonar» , en las afueras de Alcalá de Guadaíra, no responde a la imagen que uno tiene de un lugar como este. Desde su patio, que cae colina abajo y donde hay una pajarera construida por estos adolescentes — que en Navidad alberga el belén— y una piscina de la que cuidan a diario, se divisa el inicio de la vega. Sólo si se pone atención uno ve las concertinas, que la Junta quiere retirar y que rematan los muros y cierran un complejo de edificios y patios circundados por alguna vivienda , y al que se accede por una puerta controlada por seguridad. No hay sensación de estar encerrado en cuatro paredes. Solo en la entrada, tras pasar una gruesa puerta y pasar el control de seguridad, uno parece estar en algo parecido a una cárcel o un antiguo correccional.
En «El Limonar» queda poco de ellos. Recuerda algo el módulo de observación, el primer lugar al que llegan los menores contra los que el juez ha dictado una medida de tratamiento por cometer un delito o una falta, siendo los más comunes el robo con fuerza y con violencia, y el maltrato familiar. El centro es el último recurso, pues solo el 10% de los menores a los que imponen medidas, 708 de los 7.342 que había en 2013, cumplieron internamiento aquel año.
En observación, en un austero salón y unas habitaciones que tienen algo de celda monacal donde el menor no puede llevarse ni tabaco, este se encuentra con el hecho de que debe asumir su «responsabilidad penal» y que «tienen que resarcir un daño» , en palabras de la directora general de Justicia Juvenil y Cooperación de la Consejería de Justicia, Carmen Belinchón.
Pero la relación, más aparente que real, con los antiguos correccionales queda ahí, porque la reinserción del menor, al que en el centro se considera una víctima y no un verdugo sea cual sea su delito, es el objetivo. Y el método es la educación y facilitarle las herramientas sociales y psicológicas para que pueda resolver sus conflictos. Se persigue que «esto sea solo una anécdota en su vida», añade Belinchón.
En Observación, donde el adolescente, a partir de los 14 años, puede estar entre una semana o dos y volver si su conducta no es la adecuada, es solo el primer escalón, aunque quizás el más duro, del camino que lo tendrá en el centro un mínimo de un año . Ahí deberá pensar en el daño cometido, comenzar a ser consciente de dónde está y tener propósito de enmienda.
Después, según vaya respondiendo su conducta a los estímulos educadores, las medidas evolucionarán y se le dará más libertad, pasando a diferentes módulos donde ganar comodidades, como su pequeño equipo de música o una videoconsola. En el centro, el menor puede seguir sus estudios, compaginarlos con ejercicio físico y asistir a talleres, de cerámica a informática, que les permitan buscarse la vida en un futuro. Por ello, «El Limonar» tiene también algo de instituto o de internado , con jóvenes recibiendo clases y siguiendo talleres de cerámica, de punto o de mantenimiento de edificios, o cuidando el jardín.
«Antes de entrar, me imaginaba la vida aquí a pelea por día, pensaba que iba a tener que pelearme hasta por mi ropa», comenta Juanma, de 18 años, quien está a pocos meses de cumplir la medida de 24 meses por maltrato a su madre. La realidad es muy distinta en este centro que gestiona para la Junta la Fundación Diagrama, entidad sin ánimo de lucro especializada desde 1991 en la atención a personas vulnerables o en dificultad social.
En él trabajan 55 personas, entre educadores, psicólogos, trabajadores sociales, médico, equipo directivo... A lo que se suman doce efectivos de seguridad. Tiene capacidad para 32 menores . Ahora hay siete adolescentes en régimen abierto, 22 en semiabierto y solo uno en cerrado. Esto significa que salvo este último, todos pueden salir del centro para, por ejemplo, asistir a sus clases o estar con su familia el fin de semana, pero esto siempre en función a la evolución de su reeducación.
El día a día de estos jóvenes comienza temprano, a las ocho y media, cuando se levantan de la cama, limpian su habitación y desayunan. La rutina es importante, ya que muchos llevaban horarios muy desordenados antes de entrar en el centro. Algunos van a clase de ESO a un centro cercano, mientras otros, más atrasados en sus estudios, siguen clase allí mismo, donde imparten dos profesores, uno contratado por Diagrama y otro que pone la Consejería de Educación. Otros siguen talleres de lunes a viernes.
A mediodía tienen tiempo libre antes y después de la comida. Siguen horas de estudio entre las cuatro y las siete. A las nueve cenan y a las diez y media se apagan las luces. Esta rutina era la habitual hasta hace muy poco de Jorge, un menor que ha retomado su vida tras pasar un año en el centro. «Aquí maduramos un montón y echo, incluso, de menos a mis compañeros . Ahora he retomado mis estudios de ESO y me gustaría hacer Psicología. Es muy difícil cabrearme, al contrario de lo que me pasaba antes. Ahora lo único que me cabrea es el FIFA», un juego de fútbol de la videoconsola .