BAJO GUADALQUIVIR
El susurrador de caballos de Los Palacios, a punto de cumplir los 92
Luis Ruiz «El Cambiao» recibe la medalla de oro del Campeonato Nacional de Doma Vaquera, que le rendirá un homejaje
Los Palacios es tierra de caballos. Un pueblo que, independientemente de que en las últimas décadas haya experimentado una adaptación a los tiempos actuales tanto en gustos y actitudes como en una formación académica de la que se atisba cierta tendencia al distanciamiento de las profesiones agrícolas y ganaderas ( por encima de la media de los pueblos de la provincia ), sigue manteniendo intacta su afición desmesurada por el mundo equino. Pruebas de ello son la feria agroganadera y la romería de San Isidro Labrador, contándose por miles las cabezas de ganado que se congregan en ambos eventos.
Una de las personas que puso su granito de arena para que en Los Palacios germinara esa pasión por el caballo más allá de su primitivo uso para las labores del campo es Luis Ruiz «El Cambiao» . Panadero de profesión primero, y posterior agente comercial o «buscavida» (como él dice), lo cierto es que este palaciego nonagenario ha estado desde su niñez vinculado al caballo gracias a su padre, gran aficionado.
Luis comenzó a domar caballos cuando las últimas bombas de la Guerra Civil aún humeaban, con apenas quince años y siempre después de cumplir religiosamente con su intensa jornada de trabajo amasando molletes en la panadería que su familia regentaba en la antigua calle Sacristanes.
A modo de curiosidad, cabe mencionar que este despacho era conocido como el del motor, ya que su antiguo propietario, Lucas Murube, fue quien introdujo el primer motor en el pueblo. Hasta entonces era una burra dando vueltas en una noria la que echaba la masa. Hasta tal punto aquello fue una innovación que en un principio los vecinos eran reacios a comer ese pan debido a que «sabía a electricidad».
Este joven desbravador de caballos compraba potros cerreros (salvajes) , los domaba y posteriormente los vendía a un precio superior a ganaderos de postín como Salvador Noguera, Conradi o los Candau. « ¿Picadero? En esa época había mucha miseria y no existían esas cosas, mi picadero era un carrillo de manos cargado con la montura, los bocados (tenía 125) y las barbadas (70), y al Pradillo, la Puya, la Palma o el cortijo de Juan Gómez con el animal de reata».
Cuenta como anécdota que en uno de estos desplazamientos el caballo se desbocó, y no encontró otra manera de apaciguarlo que cantarle y tocarle las palmas. Algo que surtió efecto.
«Una persona que quiera domar no puede tener a su cargo más de dos caballos », el motivo es bien sencillo, según él una «bestia» necesita como mínimo un año, y en caso de que este sea espabilado incluso más. Y es que Luis nunca tuvo prisa a la hora de domar, para él lo importante no es ir muy rápido , sino ir en la dirección adecuada.
A punto de cumplir 92 primaveras , el precursor de la doma a la vaquera en Los Palacios destila consejos susurrados como los grifos estropeados destilan gotas de agua: pausadamente, acompasadamente, irremediablemente, hasta aglutinar tal corpus que quien le oye le ve capacitado para meter en vereda al mismísimo Bucéfalo.
«Hay que cambiarles el sitio, aparejarlos desde por la mañana para que tengan conciencia de que van a salir , tranquearlos para que metan las masas y así muevan el mosquero, porque el mosquero lo mueven las piernas...». Un ideario que es fruto de la perspectiva trazada por la experiencia y el tiempo, un conocimiento que palpita, es indeleble , es visible, vive en él.