TRIBUNA

La Virgen de las Nieves, primera devoción mariana de Joaquín Romero Murube

El escritor palaciego tenía dos «madres» que se llamaban igual. De su imagen fue camarera su progenitora, Nieves Murube

Romero Murube junto a su madre y Nuestra Señora de Las Nieves ABC

Julio Mayo

En la trayectoria de Joaquín Romero Murube como escritor, articulista y gestor del patrimonio histórico y artístico sevillano, resultó fundamental haber nacido en Los Palacios y Villafranca, porque la sabiduría popular del medio rural le proporcionó una vivencia singular. En ella, c onoció de cerca el fervor a la Santísima Virgen de las Nieves, de cuya imagen fue camarera su madre, doña Nieves Murube. En los primeros sesgos literarios que compuso, y artículos periodísticos que publicó en la década de 1920, Romero Murube demuestra profesarle ya un importante amor a la titular del templo parroquial, donde había sido bautizado con el nombre d e Joaquín María de la Blanca, el año 1904, en homenaje a la primera devoción mariana de su familia.

Uno de los mejores prosistas andaluces quedó consagrado así, de por vida, al purísimo título de su protectora. Si bien, la imagen logró, en contraprestación, alcanzar la gloria de quedar inmortalizada literariamente por quien tuvo la dicha de brindarle un importante protagonismo en el libro «Pueblo Lejano», publicado en 1954 y dedicado a su pueblo natal.

La gente, el campo, la vida cotidiana y su Patrona. constituyeron la primera escuela humanística que sustanció al hombre, al poeta, al ensayista y al conservador del Alcázar de Sevilla, cuyo cargo desempeñó durante treinta y cinco años (1934-1969), después de que fuese ratificado en su responsabilidad por el presidente de las Cortes de la República española, don Diego Martínez Barrios, en la primavera de 1936.

Aprendió entonces a conocer el amor, el miedo, la muerte y comienza a percibir el misterio de las leyendas y tradiciones populares

Parte de las señas de identidad de la ciudad, que Joaquín defendió tanto en sus artículos, junto a los monumentos, fue la representada por sus imágenes más devotas: la Soledad de San Lorenzo, la Virgen de los Reyes, el Gran Poder o la Macarena. Pero, antes de establecerse con su familia en Sevilla, permaneció algunos años donde vino al mundo. Aprendió entonces a conocer el amor, el miedo, la muerte y comienza a percibir el misterio de las leyendas y tradiciones populares. Descubre a personas y tipos que quedarán grabados en su mente para siempre. Así, Romero Murube llegó a Sevilla con una experiencia devocional ya vivida, que es el origen de su sensibilidad religiosa.

Las Nieves en su obra literaria

A inicios de la década de 1920, aparecen las primeras piezas literarias suyas en la prensa sevillana y le dedica, una de ellas, a «Angelita la de las Pajanosas», encubriendo con el título a la hija de don José, el maestr o. Explica que la procesión de las Nieves salía entonces el 15 de agosto, aunque hoy lo hace el día 5, en su festividad litúrgica. Expresa literalmente: «Cuando las fiestas de la Patrona, sacan a la Virgen en procesión por la única calle del pueblo, y delante de la comitiva van cuatro muchachillas vestidas de ángeles. La vestimenta de ángel consiste en una túnica larga hasta los pies, unas alas de gasa, sostenidas por unos mimbres en corselete ceñido al pecho, y unas coronas de flor de jara sobre los largos cabellos, sueltos hasta la cintura».

En aquellos años cercanos a la irrupción del grupo generacional del 27, dejó constancia del cariño a su cuna natal en artículos como «Prosas del Sur» , editados en el diario sevillano «El Liberal» . En ellos le canta al soleado rinconcito de su tierra marismeña. Esta fijación por el lugar de su infancia es similar a la que tuvieron en su obra Juan Ramón Jiménez, o el propio Rubén Darío , iniciador del Modernismo.

Y no digamos con qué intensidad nos llega el olor enervante de jazmines, plantas de patio y nardos que exornaban el presbiterio que retrata

Después del fallecimiento de su madre , en 1950, Romero Murube fragua, en un viaje realizado a París, la idea de escribir una obra dedicada al lugar donde residió los primeros años de su vida. Ella, era la que prendía en los tirabuzones de la Virgen de las Nieves de Los Palacios alguna clavellina blanca o celeste, con la que agraciaba el rostro divino de la efigie, en el que se miraban las niñas y mujeres. Lo cuenta en uno de los capítulos de «Pueblo Lejano» , que versa sobre la Novena de la Virgen. Entre el 5 y el 13 de agosto se celebraban en la Parroquia de Santa María la Blanca de aquella villa los cultos en su honor, a los que acudía en compañía de sus tías. Incide en describir el ambiente ya perdido de la solemnidad barroca con la que se oficiaba el novenario. Al leerle, hasta desprenden fresquito las imponentes naves de la iglesia, por la recreación tan fidedigna que consiguió articular. Y no digamos con qué intensidad nos llega el olor enervante de jazmines, plantas de patio y nardos que exornaban el presbiterio que retrata.

Su madre, doña Nieves Murube

Las dos «madres» de Joaquín se llamaban igual. La terrenal, doña Nieves, era hija de Lucas Murube y Ana Pérez. Por diversos inventarios parroquiales consta que ejercía como cuidadora de la Patrona, en 1884, siendo aún muy joven, bastantes años antes que naciese su hijo. Se hizo cargo de custodiar las alhajas de la imagen, guardar y mantener limpia toda la ropa y el vestuario de las Nieves, tras envejecer su tía Dolores Murube , de cuya familia heredó el puesto. Esta circunstancia propició que se estrechase, aún más, la relación del futuro intelectual con la imagen.

Refleja también que venía a Sevilla en las vísperas del día 15 de agosto, en coche de caballos, junto a varios familiares, para asistir a la procesión de la Virgen de los Reyes. Ello demuestra que, desde su nacencia, permaneció a los pies de María. Romero Murube, al describir todas estas cosas de un pueblecito andaluz, atrae la atención del lector hasta conseguir universalizarlas, porque las hace cercanas a cualquier ciudadano del mundo. La modestia, a su entender, no estaba reñida con la grandeza.

El rico «contraste entre los solanos y recalmones del duro verano y esta advocación de Nuestra Señora, pálida en el oro del altar mayor, pequeñita y dulce», es resaltado por un Romero Murube que, a pocos años de fallecer, ya había viajado mucho y leído aún más, por lo que su discurso literario se hallaba plenamente adaptado a las corrientes europeas del momento. Nuestra Señora de las Nieves y las peripecias de la niñez en el pueblo, habían condicionado su alma de poeta. De hecho, el inicio de «Sevilla en los Labios», está situado en la calle sevillana de Santa María la Blanca, en confluencia con la avenida Menéndez Pelayo, por ser, a su juicio, el enclave más importante de la ciudad. Y en Los Palacios y Villafranca , guardaba un gran cariño a la calle Real, cuyas niñas cantaban una coplilla tradicional, que el escritor palaciego recogió así: Dios te salve, Virgen de las Nieves, / admirable portento de Dios. / Dios te salve, Patrona querida, / danos siempre tu gracia y tu amor...

La Virgen de las Nieves, primera devoción mariana de Joaquín Romero Murube

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación