Arahal

Rosa Benjumea, la sevillana que se ha casado consigo misma: «sí, me quiero»

Este tipo de enlace no está reconocido legalmente pero es una opción cada vez más escogida, incluso sin celebración de por medio

Rosa Benjumea Flashgrafic

C. González

Cualquiera que conozca a Rosa Benjumea sabe que es alegre, extrovertida, sin sentido del ridículo y apasionada. Por eso, ha querido celebrar su 40 cumpleaños de una forma que quedara en los anales de la historia de su familia. A la caída de la tarde de este sábado celebra una boda consigo misma que se ha convertido en el tema más compartido y comentado en las redes sociales durante el fin de semana.

Este tipo de enlace no está reconocido legalmente pero es una opción cada vez más escogida, incluso sin celebración de por medio.

La arahalense ha preferido estar rodeada de los suyos. Lo que empezó como una broma, ha dado paso a días de preparativos en los que ha colaborado toda la familia. A la boda de Rosa Benjumea con Rosa Benjumea no le falta un detalle. Han encargado un banquete para más de 60 invitados y «más los que se agregarán porque después de salir en la tele… », dice su hermano Rafael.

Un prestigio catering de Arahal, Las Torres, se ha encargado de la decoración y de preparar el menú. Y, ante la originalidad de la idea, regalará a la novia las fotografías y el vídeo que formará parte del inicio de su nueva vida, aquella en la que ella es consciente de que «soy con la única persona que estaré hasta el final».

Rosa antes de su boda Flashgrafic

Esta última frase es una de las que se oirán en la ceremonia, en la que el «cura» es un amigo angoleño que ha llegado desde Vitoria donde regenta un restaurante con nombre singular: «María La Gorda», el nombre de su propia madre. Osbaldo contará a los invitados las razones de este curioso matrimonio que «no es más que un compromiso para quererse a sí misma durante toda la vida» y, además, dejarlo claro ante familia y amigos.

Rosa se pondrá la alianza con una leyenda grabada: «me quiero» . El ramo de flores lo tirará para ver quién de sus amigas la sigue en este compromiso que, sin duda, será eterno. Y aparecerá a la caída de la tarde, en su bicicleta por el camino del campo de su padre -«el hombre que busco en otro hombre y que no he encontrado»- con un vestido ibicenco blanco, adornos dorados y una diadema de flores. Sonriente y feliz, que es de lo que se trata, e ilusionada con un día que empezó en la peluquería a primera hora de la mañana.

Antes, durante y después de la ceremonia, divertirse es el objetivo. El campo familiar, situado en una zona residencial llamada Llano Verde, está lleno de velas y flores. Una mesa recuerda a los asistentes todas las variedades de tortillas de la gastronomía española. Y un bufet con aperitivos fríos y calientes hará las delicias de quienes van para ver como Rosa pasa el día más feliz de su vida.

Un día sin retorno en el que no se concibe divorcio y sobre la noche de boda… quién sabe si dará para contar otra historia.

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