NO QUIERE DENUNCIAR A LA MADRE
Una denuncia falsa por maltrato le impide ver a sus hijos desde hace once años
José lleva sin poder acercarse a sus dos hijos desde que en mayo de 2003 su exmujer lo acusase de agresión sexual. El Supremo anuló la condena por falta de base en 2009
Las versiones de la injusticia siempre fueron múltiples. Incluso aquellas con rostro humano. El de José González Medina es uno de los que mejor la reflejan. Con solo una mirada. La que él mismo fija cada dos por tres, por ejemplo, en una fotografía que lleva consigo y que ayer enseñaba, intentando no derrumbarse y con las manos temblorosas, a algunos informadores tras su rueda de prensa. Es una instantánea de 2003 que ya amarillea y en la que aparecen sus dos hijos, Cristo Fernando y Anaís. Él ya es mayor de edad y ella tiene 13 años. No puede verlos desde aquellos días en que se hizo la fotografía, donde los dos pequeños sonríen. Es la única sonrisa de sus hijos que tiene José desde aquel mes de mayo de 2003. Once años sin poder verlos. Uno tras otro. Una auténtica condena. Condena sin cárcel.
Junto a su abogado, y roto por el dolor, este hombre se plantó ayer ante los medios de comunicación para narrar su caso, una muestra trágicamente amplificada de esos vicios de un sistema tendente a los blancos o los negros, sin matices ni escalas. Una sentencia inicial injusta, como luego se demostró, y una burocracia endemoniada han lanzado al barro la vida de José. Porque sus hijos, a los que no le dejan ver, son «el motor, el motivo de seguir vivo y luchando». «Estoy en contra de cualquier maltrato, por supuesto, pero también en contra de cualquier injusticia. Y conmigo se ha cometido una enorme».
No busca venganzas ni dinero sino simplemente tener la oportunidad de explicar a sus hijos lo que realmente pasó. «Me preguntan a veces que por qué no he denunciado a la madre de mis hijos, que no me deja verlos desde el 2003. Y no lo hago sencillamente porque es la madre de mis hijos, que no merecen un sufrimiento por eso. ¿Para qué? ¿Qué bien le haría yo a ellos? Pagar con la misma moneda no sirve de nada y ante todo está el bien de ellos, que es lo que importa», subraya José con la voz entrecortada dando una verdadera lección.
«Como un criminal»
Dos días después de una discusión con la madre de sus hijos sobre la idoneidad de que éstos se quedasen en casa de sus abuelos maternos por «el ambiente de inseguridad del barrio», las Tres Mil Viviendas, José se encontró con la Policía llegando a su casa, deteniéndolo, tratándolo «como un criminal» y procesado por un delito de agresión sexual y lesiones, siendo después condenado «sin una sola prueba forense y a pesar de que era una falsedad clarísima, una denuncia falsa de malos tratos». Fue condenado a seis años de prisión y los distintos recursos le llevaron a 2009, cuando fue el Tribunal Supremo el que le absolvió cargando con dureza sobre la sentencia del juzgado de Dos Hermanas que le penó por la falta de certezas y haberse vulnerado el principio básico del in dubio pro reo; si hay dudas, no se puede condenar. Las hubo y muchas, pero se condenó, y entre recurso y trámites, este padre estuvo seis años sin ver a sus hijos a pesar de que la Audiencia de Sevilla dispuso en junio de 2005 una visita al mes mientras no se pronunciase el Supremo. Nunca hubo pues la madre jamás llevó a los niños al punto de encuentro.
«El Supremo me libró de los seis años de cárcel, sí, pero ¿y los seis años sin mis hijos?». Lo peor vino después. Desde 2009 hasta la fecha tampoco ha podido José acercarse a sus vástagos por las trabas constantes de la Administración. Se pidió poder verlos en un punto de encuentro y «estaban saturados, no había sitio». Y cuando más de un año después se logró, un informe psicológico lo desaconsejó porque «no le haría bien a los hijos tras tanto tiempo». Superadas todas las trabas y las persistentes y llamativas negativas de la Fiscalía, un primer intento en el punto de encuentro fracasó, puesto que Cristo Fernando, ya mayor de edad, se limitó a asistir para exponer a su padre —sin verlo ni darle oportunidad de réplica— que no quería saber nada de él. Anaís también puso reparos a ver a José en otro intento posterior. Según los psicólogos, muestran un claro síndrome de alienación parental motivado por los mensajes de su madre, recalca José. Después, más burocracia. «Sólo quiero que mi hija sepa la verdad... y que un día me abrace», dice hundido.
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