La edad no importa para aprender
Nunca es tarde para volver al colegio en Sevilla
El Centro de Adultos del Polígono Sur atiende a un barrio donde hay 10.000 analfabetos
Las estadísticas indican que en Sevilla hay actualmente 47.700 analfabetos, 10.000 de ellos en el Polígono Sur. Ha leído bien. No es una equivocación, aunque vivamos en unos de los países más desarrollados del mundo. Lo peor de todo es que la cifra de analfabetos podría ser mayor porque muchas personas que no saben leer ni escribir lo ocultan por vergüenza. Para combatir esta situación, la Junta de Andalucía tiene en Sevilla 119 centros de educación de adultos donde personas mayores de 18 pueden volver al colegio sin traumas.
El Polígono Sur, donde se enclavan las Tres Mil Viviendas o La Oliva, es uno de barrios más deprimidos de Sevilla. Allí, el Centro de Adultos que dirige Ana García trabaja para que analfabetos aprendan a leer y escribir, y otros que dejaron los estudios en la época del ladrillo los retomen. Su labor ha sido premiada por la Unesco, lo que confirma que no todas las noticias relacionadas con el Polígono Sur tienen que ver con drogas, delincuencia y paro.
«Todo lo que sale en la Prensa de este barrio es negativo pero también hay cosas positivas y un ejemplo de ello es el centro de adultos. Hay muchas personas implicadas para que esto cambie», defiende Leandra González, quien aprendió a leer y escribir en este centro. Manuela de los Santos, de 71 años, llegó a este centro hace 25 años. Ella defiende el barrio y a su gente con pasión. «Tengo compañeras de clase que son maravillosas, con una educación estupenda y con hijos en la Universidad. Aquí no todo es malo», puntualiza.
Hace dos años, Amparo Herrera Romero retomó las clases con 19 años y gracias a este centro de adultos ha obtenido el título de Educación Secundaria de Adultos (ESAS). Amparo forma parte, junto a otros jóvenes que estuvieron en el Instituto Joaquín Romero Murube, de la compañía de teatro «Los Shespirs», que ha actuado en varios puntos de España. Algunos de los chicos de la compañía tenían problemas para leer y escribir pero empezaron a representar adaptaciones para jóvenes de Shakespeare. Digno de admiración.
Diego Reyes
La historia de Diego es la de muchos jóvenes que dejaron los estudios en la época del boom inmobilario. Hoy, con 35 años y dos hijos en el mundo, ha vuelto al colegio para obtener el título de Educación Secundaria para Adultos (ESA). «Estudiaba Delineación de F. P. en el Instituto Politécnico de Triana y se me daban bien los estudios, pero los dejé para ir a la mili.
Cuando volví con 19 años trabajé de mensajero, montador de muebles y cocinero. Trabajé en La Espumosa, Puerto Delicias y el estadio olímpico. Después me saqué un título de Prevención en Riesgos Laborales y dejé el trabajo de cocinero para trabajar en la construcción. Ahora llevo dos años en el paro y hace un mes que he agotado la prestación por desempleo», cuenta Diego.
Llegaron en patera a España
Tanto Windiyikida, original de Burkina Faso, como Abdul, nacido en Ghana, llegaron en patera a España, el primero a Tarifa y el segundo, a Granada. No tienen sus papeles regularizados y trabajan como aparcacoches. Quieren aprender español para poder conseguir un puesto de trabajo mejor. Ambos afirman que estudiaron Primaria en sus países de origen. Windiyikida, que dejó dos hijos en Burkina Faso, habla inglés y un poco de árabe, mientras que la lengua materna de Abdul es el francés.
En el centro de adultos del Polígono Sur siguen un programa específico de español para extranjeros. «El español me parece muy difícil de entender, sobre todo aquí en Andalucía donde se comen las palabras y dicen pallá en lugar de para allá», señala Abdul, residente en Las Tres Mil Viviendas.
Remedios Amador
Remedios Amador nació cuando ya existía la Junta preautonómica. A pesar de ello, sólo fue al colegio una semana cuando tenía 10 años. «Nunca me gustó el colegio, así que me escapaba», confiesa esta gitana, que nunca ha trabajado en la calle y que dedicó parte de su infancia a cuidar de su madre en las Tres Mil Viviendas. A los 16 años fue madre de su hijo primogénito, que hoy tiene 18 años.
Desde entonces ha tenido otros tres hijos, el menor de dos años. «Todos, menos el pequeño, van al colegio porque no quiero que les pase lo mismo que a mí», dice.
«Ahora mi marido está fuera y son mis hijos quienes escriben las cartas que le mando. Necesito aprender a leer y escribir porque ahora estoy sola con cuatro hijos. Además, no me dan trabajo en ningún sitio porque soy analfabeta», se lamenta Remedios, que esta semana ha comenzado las clases de alfabetización del Centro de Adultos del barrio.
Manuela de los Santos
Nació en Triana y fue al colegio hasta los 11 años, cuando una meningitis la dejó varias semanas en coma. «Cuando volví en mí no reconocía a nadie. No volví al colegio porque los médicos recomendaron a mi madre que no forzara mucho la cabeza. Como soy hija única y mi madre me tenía entre algodones...», cuenta Manuela. Lo poco que aprendió en el colegio lo olvidó, por lo que esta sevillana apenas sabía leer y escribir cuando se casó con 19 años.
«Mi madre —dice— también era analfabeta porque trabajó siempre pero yo quería aprender, así que con 50 años y tres hijas casadas volví al colegio (el Centro de Adultos del Polígono Sur) porque tenía una espinita clavada». Hoy, Manuela ha leído «La metamorfosis» o «El proceso» de Franz Kafka y se atreve a escribir poesía (que es capaz de recitar de memoria), teatro y coplillas. «Mis hijas dicen que no me reconocen desde que voy al colegio porque antes yo era una persona tímida que apenas hablaba por no meter la pata. Las clases de literatura, donde opinamos sobre libros que leemos, me han abierto la mente», afirma.
Leandra González
Leandra, nacida en Villargarcía de la Torre (Badajoz), es la mayor de seis hermanos a los que cuidaba siendo una niña mientras su madre lavaba por las casas. «En mi pueblo no había colegio público y cuando llegué a Sevilla con diez años apenas estuve un mes en la escuela», recuerda esta extremeña, que se casó con 20 años y tuvo siete hijos.
Llegó al Centro de Adultos del Polígono Sur hace veinte años. Escribía juntando todas las palabras y apenas sabía leer. «¿Qué haces en el colegio a esta edad?», le preguntaba el marido. «Aprender», contestaba Leandra, que ha escrito ya varios libros: «La infancia que se perdió», que se vendió en la Feria del Libro de Sevilla de 2007, y «La diosa de la fertilidad», aún por publicar.
«Ya no me manipulan. El saber te da libertad de mente y acción. Eso ya no me lo quita nadie», comenta a sus 71 años. «Ahora me atrevo a leer todo. Me encanta Antonio de Mello y he leído mucho a García Márquez, desde Cien años de soledad a Crónica de una muerte anunciada. Desde que sé leer y escribir siempre me regalan libros. Mi hijo acaba de regalarme uno de Virginia Woolf».