patrimonio

Cita con Doña María Coronel en el convento de Santa Inés

Hoy puede contemplarse el cuerpo incorrupto de esta dama sevillana, protagonista de una de las más bellas leyendas de la ciudad

Cita con Doña María Coronel en el convento de Santa Inés rocío ruz

aurora flórez

Hoy, Sevilla tiene una cita con doña María Coronel en el convento de franciscanas clarisas de Santa Inés, donde se conserva su cuerpo incorrupto, que puede contemplarse exclusivamente cada 2 de diciembre, en recuerdo de la fecha en que se cree que murió, a los 75 años, siendo abadesa, en 1411.

Las franciscanas clarisas ultimaban ayer el exorno de velas y flores en el trascoro, justo delante de la tupida reja de la clausura, donde de nueve de la mañana a una de la tarde y de cuatro a ocho los sevillanos pueden cumplir con el rito de visitar a esta noble dama, que fundó el convento en 1373. Si hunden la vista incluso podrán vislumbrar el precioso órgano barroco que Bécquer escogió para su «Maese Pérez, el organista».

Su historia y su leyenda se confunden y solapan para configurar una de las tradiciones más bellas de Sevilla, en la que el nombre de doña María Coronel permanecerá por siempre unido al de don Pedro I el Cruel, o el Justiciero, según se interprete, quien mandó decapitar a su marido, que había conspirado contra él en favor de los Trastámara. Precisamente, en la cripta de la Sala del Capítulo, donde reposó, también se hallaron los huesos, sin la cabeza, de su esposo, Juan de la Cerda, y de una niña, su hija.

Huyendo de Pedro I

Cuenta la leyenda que el rey quedó prendado de la joven y bella viuda veinteañera, quien supo huir de sus requiebros, incluso ocultándose de sus esbirros en un hoyo en la huerta del convento de Santa Clara, al pie de la Torre de don Fadrique, donde milagrosamente crecieron al instante unas plantas -dice la tradición que peregil- que la ocultaron. No cejó, sin embargo, el libidinoso monarca, que se presentó en persona en el extinto cenobio a buscarla.

Como saben todos los sevillanos, doña María Coronel intentó desfigurarse echándose aceite hirviendo encima. Los rastros de la las terribles quemaduras que le llegan hasta el pecho bien pudieran ser los que hoy se aprecian a la perfección en el rostro, sobre la piel momificada, porque con la leyenda, una de las más bellas de la ciudad, no acaban ni los estudios científicos, que siempre dan resultado inconcluyente.

Hoy la contemplarán en la urna de cristal que ocupa desde 1833, que sustituyó a una cajita de madera, guardada por tres llaves, en la que estuvo tras ser hallada incorrupta. Son muchos los que se encomiendan a ella para curar de enfermedades cancerígenas, dicen en su convento, uno de los más ricos en leyendas.

Aprovechen, al reencontrarse con doña María Coronel y su historia, para adquirir los riquísimos bollitos de Santa Inés, coronados de ajonjolí, o cualquiera de los dulces, mantecados y magdalenas que hacen las franciscanas clarisas en su obrador.

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