el clasico
Guía no fanática para seguir disfrutando del Barça-Madrid
El Madrid puede robar la posesión al Barcelona ante los ojos impotentes de Guardiola. El débil Barcelona de Bartomeu podría superar al Madrid más fuerte del florentinismo

SÍNDROME DEL CAMP NOU. Desde el 1983, la victoria por 1-2 con Juanito y los suyos, hasta la victoria del 2003 con goles de Roberto Carlos y Ronaldo, el Madrid estuvo 20 años sin ganar en Liga allí. Para el Madrid, este estadio ha sido como toda Alemania. Hay una sensación habitual allí. El público organiza un ruido ensordecedor, el Barcelona aprieta y en ese enorme campo el Madrid se empequeñece. La asfixia del Camp Nou es un mal habitual. No se oye nada y el equipo parece desconectarse del entrenador. Es como un púgil recibiendo golpes en medio del ring, no se puede hacer nada por él. Los buenos equipos del Real Madrid, no obstante, se plantaron bien en el Camp Nou. Es un lugar donde demostrar solidez táctica.
[ Barcelona-Real Madrid en directo]
El año del retorno de Figo se midió el ruido. Era el equivalente al motor de un avión en marcha.
EL «SOSI», EL TIFO, LA BANDERA. Al socio del Barcelona, el «sosi» del que hablaba Núñez (sólo Florentino lo ha mencionado tanto), no se le escucha mucho. Salvo cuando llega el Madrid. Vázquez Montalbán contó una vez lo que gritaba un compañero suyo de localidad: «¡No sois un equipo de fútbol, sois un Tercio! ¡Un Tercio!». Por el Tercio de Flandes, claro. El «sosi» joven quizás mira al Madrid de igual a igual; el «sosi» veterano, que vivió la sequía entre la final del Benfica y Cruyff o los años 80 del primer nuñismo, mira aún al Madrid de otra manera. Es probable que al llegar a su localidad el «sosi» encuentre una cartulina que deberá levantar. Es el tifo. Y el tifo, casi seguro, dibujará una bandera colectiva visible desde el cielo. El Barcelona lleva décadas haciéndolo, bordando esa colectivización de la identidad.
GUARDIOLA ENTRE NOSOTROS. El partido no será un partido más porque entre nosotros estará Guardiola. Se vio ante el City que tan importante como el partido eran sus gestos , quizás un poco sobreactuados, pero así es Guardiola. Por encima de lo futbolístico, Guardiola es un vehículo sentimental para el culé y por tanto para el madridista. Fue clave en los dos mejores equipos azulgranas de la historia. Nos lleva, por ensalmo, al año 1992. Casi nada. Incluso antes, a la Barcelona preolímpica, donde engarza directamente con la Quinta, la posmodernidad del Madrid mendocino y la España ochentera. Pep sería importante sólo por eso. Es la Masía, el niño recogepelotas, el Lluis Llach de la pelota, el Foucault del tiquitaca, hasta sus rivales le echan de menos.
Estará de «sosi», de «sosi» en su localidad. «Sosi de un petit país con campanarios». Será inevitable acordarse de Mourinho. La última etapa de esplendor del clásico se vivió con los dos. Gracias a Pep, algo de eso flotará en el ambiente. Una generación se despidió del fútbol como posibilidad sentimental cuando se fueron de España.
¿Y quién dio el pase a Romario para su cola de vaca? Sí, Guardiola. Esa jugada resume al mejor Barcelona de siempre: toque y crack.
LA MARISCADA. En el fútbol se ha puesto de moda la conjura. El Madrid hizo una hace poco. Pero volvió a perder. Después se supo que habían decidido algo más: un blindaje del vestuario. Una especie de hermetismo reconcentrado y silencioso para no perder la fuerza por la boca. Pues el Clásico ha provocado algo más: la mariscada en Valdebebas. Si el Barcelona hace barbacoas y el Atlético hace asaditos, Ancelotti estrechó lazos con su plantilla, fiel a su merecida fama de mano blanda, con una mariscada . Entre centollas, bogavantes y vieiras, en el chupeteo de la pata de cigala, Ancelotti estrechó lazos, afianzó su liderazgo suave y limó asperezas, si es que las hubiere, con sus jugadores. Después de pasarse un langostino y de pelearse con un bogavante, ¿cómo no se va a hacer piña? La mariscada selló un pacto. Una mariscada es algo más que una comida. Dame ese langostino, que yo te ayudaré con el centollo. Si Ancelotti lleva al campo la solidaridad ante el marisco, habrá conseguido mucho. Dos nuevas armas tiene Ancelotti: la cuesta de Valdebebas y la mariscada.
EL ANIMADOR. Ya no es como en los tiempos de Gaspart o de Mendoza. Ahora nadie habla. Nadie «genera violencia». Uno más de los aburrimientos de la liga, que ha perdido la figura del lenguaraz. Algo muy contradictorio, pues el periodismo reprendía a quien le daban titulares. Ha tenido que venir alguien del pasado, el inevitable Stoichkov, uno de los hitos de los Barça-Madrid. En el año 90, jugando la vuelta de una Supercopa de España contra el Madrid de la quinta abortada de los Aragón y Aldana, le pegó un pisotón a Urízar Azpitart e (el sino arbitral en el apellido). Stoichkov ve un Barça campeón de todo, capaz de golear al Madrid y a un Messi muy por encima de Cristiano. Y utiliza la palabra prepotencia, que aún le cuesta pronunciar correctamente. Es decir, que el «animador» hace de forofo, simplemente. Cómo será el aburrimiento actual para que nadie, entre los protagonistas, descienda a comportarse por un día como tal. Pero incluso esa figura, personalizada en Stoichkov, ya parece antigua. Suena a programa de Arús, a los primeros noventa, a Gaspart chapoteando en el Támesis, a Mendoza saltando con los ultras, a la gabardina de exhibicionista de Cruyff, al perfil distraído de Rexach e incluso, aunque no tenga que ver con el clásico, a Jesús Gil. Vivimos en la corrección más anodina. En el Barça, pues, está Stoichkov, quizás alguna cosa de Piqué. De la directiva no se conoce a nadie. En el Madrid, Florentino le dio la portavocía a Butragueño, que está entre el cumplido y la levitación y encarna el señorío más absoluto y pactado: no se molesta a nadie. Equilibrio no dicho con la prensa: el forofismo para vosotros, el control para mí.
LA GENIALIDAD TÁCTICA. En los clásicos, desde Cruyff, el entrenador suele achicarse. El holandés, con lo que era, cambiaba el sistema cada vez que iba al Bernabéu. Así empezó Ancelotti, colocando a Ramos por delante de la defensa en el Camp Nou, casi como un líbero alemán. Pero donde todo el mundo cambia no se espera que Ancelotti modifique nada. El 4-3-3 seguirá, y será cosa de los jugadores, concretamente de Bale, convertirlo en 4-4-2. Si Ancelotti no cambia en Barcelona ya no cambiará nunca.
EL MUNDO SE PARA. La prensa exprime el clásico hasta niveles de explotación. Habrá maratones televisivos (las ojeras de Pedrerol pueden ser épicas), audiencias millonarias y una inclinación, común, quizás más visible en Madrid, hacia la «internacionalización del conflicto». ¿Hasta dónde se ve el Barça-Madrid? Veremos esquimales, yihadistas, yanomamis, monjes tibetanos, reclusos de Guantánamo y guerreros de las FARC con la camiseta puesta. El Barça-Madrid es tan grande ya que tiene hasta su propio narcisismo. Esa ilusión de que el mundo se para.
GURUCETA CONTRAL EL COCHINILLO. El madridismo menor de cuarenta años nació con una especie de pecado original. Cuando preguntaba en qué consistía, siempre se le remitía a lo mismo: el penalti de Guruceta. El penalti de Guruceta era como el incidente de Palomares . Toda la supuesta amistad del régimen se resumía en ese instante, el momento en el que Guruceta (el primer mártir del Barça-Madrid) señaló como penalti el intento de Rifé de cortar el avance de Velázquez. Observada la jugada, fue un penalti más que dudoso . Años después, otro momento se incorporó por su fuerza simbólica a la historia del clásico. En el año del segundo regreso a Camp Nou, Figo fue recibido con una lluvia de objetos . Parecía eso un programa de retail. Móviles, botellas de JB... y la cabeza de un cochinillo. Figo no podía sacar los córneres y el clima era serbobosnio, como poco. La sanción de dos partidos de cierre jamás la cumplió el Barcelona y quedó en el aire una sospecha de impunidad. El cochinillo (¡otro mártir del Barça-Madrid!) mira a Guruceta. O utilizando la feliz expresión de Míchel: el agravio cogió el puente aéreo.
YA NO ES UN PARÉNTESIS. Durante mucho tiempo, el clásico era un partido que se sacaba fuera de la competición. Se convertía en una final sin trofeo. En los largos años de sequía culé, los años tras Kubala o antes de Cruyff, el barcelonismo se contentaba con ganar al Madrid. Los años del campeonato moral. A partir de 1991, la cosa cambia. Los puntos son fundamentales en los duelos directos. Hugo Cerezo, de Marca, comentaba estos días que en los últimos años para ganar la Liga el Madrid tiene que salir vivo del Camp Nou. «Nada estará decidido», dice Ancelotti, pero perder en el Camp Nou dará media liga al Barcelona. Por sensaciones y por estadística. Esto, sin duda, es un éxito del club catalán. Antes, al Madrid no le hacía falta ganar allí para levantar trofeos.
LOS CLÁSICOS DE INFLEXIÓN. A medida que la Liga se reduce al Barça-Madrid, el duelo comienza a ser a punto de inflexión. El 2-6 en el Bernabéu fue una cumbre del Barcelona; el 5-0 de Romario provocó un cambio en el Madrid, que respondió con el 5-0 valdanista que supuso el final del Cruyffismo. El 5-0 a Mourinho impulsó su reactivación . Los clásicos, a veces, son inicio o fin de un ciclo.
MESSI Y EL BALÓN. Es el máximo goleador en la historia de los clásicos . Se acerca al gol por partido. Desde el Dream Team de Cruyff, el Barcelona ha tenido a Romario, Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho y Messi. Salvo en los días de Zidane y en los fugaces momentos en que Cristiano pareció superior a Messi, el barcelonismo vive con la tranquilidad de tener el mejor jugador del mundo. Ha vivido sobre la herencia táctica de Cruyff y sobre la tranquilidad del crack total. Un discurso ambivalente. Luego llegó la cantera, a la que sacó todo el provecho propagandístico imaginable.
Cuando visita el Camp Nou, el Madrid se enfrenta siempre a la necesidad de oponer algo colectivo y organizado ante el genio. En estos casos, el Madrid se agazapa, se hace solidario, y aunque parece empequeñecerse, a la vez recupera algo antiguo y colectivo. Se observa en estos casos si sabe sufrir. El genio culé por un instante devuelve al Madrid rutilante a los García.
Contra Messi pudo Pepe en esa media hora de la ida de semifinales de Champions League. El árbitro, con su injusta expulsión , y el periodismo, que consideró una herejía su ubicación, desactivaron la opción. Sin un marcaje cualificado al hombre, opción que repudió el fútbol moderno, sólo queda lo que se conoce como «sistema de ayudas». Messi, el ratón suelto en el salón de señoras, en expresión de Prada, se enfrentará al triángulo de Bale-Carvajal-Modric. Calcular el centro de un triángulo es difícil, pero Messi partirá justo de ese lugar.
El Madrid opondrá la BBC y quizás Cristiano en solitario. La afición le mira perpleja, como una Irina. Pero por primera vez en muchos años, el Madrid tiene un centro del campo de tanta o más calidad. Esta es su gran baza.
LOS GESTOS. El clásico puede resumirse en una sucesión de gestos. El corte de mangas de Schuster, el acomodo testicular de Hugo Sánchez, el regate de Romario a Alkorta , la peineta de Giovanni, la manita de Bruins Slot que luego repitió Piqué, el silencio de Raúl, el «putuamu”» de Guardiola en rueda de prensa, el dedo de Mou a Tito (q. e. p. d.), el señor del Bernabéu aplaudiendo a Ronaldinho, Mendoza recitando a Verdaguer, el puñetazo a Reina, el mono de peluche a Roberto Carlos o la cabeza del cochinillo emplatada en el césped del Camp Nou...
LA CONCORDIA CASILLISTA. La llamada de Casillas a Xavi y la obsesión de la prensa con Mourinho en defensa de la selección (bien mayor) supuso el establecimiento forzoso de un clima de concordia. En el Madrid nadie salvo los portugueses o quizás Ramos puede responder. Incluso Kroos, que no deja de ser alemán. Se trata de un equipo frío en el que impera el casillismo como clima moral. No habrá belicosidad ni peleas. Sobre el fútbol español reina la sonrisa, la concordia más aparente. La pacificación delbosquista, bajo el manto de silencio de Villar, se filtra en el fútbol de clubes a través de la concordia del clásico. Todo sea por la Selección. La persecución al insulto de Tebas completa el cuadro. La pacificación casillista de los clásicos sólo tiene un precedente: la de Tarradellas a principios de los ochenta.
SIMBOLISMO. Todo el simbolismo del Barça-Madrid venía determinado por la condición de «més que un club» del Barcelona. «El ejército desarmado de Cataluña». El Madrid, por oposición, era la dominación estatal, el centro, el régimen, la burguesía, el capital, el cáncer de páncreas y el pago en las autopistas. La justificación se encontraba en su utilidad. Así se sublimaba, se venía a decir, el conflicto político. La realidad es que el conflicto siguió más allá del fútbol. Luego se trasladó a las páginas deportivas con la guerra de modelos. La Masia contra el talonario, el colectivo contra la figura, el toque contra el contragolpe. Esto llegó a su culminación con Mourinho y Guardiola. Pero ahora no hay modelos. El Madrid intenta un toque sin fanatismo, sin doctrina, y Luis Enrique es Messi con repliegue. No abanderan ninguna escuela.
Los clásicos son el momento en el que los dos clubes se preguntan por lo que son. El Barcelona sigue esgrimiendo su condición simbólica, pero representa una crisis. Sus directivos y el mismo club son materia judicial. Se trata, no lo olvidemos, del primer clásico en el Camp Nou desde el escándalo de los Pujol.
El Barça está como Cataluña, a la espera de algo sonoro, identitario y populista: Laporta.
El Madrid, para lo bueno y lo malo, es el florentinismo, un discurso corporativo, neutro, abierto y últimamente hasta personalista. Florentino rechazó cualquier conexión con la épica nacional. Quizás eso acabó con la Séptima. Ni siquiera se habla ya de galaxia, prepotencia o chulería. Pero con Florentino en el palco se prolonga la idea de un Madrid central y poderoso.
El Barcelona buscará hundir a Ancelotti, que lo fiaría todo a la Undécima. El Barça más débil, el de Bartomeu, vencería al mejor Madrid de Florentino.
El Madrid puede lograr algo que ni imaginaba: quitarle al Barcelona, por primera vez, la posesión en su estadio con fútbol de toque, justo en el año crucial del desplome pujolista y ante los ojos impotentes de Guardiola.
Pues sí, tiene interés este clásico.
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