Las navidades de 1939 fueron las de Hitler en Europa y las de Scarlata O'Hara y el capitán Butler en EE.UU., 24-12-1939
Mientras decrecía la actividad bélica en los frentes, en Atlanta se estrenaba «Lo que el viento se llevó»
![Las navidades de 1939 fueron las de Hitler en Europa y las de Scarlata O'Hara y el capitán Butler en EE.UU., 24-12-1939](https://s3.abcstatics.com/Media/201412/24/cronicas-navidad--644x362.jpg)
El 24 de diciembre de 1914, tras cinco meses de continuos combates, lucha y muerte, los soldados del Imperio Alemán y los británicos (posteriormente, y en menor medida, los franceses) se habían levantado de sus todavía improvisadas trincheras y en tierra nadie habían intercambiado canciones, conversaciones, partidos de fútbol (en un punto del frente, los alemanes derrotaban por 3-2 a los soldados escoceses; pero, en otro, éstos últimos lograban la revancha con un resultado de 1-4), regalos, comida y cigarrillos; y habían detenido, de una manera completamente espontánea, la incipiente carnicería de la Primera Guerra Mundial.
La Navidad en 1939 transcurrió de manera harto diferente. No hubo confraternización de ningún tipo entre aliados y alemanes. Pero tampoco había habido combates. El Frente Occidental, pasadas las tibias escaramuzas iniciales de septiembre, languidecía en la denominada Drôle Guerre, la “Falsa Guerra”. Los informes militares y los noticiarios y periódicos hablaban únicamente de los modestos duelos aéreos sobre los cielos europeos y las curiosidades y amenidades de una fase de la guerra en la que las noticias más trascendentes eran las visitas al frente de Hitler y del Rey Jorge VI del Reino Unido.
El Alto Mando aliado perdía el tiempo en innumerables conversaciones sobre los más diversos planes de guerra, mientras los soldados franceses, refugiados en la seguridad de su “inexpugnable” Línea Maginot, y los del Cuerpo Expedicionario Británico, la BEF, realizaban marchas, instrucción militar y tímidas patrullas para recabar información sobre la actividad del enemigo. Un enemigo que a su vez descansaba relajado en la inactividad de la “Falsa Guerra” y la seguridad de las más modestas fortificaciones de la Línea Sigfrido; pero, a diferencia de franceses y británicos, los planificadores del ejército alemán bullían de actividad para preparar los estudios previos y los planes invasión de Bélgica, Holanda y Francia. La guerra en el mar, sin embargo, tenía a sus dos actores principales, la Royal Navy y la Kriegsmarine, enfrentándose con una imparable y creciente intensidad en los primeros compases de la que sería posteriormente conocida como la Batalla del Atlántico.
Los alemanes estaban contentos con la marcha de la guerra: la frontera con la URSS estaba asegurada y la pesadilla de una guerra en dos frentes, alejada. Sin embargo, en ese momento en Polonia se vivía la Navidad más triste desde 1919, con su independencia anulada y su territorio repartido entre sus enemigos seculares. Los ciudadanos polacos comenzaban a comprender qué era vivir bajo el yugo de la tiranía nazi, sobre todo los judíos, que, en la zona ocupada o anexionada por Alemania, notaban todo el peso de la opresión de las inhumanas políticas raciales del Tercer Reich.
Las noticias sobre la Guerra Chino-Japonesa interesaban muy poco a una opinión pública europea que estaba volcada en el que sin duda era el acontecimiento más dramático de esas navidades y de ese invierno (el más frío en Europa en 50 años): la sorprendente resistencia del ejército finlandés frente al gigante soviético en la Guerra de Invierno o Talvisota. Las tropas de la URSS se habían visto humilladas reiteradas veces por las más motivadas y mejor dirigidas tropas de su pequeño país vecino. El 28 de diciembre, Stalin ordenaba un alto en las operaciones. El Ejército Rojo debía recuperarse y reorganizarse antes de iniciar una nueva ofensiva.
Al otro lado del Atlántico las navidades discurrían con mucha mayor tranquilidad. A pesar del tradicional y voluntario “dejar hacer” en cuestiones europeas, los Estados Unidos eran, por convicción e ideología, completamente afines a los aliados. Sin embargo, fueron los partidarios de Alemania y sobre todo del aislacionismo a ultranza los más bullangueros y activos en cuanto a defender sus posiciones y puntos de vista. Asociaciones como American Firts ―y otras patrocinadas o publicitadas por prominentes figuras públicas, como el famoso aviador Charles Lindbergh o el industrial Henry Ford― multiplicaban sus concentraciones y actos. Más radicales, abiertamente antisemitas y algunos directamente nazis, toda una suerte de partidos y organizaciones, más o menos minoritarios, desplegaban su actividad pro-alemana disfrazada en muchas ocasiones de aislacionista o antibelicista: el Bund germano-estadounidense, que desfilaba con banderas de los EEUU y esvásticas, la Legión de las Camisas Plateadas o el Frente Cristiano.
Al mismo tiempo, el ya de por sí minoritario Partido Comunista Estadounidense, liderado por Earl Browder, anteriormente furibundo antinazi, perdía apoyos y afiliados a un ritmo creciente al tratar de justificar el Pacto Germano-Soviético. Pero, a pesar de los problemas del tráfico marítimo y la actividad de la Royal Navy y los corsarios y buques de la Kriegsmarine en el Atlántico Norte y Sur, o las noticias sobre la Guerra de Invierno entre la URSS y Finlandia o los debates en el Congreso sobre las Leyes de Neutralidad, las tribulaciones de la guerra y el tronar de los cañones sonaban muy distantes todavía para el pueblo estadounidense, más interesado en el boom cinematográfico del momento: Lo que el viento se llevó, estrenada el 15 de diciembre de 1939 en el Gran Teatro de Atlanta. Destinada a ser un clásico del Séptimo Arte, fue un éxito instantáneo y récord de recaudación: 80 millones de dólares en la primera distribución y 150 millones en la segunda, amén de 10 Oscar. Las navidades en los Estados unidos fueron las del capitán Butler (Clark Gable) y Escarlata O’Hara (Vivian Leigh). En Europa, las de Hitler.
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