Villanueva del Ariscal

Un proyecto de enoturismo de lujo para el Aljarafe

Un grupo inversor compra Bodegas Góngora, la segunda más antigua de España, para realizar un museo de la historia del vino en Sevilla, un pequeño hotel y un área para eventos y celebraciones

Harald Schönegger, Rocío Romero, Ignacio Gallego-Góngora y José Manuel González en la bodega, que cuenta con una prensa que ha funcionado de manera ininterrumpida desde el siglo XVI Manuel Gómez

Luis Montoto

En Villanueva del Ariscal se esconde el ‘kilómetro cero’ del vino de Andalucía . Una vieja hacienda custodia cientos de botas de roble americano que atesoran los ‘caldos’ de Bodegas Góngora, la segunda más antigua de España (tras Codorniú) y la duodécima del mundo. «Es una compañía que ha estado gestionada desde 1682 de forma ininterrumpida por la misma familia», recuerda Ignacio Gallego-Góngora, representante de la octava generación de los Góngora. Las raíces de esta finca del Aljarafe son aún más profundas.

«En 1574 ya hay documentos que citan de forma explícita a la Hacienda de San Rafael —el nombre original de esta heredad— y describen sus características». Una historia tan larga como desconocida. Ahora un grupo de inversores ha tomado las riendas de la bodega para «desvelar este secreto» y relanzar su negocio con un proyecto vinculado al enoturismo de gran lujo, que incluye un museo, un pequeño hotel y un espacio para eventos.

Esta iniciativa está liderada por el matrimonio formado por José Manuel González (consejero delegado de Howden Broking Group) y Rocío Romero , que ha asumido la presidencia de la bodega. Ambos están acompañados por una veintena de socios minoritarios a los que les une su amor por el mundo del vino. «La historia de la bodega y su arquitectura son un tesoro patrimonial», apunta Romero, que sostiene que existe potencial para atraer a visitantes de alto poder adquisitivo. «Hay bodegas en la Toscana con menos trayectoria que atraen turistas de todo el mundo; nosotros estamos en el entorno de Sevilla, que recibe cada año más de dos millones de turistas y podemos diversificar así la oferta de la ciudad con un producto que será de altísima calidad».

Bodegas Góngora nació al calor de las exportaciones de vino al Nuevo Mundo en los tiempos en los que Sevilla era Puerto de Indias. «El denominado ‘tercio de frutos de la tierra’ obligaba a que la flota reservara un espacio para productos agrícolas locales; y dado que los barcos necesitaban aprovisionarse de líquido, la mejor manera de cumplir con esta normativa era con la exportación de vino... Eso propició un boom del cultivo de la vid en Sevilla, tanto en el Aljarafe como en la Sierra Norte », recuerda Gallego-Góngora.

Aquellos años de abundancia tuvieron fecha de caducidad: con el traslado del Puerto de Indias a Cádiz se desplazó este predominio a las bodegas del actual marco de Jerez, impulsadas por alianzas entre hacendados locales y distribuidores ingleses, que alumbraron las grandes compañías que dominaron después el mercado en el siglo XIX y XX. « Compraban anualmente la producción de las bodegas sevillanas , pero con la creación de la denominación de origen se prohibió la entrada de vinos ajenos al marco y eso abocó a los bodegueros del Aljarafe a la reconversión o la desaparición».

Una reliquia

Bodegas Góngora sobrevivió. Su larga peripecia se respira en cada uno de sus rincones, donde hay un espacio en el que se preserva intacto el aroma del XVI. Se trata del viejo lagar en el que aún reposa la enorme viga de madera que servía para prensar las uvas. «En 1574 ya estaba constatado que la hacienda tenía esta prensa de viga de husillo y quintal , que originalmente se usó para elaborar aceite y se reconvirtió, un siglo después, para producir vino», recuerda Gallego Góngora. Hasta mediados del XIX era un mecanismo utilizado en cientos de fincas en Europa, pero con la industrialización se sustituyeron por prensas de fundición. «Mi abuelo, José Gallego Góngora, adoptó una decisión absolutamente antieconómica pero llena de romanticismo, que fue mantener en uso la prensa del siglo XVI», rememora. Ahora es la única del mundo que ha funcionado de manera ininterrumpida desde hace cinco siglos en el mismo emplazamiento en el que se instaló originalmente. «Es una reliquia, las que aún existen se han reconstruido para ponerlas en museos, pero nuestro caso es único».

La firma de arquitectura sevillana Eddea será la encargada de diseñar el proyecto para crear un centro de enoturismo en torno a esta bodega. Uno de los primeros objetivos será recuperar el aspecto más genuino en todas sus estancias. « El encanto de esta hacienda está en la huella que ha quedado tras una larga historia, en la que empieza como una explotación olivarera y se transforma en una bodega que vivió una época de prosperidad», afirma el arquitecto Harald Schönegger. La clave de la restauración será retirar los elementos más contemporáneos para recuperar la imagen más genuina.

La iniciativa consta de tres elementos. «En la bodega histórica y el lagar se hará un museo del vino del Aljarafe, en el que vamos a mostrar la dilatada historia de la vid en Sevilla», afirma. Esta tradición no solo se remonta al comercio americano, ya que sus raíces parten de Tartessos y está documentado que hubo un comercio muy relevante con Roma en los años el Imperio. Incluso en los años de dominación islámica se mantuvo en parte el cultivo para producir uvas pasas.

Junto a ello, en la casa que hay en el patio de la bodega se hará un hotel «con muy pocas habitaciones, apenas doce, pero muy grandes y distribuidas en torno a los patios y salones».

En este momento la bodega tiene una planta de envasado con capacidad para producir un millón de botellas al año. Estas instalaciones irán fuera del recinto histórico y se ubicarán en una zona de almacén anexo a la bodega. «Esta nueva área de producción también será un edificio singular que permitirá a los visitantes contemplar como es la elaboración actual de los vinos de Góngora ». Todo el espacio que se libera dentro tras la salida de la planta de embotellado será para crear una zona de eventos y gastronomía. La bodega cuenta con unos jardines de 4.000 metros cuadrados en el que también se realizará una reforma que mantendrá toda la vegetación actual.

En este momento el diseño está en una fase inicial, pero «será un proyecto diferencial y toda la reforma será de una altísima calidad», afirma Rocío Romero. Aunque la familia Gallego Góngora ya no forma parte del accionariado de la compañía, los nuevos inversores quieren que el museo explique la vinculación histórica de esta saga vitivinícola y la bodega. Ignacio Gallego-Góngora, a su vez, sigue vinculado al proyecto como director técnico. «Vamos a hacer una inversión a la altura de lo que merece una bodega que es única en el mundo», concluye Romero.

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