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La vida en un número cero

la voz de cádiz cumple 18 años

Hace dieciocho años hicimos un periódico en Cádiz. Comprendimos aterrados que entonces teníamos que hacer otro, y otro, y otro más

En venganza por su osadía, Zeus mandó atar a Prometeo con cadenas y ordenó que un águila le devorara el hígado. Como Prometeo era inmortal, cada noche le crecía el hígado de nuevo y al día siguiente, la rapaz volvía a devorárselo. Las peores condenas consisten en la repetición. Sísifo era obligado a empujar una piedra hasta lo alto de la montaña y, cuando llegaba a la cumbre, la piedra caía rodando de la otra parte y entonces se veía obligado a repetir la hazaña eternamente. Hace dieciocho años hicimos un periódico en Cádiz. Cuando por la mañana entramos en el quiosco, lo vimos apilado ordenadamente, acariciamos su portada, pasamos la yema de los dedos sobre el azul-cielo-de-Cádiz de su mancheta y comprendimos aterrados que entonces teníamos que hacer otro, y otro, y otro más. Viviríamos así haciendo periódicos, para siempre condenados a la grandeza efímera, angustiosa y frustrante pero descaradamente bella del periodismo de papel, una guerra que, a día de hoy, se sigue librando.

Llevábamos un tiempo haciendo periódicos para nadie. Los llamábamos 'Números cero' y eran como vivir en broma, como ser inmortales. Como si las erratas que cometíamos, las noticias que no eran y las fotos que no llegaban no contaran, pues al fin y al cabo, nadie las iba a leer al día siguiente. Teníamos siete vidas o no sé cuántas. Hacer un periódico parece fácil, como escribir una novela: hay gente que se pone a ello y no le pone ni el nombre al protagonista. Con todo y gracias al oficio de los más experimentados, la redacción –entonces a las órdenes de Lalia González-Santiago, primera directora de periódico de España– tomó la velocidad y el rumbo necesarios para presentarse en la provincia con éxito.

Llevábamos un tiempo haciendo periódicos para nadie. Los 'Números cero'; eran como vivir en broma, como ser inmortales

En aquellos días, yo estaba en primero de levanteras como Manolo Alcántara estaba en primero de jazmines cuando se hizo poeta. Pepe Landi nos dio una vuelta por Cádiz a los redactores de Cultura con ese orgullo derrotado o esa derrota orgullosa, no sé, la proporción áurea del amor por la tierra sin la cual es imposible acercarse a la relación emocional del gaditano con Cádiz, un enigma que esperemos no se resuelva nunca pues, como los grandes misterios, el día en que se explique, desaparece. Cuando se subió al escenario a pregonar el Carnaval de 1994, Jesús Quintero vestido de Lord Byron admitió que tres mil años no se podían cantar en veinte minutos, y tres mil años no se pueden contar en quinientas palabras, pero si te dan dos páginas, una máquina de café y una hora de cierre intempestiva, se puede intentar.

Haciendo memoria, ya se decía entonces que los periódicos cada día contaban menos. A la prensa escrita la iban a sustituir las redes sociales, los blogs y cualquier ciudadano con un teléfono con cámara. Se había puesto de moda la coplilla apocalíptica del fin del periodismo que cantaba que la verdad estaba fuera de los periódicos y que se hizo vieja tan pronto. Hoy, si no aparece en un periódico algo, es que no es verdad. Los Campos Elíseos de la realidad contada por cualquiera se iban a llenar pronto de basura, incorrecciones, desinformación y propaganda.

La redacción tomó la velocidad y el rumbo necesarios para presentarse en la provincia con éxito

Aun no había llegado esa hora. Vivíamos el mundo con asombro, que es la única manera de vivirlo. Veíamos una entradilla en cada esquina. Cádiz se presentaba cada mañana –y cada noche, por qué no decirlo– como un territorio infinito de historias y realidades, el paraíso de las pasiones del hombre, sus grandezas, las miserias y el sacrosanto misterio del 'age'. Estábamos en ese sitio y en esa edad. A otra gente, ese momento de abrir los ojos a la vida le coge en el despacho de una 'bigfour' con viaje a Zúrich de ida y vuelta en el día dos veces al mes; a mí me pilló en la barra del Manteca, y claro, no es lo mismo. Por la calle, un tipo vendía los periódicos en un antiguo cochecito de niños y los acunaba como bebés de teta. Poblaban las aceras genios metafísicos y personajes de otro mundo. Se sentaba uno en un banco en la plaza de las Flores a ver y oír pasar la mañana, o paseaba por las murallas de la Alameda con el alma disponible, que escribió Gabriel Celaya y después acudía al ensayo del coro de Quico Zamora y, ya se tomaba por Scott Fitzgerald o por Fernando Quiñones. Después, Lalia, Pepe Landi y Manolo Castillo le reían generosos las metáforas del tercer párrafo y ya estaba el lío montado. Luego estaban las penas, claro, de los ahogados, de los miserables, de los infelices, de la trena, la droga, los cadáveres en el fondo de las lanchas y de las viudas del naufragio de Barbate arrancándose el pelo a mechones. Cómo juraban por la Virgen del Carmen. De la distancia entre las imágenes en las que se celebraba la vida y las de pesadillas a cinco columnas se trazaba la amplitud del arco emocional del periodista, eso que decía Santa Teresa que iba de la sombra al sol. Y vuelta.

Me asomo a las fotos de los primeros días y encuentro a los compañeros envejecidos. El único que sigue joven es el propio periódico

Otra cosa eran las noticias y la guerra por conseguirlas. Para los anales quedan las batallas contra la competencia por un tema que había ido en media columna en cultura sobre el próximo concierto en el Pemán. Cada mañana era un cabreo. Fogueados por la necesidad de ser mejores que otros, los tres periódicos que compartían la calle de aquellos días en Cádiz hicieron información con un pulso y una ambición de trascendencia que años después no encontré en la moqueta de la crónica parlamentaria de las Cortes de España. El periodismo de una capital de provincia fue la escuela de tantos, un ejercicio espartano y feroz que no se vive en Madrid, donde uno no se encuentra en el bar de abajo al protagonista del escándalo que abrió la sección de Local a cara de perro. La cosa es que matábamos por un breve y por un pie de foto y cogíamos unos mosqueos fundacionales por cualquier cosa, pues en cada noticia vivíamos un Watergate. En el periodismo como en la vida, te tiene que importar todo todo o nada te importará nada. Quizás en eso haya envejecido uno, justamente en la manera en la que se enreda en las cosas accesorias y las fundamentales ya comienzan a darle un tanto igual, pues los años dejan holgura en el asombro y ya tiene uno la sorpresa como un bebedero de patos. Eso, y menos pelo y necesita dormir más y si no le duele algo por la mañana, es que está muerto. Me asomo a las fotos de los primeros días y también encuentro a los compañeros ciertamente envejecidos. El único que sigue joven es el propio periódico. Dieciocho años; un pibe. Felicidades y que sean muchos más.

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