Tradiciones
En cada familia, en cada casa, se construyó un relato, lleno de vivencias positivas y algunas no tanto, henchido de costumbres que se tornaron en la identidad familiar
Y desde ayer 7 de julio, día de San Fermín, cada mañana nos tomamos el café con el reportaje del intenso y angustiante encierro matutino. Cámaras de alta definición, periodistas experimentados, tecnología punta y un despliegue espectacular para no perder detalle de la carrera de los mozos y de la estampida de la manada de toros y cabestros, avanzando a un ritmo vertiginoso y endiablado por las calles de la vieja Pamplona. Aunque uno no sea taurino ni amante de esas carreras, lo cierto es que después de estos años de triste pandemia, es una alegría volver a ver las calles llenas de ambiente y constatar la vuelta de tradiciones que han configurado a los pueblos en una historia compartida, tejida con una herencia cultural que fue transmitida de generación en generación como signo de identidad y reafirmación.
En un mundo cada vez más globalizado y homogéneo, donde las peculiaridades se desvanecen y todo tiende a igualarse bajo el manto del capitalismo y el materialismo hegemónico, en muchos pueblos de España siguen vivas las tradiciones que quieren escapar del catecismo y credo imperante, para mantener encendidas las ascuas de viejas costumbres que, renovadas y actualizadas con los tiempos y soltando lastres que ya no tienen cabida, se convierten en un contrapunto cultural y una seña genuina de ser y estar en el mundo.
Las tradiciones, aunque puedan parecer a primera vista secuelas rancias de otras épocas, son de manera extraordinaria una oportunidad de crear una red más sólida y más honda que cualquiera de las plataformas y redes sociales que pueblan el ciberespacio dominante. Hay tradiciones y tradiciones. Algunas, evidentemente, no pasan los filtros actuales de la madurez y desarrollo ético logrado como sociedad, y tienen que ser reformuladas y depuradas de cualquier atisbo de provocar daño. Pero por lo general, todas ellas tienen la capacidad de crear una atmósfera donde nos reconocemos, y han alimentado un cúmulo de vivencias compartidas que se han convertido en recuerdos inolvidables que atesoramos desde la infancia, como legado personal.
Nuestra memoria ha almacenado con los años una cantidad enorme de sensaciones, olores, imágenes, espacios, sabores… toda una galería de experiencias para los sentidos, que cuando se repiten nos evocan y trasladan a los recuerdos más vitales de nuestra vida. Hay tradiciones gastronómicas, religiosas, culturales, deportivas, etc. Todo un abanico de ritos compartidos que van desde las emocionantes doce uvas de Noche Vieja a las contundentes tamborradas, de las conmovedoras procesiones de Semana Santa a las inauditas batallas campales de las tomatinas, desde el milenario y añejo camino de Santiago a la danza de los Zancos en La Rioja.
Además de las tradiciones populares, hay otras más domésticas, de andar por casa, las costumbres familiares que han sido fundamentales en nuestra historia personal. En cada familia, en cada casa, se construyó un relato, lleno de vivencias positivas y algunas no tanto, henchido de costumbres que se tornaron en la identidad familiar. Recuerdo de forma clara y distinta aquellos paseos de los domingos con mi padre, después de misa, cuando nos llevaba a unos futbolines del barrio. Cada domingo, mi padre y yo, hacíamos equipo para intentar ganar a mis dos hermanos mayores. Ya hay pocos futbolines en estos tiempos de ocio digitalizado, pero cuando veo uno, la memoria de mi padre se hace presente como un sacramento de la vida que me devuelve a mi infancia con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Que vivan las tradiciones que nos hacen sentir vivos!
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