GUADALCANAL

Una saetera que se recupera entre cantes de un grave accidente

La vida de María García quedó marcada hace tres años por la caída de un caballo que la dejó postrada en una silla de ruedas

María García tomó el testigo de su padre, Manuel García Gálvez J.C.R.

JUAN CARLOS ROMERO

La vida de María García dio un cambio vertiginoso hace tres años cuando un accidente de caballo le provocó una fractura en el coxis. Hace un año la que iba a ser una operación menor se complicó al afectar al sistema nervioso y como consecuencia de las complicaciones se vio impedida en una silla de ruedas y en un andador después.

La saetera de Guadalcanal libra junto a su marido y sus hijos su particular batalla a la adversidad y se supera con el apoyo de sus vecinos, que la admiran por la maestría con la que interpreta desde hace una década sus saetas a las imágenes del devocionario popular. A la saeta no llegó por casualidad, y es que de casta le venía al galgo .

En los primeros años del siglo pasado, su tío, Juan García Gálvez, legó su buen hacer como cantaor flamenco con una carrera que la Guerra Civil cortó en seco. « Fueron 16 hermanos y mi padre no conoció a los primeros porque nació en 1935 y el tío Juan murió junto a otros tres hermanos y su padre en la contienda», explica María García.

La saetera se crió entre las voces de su tía María Jesús , y su padre, Manuel García , que la impregnaron desde niña de una pasión por el flamenco de la que 46 años después sigue haciendo gala, y que le ha servido como terapia para superarse. A los 7 años de edad se curtió en la banda de cornetas y tambores de Guadalcanal , y descubrió su vocación unos años antes de dar rienda suelta a su arte y de compartirlo con sus vecinos.

«La saeta a mí me puede, la escucho dos veces y se me queda», confiesa María y rememora la primera vez que se lanzó a cantarla hace ahora una década. Fue gracias a una promesa, que la liberó de la presión de alzar la voz sobre el resto de devotos durante la procesión de la Virgen de la Vera Cruz en la tarde noche del Jueves Santo.

«La saeta iba por mi suegra , que entonces estaba muy malita, y al final se murió muy joven», recuerda, «pero mi promesa estaba ahí, y yo estaba en la obligación de cumplirla », esboza. El silencio en la calle de Santa Ana sobrecogió a los allí presentes ante el paso de la dolorosa.

Con la primera saeta cantada, las demás llegaron solas. En la escuela del Cristo de la Humildad de Marchena se entrega cada sábado desde hace tres años para sumar el conocimiento de la técnica al desgarro de su voz, una oportunidad que no tuvieron sus antepasados, dado que su padre, el único saetero de Guadalcanal, aprendió de manera autodidacta.

«Sigo luchando aunque es muy duro y estoy en tratamiento psicológico para superarlo», reconoce la saetera. La pasada Semana Santa rindió un particular homenaje a «sus costaleros». Y es que tanto sus hijos, Daniel e Israel , de 26 y 24 años, como su marido, son costaleros del Cristo marrado y de la Virgen de la Vera Cruz respectivamente. «Ponerme delante de las imágenes, a rastras como iba, conmocionó a mi pueblo durante la procesión », dice esta vecina que, gracias a la estrecha relación con Cloti Sánchez cantó también este 2016 a la Virgen de la Soledad.

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