El crimen de Utrera: Una anciana usurera, la doncella y el falso culpable
crónica de sevilla en negro
En 1911, alguien mató a golpes a una viuda de 65 años. Su criada fue detenida de inmediato pero ésta señaló a un vecino. Un caso sin resolver de manual
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
El mayordomo o la doncella son figuras recurrentes en la literatura negra. Sobre ellos suele posarse la sombra de la sospecha cuando se busca a un asesino. Y este ingrediente que tanto explotaron autores reconocidos del género como Agatha Christie formó parte de la ... crónica real de un crimen sin resolver que ocurrió hace más de 110 años en el corazón de Utrera.
En la antigua calle Gatica, hoy Santiago Montoto, vivía en 1911 doña Clara Lora, una viuda de 65 años de carácter fuerte a la que tenían poco cariño sus allegados. La mañana del 26 de mayo de 1911 fue asesinada en el patio de su vivienda. Había sido golpeada con violencia con un objeto contundente, tipo una piedra, en la cabeza.
Doña Clara vivía sola, con la única compañía de una doncella de 17 años que también sufrió heridas en la cabeza. Una vecina fue la que dio la voz de alerta al encontrar el cadáver tras seguir un reguero de sangre que partía del dintel de la puerta de entrada a la casa. El crimen no fue de dominio público hasta cerca de un mes después, cuando periódicos como ABC Madrid recogían las primeras informaciones de un crimen que nació con muchas incógnitas.
La doncella de la fallecida, que se llamaba Antonia Millán, fue trasladada de la casa de socorro donde fue llevada para que la curaran a la misma escena del crimen. El juez decidió enfrentarla al cuerpo y que delante de Doña Clara explicara qué había ocurrido. Se había convertido en la principal sospechosa después de que le encontraran entre sus pertenencias 25 pesetas en metálico. Una pequeña fortuna para una empleada que dependía de la señora de la casa.
La sospechosa contó dos versiones diferentes, que la llevaron directa a la cárcel. Inicialmente relató a la Guardia Civil que ella y Doña Clara sufrieron un accidente y cayeron desde la azotea al patio. Para después pasar a señalar a un vecino de la localidad, conocido como el Cerote. Juan Estévez le había pedido dinero en varias ocasiones a la anciana, de la que se supo que engordaba su fortuna como prestamista. Su perfil de usurera no le había ayudado a congraciar al vecindario.

Según Antonia Millán, el Cerote se presentó en casa de su señora para pedirle dinero una vez más y ante la negativa de la anciana, la golpeó hasta matarla y a ella la agredió al tratar de defender a su señora. La declaración de Antonia dirigió a los guardias civiles hasta la casa de Juan Estévez, que fue detenido la misma noche de producirse la declaración de la sirvienta. Él negó desde el principio estar implicado en el crimen.
Ambos sospechosos fueron enviados a prisión preventiva. A los pocos meses, el Cerote salió en libertad después de que el juez cerrara el sumario sin encontrar pruebas sólidas. Antonia siguió en la cárcel insistiendo en la culpabilidad de Juan Estévez, quien nada más salir de la prisión se fue al barbero a recortarse la barba y pelarse, y se compró un puro habano para celebrarlo. El caso fue enviado a la Audiencia Provincial para la apertura del juicio oral contra la sirvienta. Pero el asunto fue devuelto al juzgado de Utrera. El tribunal le ordenó al instructor que tratara de recabar más pruebas que pudieran cimentar una acusación sólida contra la muchacha.
Los forenses tampoco se ponían de acuerdo en si la joven Antonia, de sólo 17 años, tenía la fuerza suficiente para haber golpeado con la violencia extrema que se usó para destrozarle la cabeza a doña Clara. Uno de los médicos que la examinó en la prisión defendió en uno de sus informes que se trataba de una doncella acostumbrada al trabajo físico desde que tenía solo diez años.
La falta de novedades y de pruebas sepultaron el caso en el fondo de los archivos judiciales. A la víctima apenas le quedaban familiares que se empeñaran en buscar respuestas. La sirvienta acabó siendo exonerada, pero el caso nunca pudo resolverse. El crimen de Utrera, como lo titularon hace más de un siglo, quedó para siempre marcado por los interrogantes.
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