LOS PALACIOS

Roque, un gran retratista de las Marismas gracias a que el cura le prohibió hacer fotos de bodas en su parroquia

Francisco Estévez Laínez se especializó en retratar el campo y sus labores y a veces se iba en bici a Doñana a fotografiar a un jornalero

Francisco Estévez F. R. M.

FERNANDO RODRÍGUEZ MURUBE

Alguien dijo una vez que cuando una puerta se cierra, otra se abre. Justamente esto fue lo que le ocurrió a Francisco Estévez Laínez «Roque, el Retratista» (Los Palacios, 1934) allá por los años cincuenta: le cerraron las puertas de la iglesia y se le abrieron las del campo.

Con apenas 21 años este palaciego sin pelos en la lengua decidió probar suerte laboralmente con la fotografía, un mundo en aquel entonces prácticamente desconocido y cuyo nicho principal de trabajo era hacer reportajes en bodas, comuniones y, en menor medida, bautizos.

Al poco tiempo de cobrar sus primeros retratos vio como sus ilusiones se iban al traste al prohibirle don Juan Tardío , párroco de Los Palacios, hacer fotos en la parroquia Santa María la Blanca , lugar en el que se realizan todas las celebraciones religiosas locales, dándole una especie de exclusiva a Lemos, quien se encargó durante años de cubrirlas todas.

«Esto supuso un duro golpe, ya que me sentía impotente cuando me avisaban para cubrir una ceremonia y tenía que volver a casa sin haber podido realizar ni una foto», lamenta.

Incluso, una vez recibió aviso por parte de la Guardia Civil de que lo meterían en el calabozo si le veían con la cámara por el pueblo. Viendo que no era prudente lidiar pugnas perdidas de antemano, Roque ingenió un plan alternativo para poder seguir haciendo carrera como fotógrafo: se echó al campo. Literalmente. Comenzó a desplazarse a las diferentes plantaciones de arroz de las Marismas del Guadalquivir para ofrecer a los jornaleros la posibilidad de hacerse una foto en plena faena.

La cosa funcionó y poco a poco se puso de moda y se fue haciendo un nombre entre las cuadrillas. Así, al precio de tres retratos a nueve pesetas, Roque recorría, primero en bicicleta y años después en una Guzzi, las marismas hasta Doñana y la campiña inmortalizando a jornaleros del arroz de Los Palacios, Utrera, Marchena, Espera o Casariche en las labores de siega, trilla o secadero, y otros en el verdeo, la corta o la pisa de la uvas. Luego revelaba los negativos en Sevilla y días después volvía a los tajos a entregar las fotos.

Aunque con los años la situación con la iglesia se reguló, continuó plasmando su visión del campo durante décadas, siendo eternamente recordado como el « retratista de las marismas».

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