El Rocío 2022

Piloto y Canastero, prodigio de los siete escalones

Francisco Álvarez lleva toda la vida desafiando a las leyes de la física subiendo el mastodonte de la carreta de Coria en el porche de la parroquia de Villamanrique

La carreta de Coria subiendo los siete escalones de Villamanrique Raúl Doblado
Javier Macías

Javier Macías

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El reloj de la torre de Santa María Magdalena marca la una de la tarde . En el bar Tomás no dan abasto de tirar cervezas porque el calor aprieta aunque no ahoga. Hay revuelo en la Plaza de España cuando aparece la caballería de Coria , que se coloca desafiante frente al pórtico. Asoma el mastodonte y ya suenan las palmas. No se cabe en el porche de repente y se ha levantado hasta polvo. Se hace el silencio. Es como un duelo, el Simpecado más antiguo frente al de la primera filial. Sólo habla Francisco Álvarez: «No volverse loco empujando y a éste no jarrearle mucho que viene con mucha fuerza». El carretero ribereño lleva toda la vida desafiando a las leyes de la física. Observa los siete escalones y mira a los ojos a Canastero y a Piloto . Se para el tiempo. «Ea, vámonos».  

Y allí que van las bestias, se calienta el ambiente. Agarrados a las ruedas y a la barra de la mole de orfebrería está Coria entera embrutecida, quepan o no las manos porque el que no toca plata o madera arrima el empellón a la espalda del de alante o tira de su camisa. La yunta sube uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... y sigue hasta las jambas de la parroquia moviendo los músculos. Ve venir los bueyes Villamanrique, que se mete dentro ante la embestida. «¡Coria, Coria, Coria...!» , palmas al aire y esa marea humana aguantando en la trasera con los riñones en una pelea imposible. Pero se obra el milagro, un año más. Un prodigio de diez segundos que marcan la vida del boyero, que se curtió en el campo y que amaestró a los toros para subir y bajar escalones sólo para ese suspiro. Ahora queda bajar despacio, mientras se canta al unísono el peldaño que viene para no descoyuntar los ejes de aquella colosal galera donde está la fe de la octava hermandad del Rocío. Francisco Álvarez se acerca a Piloto, lo acaricia y le limpia el lomo emocionado. Todos le abrazan. Lleva subiendo el porche de Villamanrique tanto que nadie le lleva la cuenta, pero lo de este año no ha sido uno más.

Se acallan los cantes y las palmas, porque ahora nadie enmudece hasta que suenan las cuerdas de la guitarra. Y otra vez el silencio. «Y después de dos años de espera/ hoy vuelvo a cantar/ y de llanto mis ojos se llenan/ por los que no están/ el humo de mi candela/ los sordos de mi compás/ y mi oración rociera/ hasta los cielos se van/. Y después de dos años de espera/ aquí tienes otra vez/ en tu bendita escalera/ desparramando su fe/ a esta Coria rociera».

A esa hora siguen parados los relojes. Lo demuestra la cuenta atrás que hay en las gradas de la iglesia, con el contador de días a cero para el paso de las hermandades, fiesta de interés turístico de Andalucía. Se va el Simpecado con vítores, como los que cuelgan de la fachada del Ayuntamiento, dejando el pórtico hacia el Rocío . Todo vuelve a su sitio: las vecinas a sus sillas en las casapuertas y a la sombrita de los naranjos; y el público al Tomás, a calmar la sed, que hasta el que sólo ha mirado está sudando. Lo dice la sevillana y lo dicen las campanas con su repique. « Está pasando Coria. Que nadie se pique».

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