La Matriz llega a la aldea y abre una romería marcada por el calor

Más romeros a pie y a caballo acompañaron al Simpecado en su peregrinar

El hermano mayor de la Matriz de Almonte, José María Acosta, con su esposa en la parroquia de la Asunción M. A. J.

MIGUEL ÁNGEL JIMÉNEZ

La sensación de jornada especial recorría las calles de Almonte desde mucho antes de que, con puntualidad, comenzara la misa de romeros en el recinto del Chaparral a las 10 de la mañana. El tronar de los cohetes y el repiqueteo de los cascos de los caballos en los adoquines hacían las veces de despertador y desde bien temprano, con pocas horas de sueño en el cuerpo tras haber disfrutado de la tradicional «velá» del hermano mayor , los almonteños ultimaban los preparativos para el camino.

Medio millar de personas aguardaban en el Alto del Molinillo , lugar en el que cada siete años se descubre el rostro de la Divina Pastora en su Venida a Almonte, para asistir a la eucaristía ofrecida por el padre Francisco Jesús Martín Sirgo, párroco de la villa y capellán del Santuario del Rocío . En su homilía, Martín Sirgo realizaba un paralelismo entre el camino a la aldea que se disponían a emprender los romeros y el camino de la vida que nos lleva a encontrarnos «con el Padre en las marismas eternas contemplando su verdadero rostro. Sabemos que en ese caminar no hay nada preparado, que puede surgir el imprevisto, que no es un viaje establecido con paradas determinadas, sino que es el camino de la misma existencia , donde en el contacto, en la convivencia con todos los demás, vivimos la fraternidad, la acogida, la amabilidad, la escucha, la oración». Terminada la misa, la comitiva que acompañaba al hermano mayor de la Matriz se dispuso para realizar el tradicional recorrido por las calles de Almonte antes de salir al camino. Unas calles que se mostraban ya llenas de vecinos expectantes por ver a su hermandad desfilar. En el umbral de las casas, el desacompasado sonido de los pequeños tamboriles con los que jugaban los chiquillos, ataviados de corto y de gitana, impregnaban la mañana de la ternura y la inocencia de quienes viven sus primeros rocíos , y arrancaban los piropos de padres y abuelos.

Cerca del mediodía la comitiva alcanzaba la Plaza Virgen del Rocío y hacía un alto ante la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, hasta hace pocas jornadas, centro neurálgico de los actos preparatorios de la romería. Allí esperaban los miembros de la Junta de Gobierno de la Matriz , acompañados por cientos de vecinos, bajo un sol que se mostraba ya abrasador y el constante repicar de las campanas del templo. Tras los rezos y los vivas en los que se deshacía el hermano mayor al pasar por el monumento que Almonte erigió a su Patrona en la plaza que lleva su nombre , la comitiva enfilaba el último tramo hasta dejar atrás las casas del pueblo.

A diferencia de la romería del año pasado, que obligó incluso a celebrar la misa de romeros bajo el resguardo de la parroquia , y ofreció imágenes desoladoras de los peregrinos soportando una lluvia torrencial bajo chubasqueros y ropas de agua, la jornada de ayer dejó estampas típicas repletas de color y de alegría.

El camino transcurrió sin incidencias reseñables. La Matriz llegaba a su zona de sesteo, la Venta Camacho, a las cinco de la tarde atesorando un considerable retraso sobre su horario habitual. Antes había hecho su tradicional ofrenda en el Hogar del Pastorcito, una residencia para personas con discapacidad psíquica que cada año recibe la visita de la hermandad en su camino a la aldea.

Sobre las siete de la tarde, la comitiva hacía una nueva parada para el café y emprendía rápidamente el tramo que se conoce como de «las parcelas», intentando ajustar el tiempo para realizar la entrada en la aldea con el mínimo retraso posible. El sofocante calor y el polvo han sido este año los protagonistas de un camino, el de la Matriz de Almonte, cuyo Simpecado ve cómo cada año aumenta el número de peregrinos que lo acompañan a pie y a caballo hasta la aldea.

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