El Rocío 2022
Relato de un renacer con Sevilla en el Quema
Triana y el Salvador madrugaron para vadear el río sagrado, casi sin agua, y bautizar a los nuevos en la fe rociera

En el bosque de ribera de álamos y fresnos suenan los vencejos en el lubricán de la mañana. Ha despuntado el alba en el descansadero donde se desperezaba Triana y baja el inmenso convoy la cuesta del corredor verde que conecta Aznalcázar con Villamanrique, que conduce al vado. En las caras llevan el color del bronce y la legaña; en la voz, el cansancio, la entonación apagada de una nueva salve cantada de carrerilla. Va naciendo el sol y sus rayos se cuelan entre la polvareda y los eucaliptos. Hace fresco, nada de calor en este junio de primavera, cuando comienzan a mojarse los pies descalzos. Triana ha llegado al Jordán rociero, el río sagrado del que emerge una nueva vida, que tres años después son muchas.
Avanza la caballería por el Quema , que es un charco casi reseco al que se le ven las piedras del fondo, que fanguea en las orillas y que apenas cubre más allá del gemelo. La muchedumbre que arropa al Simpecado toca el agua descalza, en chanclas que se enganchan, en calcetines, escalpines y hay quien hasta pasa con una bolsa de basura cubriéndole la pierna escayolada. Hay padres y madres con sus niños en brazos , recién nacidos envueltos en un pañuelo anudado agarrado al torso. Son los nacidos en la pandemia que no conocen un Rocío. Comienza el ritual. Este año se ha puesto de moda el jarrillo de lata cogido con un mosquetón a la hebilla del pantalón para no compartir el vaso, y que sirve de concha para el bautismo .
Son las ocho y media y ya está la carreta de plata en mitad del Quema. Son miles los peregrinos dentro del vado y apostados de orilla a orilla. El silencio sólo lo rompen los caballos chapoteando en el agua, salpicando y relinchando. «Salve Rocío, salve Señora, luz de Triana, Blanca Paloma». Se canta piano, con palmas sordas. Arcadio Martín lanza los vivas, tres veces por Triana, antes de dar la orden a los caballistas de seguir la marcha. Vadea el Guadiamar el Simpecado y cuando sale del Quema ya está el sol en lo alto. Comienzan a pasar las 37 carretas de bueyes que lleva la hermandad y el sosiego del ambiente se rompe con el traqueteo de las ruedas golpeando contra las piedras del fondo, el crujir de las maderas y los boyeros espoleando a las bestias con esa lengua que sólo entieden los carreteros y la yunta. Rompen el silencio los cascabeles de las mulillas de los charrés y las jardineras, y hasta los ponis; y los tráilers que lleva Triana, los tractores y las carriolas pasando por el puente de al lado.

Ya viene Sevilla
Termina de pasar la comitiva de la primera filial de la capital cuando, a lo lejos, se divisa una nube de polvo inmensa. Es la hermandad de Sevilla, andando por el corredor verde . Viene tarde y con prisa. Es el primer año que pasa por el Quema tan temprano porque ha adelantado un día su salida. Pero no llega a tiempo y bloquea a las que vienen detrás, incluso Osuna aparece antes y se tiene que echar a un lado para dejar pasar a los dos mil peregrinos Salvador. Detrás, Sevilla Sur viene a apenas 500 metros apretando. Hay un revuelo por todos los caminos que conducen al Quema, que es algo así como el Ganges para los hindúes, el Nilo para los egipcios o el Jordán para los judíos.
La carreta de plata de Sevilla viene arreando por las arenas. El cielo luce nubes de colores, son de algodón que con el polvo del camino tornan al rojo. Por la vereda hay un contraluz imponente, entre el campo resembrado, los olivares y encinas vuelven a colarse los rayos del sol, que ya pica fuerte. La entrada al vado es un cuello de botella que obliga a los charrés a arrinconarse para dejar pasar la carreta de plata, que viene sin pausa. Hay dos mulos de tiro nerviosos que acaban descoyuntando el eje de la rueda. «Vamos, vamos, echarse a un lado».
A las 10.36 toca el agua por fin la carreta de plata con una bulla delante de caballos y romeros apelotonados. En lo alto de la ribera hay dos rastafaris que tienen los ojos encharcados de lágimas. Ya lo dijo el Papa: «Que todo el mundo sea rociero». Y comienzan los bautizos de Sevilla. Se escucha un grito: «¡Álvarez, al Paco déjamelo a mí que traigo el cubo!». La cara de Paco pasó del bronce al blanco pálido, pensando que le iban a meter la cabeza en el agua estancada. Las risas sonaron todavía más altas.
Ya por fin se hizo el silencio. Sombreros al pecho . La salve del Rocío de Sevilla, que le pega un pellizco hasta al cámara que está grabando un documental para una tele extranjera y al tío que lleva la 'Go Pro' enganchada en una caña de pescar para coger planos cenitales como si fuera un dron. Llantos de los romeros, se abrazan las parejas: «No llores, mi vida, que esto es bonito», le dice un peregrino a su mujer.
Gabriel Rojas , el hermano mayor, lanza los vivas a Sevilla y a España y el coro, que es insuperable, canta aquello de «quítese usted el sombrero/ que Sevilla cruza el Quema./ Que saluden los romeros/ al ver su caera morena (...) Ole, ole, ole mi hermandad». Y todos los sombreros se movían en un vaivén hacia el Simpecado. Así renace Sevilla después de tres años de sequía rociera .
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